La selección peruana se medirá a Nueva Zelanda el próximo 10 de noviembre en Wellington. (Foto: Reuters)
La selección peruana se medirá a Nueva Zelanda el próximo 10 de noviembre en Wellington. (Foto: Reuters)
Guillermo Oshiro Uchima

Cobijados por el momento sublime que vive nuestra , hoy todo se mira bajo una óptica optimista, incluso hay quienes pretenden adjudicarle a nuestro Descentralizado una belleza oculta que de alguna forma es parte del buen presente de la Blanquirroja. Pero ello es más un deseo que una realidad. El equipo de Ricardo Gareca es una isla en una nación futbolística que vive en una eterna crisis existencial, que se alimenta de esporádicos triunfos morales. No es herencia de nuestro campeonato, es producto de un experimento creado en la Videna que ha permitido un crecimiento insospechado de un grupo desde la convicción y las habilidades humanas al límite de sus posibilidades.

Si bien Gareca encontró en el jugador del medio local a un futbolista con capacidades para afrontar las exigencias de la Eliminatoria –Corzo y Araujo, por ejemplo, son dos casos excepcionales y no el común denominador–, queda claro que el universo que tiene para armar su grupo es reducido. No todos los llamados alcanzaron la competitividad deseada. Durante todo el proceso eliminatorio fueron 42 los convocados del torneo local, pero solo nueve llegaron a sostenerse en el último tramo del proceso, aunque otros diez se beneficiaron de él y encontraron oportunidades en el extranjero (Gallese, Cueva, Ramos, Riojas, Ruidíaz, Flores, Da Silva, Polo, Trauco y Aquino). Precisamente con algunos de esos elementos Gareca pudo armar un esqueleto que hoy ya es la columna vertebral del equipo junto a los ‘extranjeros’ Guerrero, Tapia, Yotún, Carrillo, Hurtado y Farfán. Sin el crecimiento de ellos, Perú no hubiese sido un equipo competitivo en las Eliminatorias.

No nos engañemos, la selección no es nuestra realidad. Nuestro verdadero rostro son los clubes, esos que dan pena en la Libertadores y la Sudamericana, esos que son goleados, humillados y eliminados a la primera de cambio. Nuestro Descentralizado es malo. Y la responsabilidad es compartida junto con la federación, aunque gran parte de ella recaiga en nuestras instituciones deportivas que, para empezar, mantienen su deficiente trabajo de formación. Es como querer competir en la Fórmula 1 con un auto comercial.

Ahora la FPF debe ajustar las tuercas para que el producto fútbol empiece a surgir a la par de una selección que emociona. El otorgamiento de las licencias –que obliga, entre otras cosas, a tener campos de entrenamientos, divisiones inferiores y cuentas claras– fue el primer paso para formalizar nuestro fútbol, y en la Videna las exigencias deben ser cada vez mayores, subir los estándares de calidad con medidas inteligentes para hacer más competitivo nuestro campeonato. No hay otra forma posible de cambiar nuestra realidad sin obligaciones de por medio.

Con los tres clubes representativos del país en problemas –dos con deudas significativas y uno con un futuro incierto–, lo que nos depara el futuro sigue siendo igual de desagradable. Si los equipos no se profesionalizan en todas sus áreas y no se enfocan en producir mejores jugadores, todo lo hecho por la selección de Gareca será una alegría pasajera y no el punto de partida de la gran revolución que requiere nuestro balompié.

Contenido sugerido

Contenido GEC