Michael Reid

No es de sorprender que muchos peruanos están perdiendo la fe en la democracia. Desde el 2016 el país ha perdido el rumbo. Los avances socioeconómicos impresionantes del período anterior han caído víctima de la inestabilidad política. La percepción, correcta o no, es que la clase política es corrupta. Muchos congresistas han aprovechado su cargo para su beneficio personal. Una fiscalía altamente politizada e incompetente ha logrado repartir suspicacias sin lograr condenas. Dina Boluarte ostenta una colección de relojes y joyas, que marca un nuevo nadir de frívolo usufructo del más alto puesto de la república. Y, mientras tanto, la inmensa mayoría de los peruanos ha sufrido la pandemia, el estancamiento económico, el surgimiento de la delincuencia y la inseguridad, la agonía diaria de un transporte público altamente deficiente y la mediocridad de los servicios públicos de educación y salud.

¿Cómo restaurar entonces la fe en la democracia? No es una tarea fácil ni rápida, ni hay soluciones mágicas para ello en un país donde siete de cada diez personas trabajan fuera del marco de la ley, en la informalidad, y se sienten obligados por la pobreza a aprovechar cualquier oportunidad; en un país sin confianza interpersonal ni normas compartidas y respetadas donde tal vez el Congreso representa demasiado bien a un gran sector de la población. Aun así, hay que comenzar a construir los cimientos de un nuevo modelo político que podría ofrecer lo que la democracia debe: buen gobierno, servicios públicos de calidad, seguridad y oportunidades económicas.

Hay dos cosas básicas: crear incentivos para que gente honesta y con vocación de servicio público entre a la política y fomentar partidos políticos que sean más que plataformas personales. Un primer paso importante es haber anulado la antirreforma populista de Martín Vizcarra y permitir, una vez más, la reelección de congresistas. Esto es esencial para posibilitar una carrera política y para obligar a los políticos a rendir cuentas ante el electorado. Los peruanos siempre se han encargado de echar fuera a los corruptos e inmorales. Vizcarra creó un problema donde no había uno.

Desafortunadamente, no se pueden crear partidos sólidos y coherentes por decreto. Estos tienen que ser creaciones orgánicas. Pero hay algunas mejoras pequeñas que se pueden lograr mediante la ley. Estas incluyen que los candidatos deben tener en su haber una constancia de varios años de militancia. Se necesita un filtro efectivo para excluir a aquellos con antecedentes penales. Tiene que haber transparencia en el financiamiento de los partidos: es absurdo prohibir donaciones corporativas cuando esto deja el campo libre para el dinero de corporaciones económicas ilegales.

Es difícil encontrar un punto medio entre la necesidad de restringir el número de candidatos para que atraigan más votos y legitimidad, por un lado, y no caer en una especie de proteccionismo político donde la competencia se limita, por el otro. Es razonable exigir que un partido tenga comités en la mayoría de las provincias. Sería bueno que, como ha hecho Francia, se cambie el cronograma electoral para que el Congreso sea elegido en la segunda vuelta, y no en la primera, y así incrementar las posibilidades de que el gobierno tenga una base parlamentaria sólida. Todo esto tiene que ir de la mano con un esfuerzo largo de educación en los fundamentos del civismo republicano.



Michael Reid es periodista británico.

Contenido Sugerido

Contenido GEC