Caso insólito: la mujer peruana que juraba ser la princesa Anastasia de Rusia
Desde que la familia real rusa fue asesinada en julio de 1918, se empezó a tejer la historia de que la princesa Anastasia, hija del zar Nicolás II, se había salvado y andaba perdida. Entonces aparecieron por todo el mundo “Anastasias”. El Perú también tuvo una que apareció en la década de 1960.
La masacre de la familia Romanov fue en el sótano de una casa donde estaban recluidos, en un paraje de Ekaterimbur, Siberia. Los bolcheviques revolucionarios actuaron sanguinariamente, sin importarles ninguna consecuencia. Los cuerpos del zar Nicolás II, la zarina Alexandra y tres de sus hijas solo aparecieron en una fosa en 1991 (sus identidades fueron confirmadas con infalibles pruebas de ADN en 1995); pero en esa ocasión no se hallaron enterrados los restos de Anastasia ni tampoco los de su hermano menor Alexei, de 14 años.
Sin embargo, desde que ocurrió la matanza en 1918, se mencionó que la única que había sobrevivido a los disparos fue la princesa Anastasia, de 17 años. Algunos indicaron que un corsé con diamantes incrustados desvió las balas asesinas de los bolcheviques y salvó la vida de la hija menor del zar. Así, desde 1920, no dejaron de surgir princesas rusas perdidas por el mundo.
EL CASO DE LA SUPUESTA ‘ANASTASIA’ MÁS FAMOSA DEL MUNDO
Ocurrió, primero, en Alemania, cuando una jovencita aseguró que era la famosa “cuarta hija del zar”. Era 1920, cuando Anna Anderson Manahan, la supuesta ‘Anastasia’ alemana, fue rescatada de las aguas del canal de Landwehrkanal, en Berlín, donde pretendía suicidarse.
La mujer no tenía ningún documento y sufría de amnesia. Entonces, luego de ser hospitalizada –y coincidiendo con la novedad de una Anastasia viva–, Anna Anderson dijo, con reticencia, que ella era la princesa rusa que se había salvado de la furia bolchevique. Contó una historia con detalles de la nobleza zarista y algunos sorprendentes datos de la vida de Anastasia que a muchos convenció, pero no a los severos jueces alemanes y después norteamericanos que vieron su caso.
Siempre existió en ella la sospecha del engaño, tomando en cuenta que había una fortuna de 85 millones de dólares esperando a Anastasia en un banco inglés. Anna Anderson se mudó a EE.UU. y nunca dejó de decir a las autoridades que era la verdadera Anastasia Romanov.
Tenía la misma edad que hubiera tenido la princesa, pero por más que insistía periódicamente en las décadas siguientes (lo hizo hasta 1970), no pudo convencer judicialmente a ningún juez de que era la noble rusa. Desapareció de la vida pública, hasta que murió a los 82 años en Virginia, EE.UU., el 12 de febrero de 1984.
Todo indicaba que esta mujer, en cuya vida se inspiró la película “Anastasia” (1956), protagonizada por la actriz sueca Ingrid Bergman; era, en realidad, Franziska Schanzkowska, una obrera polaca mentalmente desequilibrada.
HASTA QUE LLEGÓ LA HORA DE LA PERUANA ANASTASIA
Muchas mujeres europeas declararon ser la verdadera Anastasia. Pero nadie les creyó, especialmente los nobles rusos que en el extranjero custodiaban los restos del tesoro real. Sin embargo, nadie pudo imaginar que en el Perú, en ese lejano país sudamericano, alguien podía decir tajantemente que era la gran duquesa Romanov.
“Yo soy la princesa Anastasia de Rusia”, sentenció la mujer peruana, esa mañana del miércoles 6 de noviembre de 1963, luego de entregar un escrito que “refuerce”, dijo, su posición como hija del último zar Nicolás II.
Su aspecto era apacible y bonachona. “De sonrisa fácil”, describía el reportero de El Comercio. Así era Zerga Pinasco. Desde que empezó su travesía por ser reconocida como Anastasia, pasó a formar parte de una larga lista de “aspirantes” a esa gracia y cuantiosa fortuna zarista.
Doña Zerga presentó aquel día, en el Segundo Tribunal Correccional del Palacio de Justicia, frente al viejo Panóptico, un escrito para que este tribunal insistiera en la Cancillería, y esta, por medio de nuestro cuerpo diplomático, hiciera “saber al mundo que la princesa Anastasia de Rusia está viva y reside en el Perú”, así describía la situación el diario decano.
Zerga o la “princesa Anastasia a la peruana” reclamaba, en consecuencia, los “40 mil millones de rublos” que, decía la señora Pinasco, pertenecieron a su difunto padre, el zar Nicolás II y que estaban en unas cuentas en un banco de Inglaterra.
Contó al diario decano que vivía prácticamente “escondida” desde hacía unos años en Lima, en permanente huida por la venganza de sus enemigos “que todavía me buscan”. La mujer hablaba con una sobrecogedora seguridad.
Zerga Pinasco, de talla mediana, un poco robusta y aún activa y hasta ágil, no se parecía a la princesa Anastasia en nada. Ni siquiera sus facciones eran cercanas a las de las otras supuestas princesas rusas. Pero el tema estaba aún vigente y cada cierto tiempo, mujeres de la misma edad de Anastasia proliferaban con la misma idea de suplantación o se obsesionan en que ellas eran la auténtica noble de la antigua Rusia.
La “princesa Anastasia” local era peruanísima, y era muy conocida en el Palacio de Justicia, en el Centro de Lima, a donde llegaba con cierta regularidad. Los empleados judiciales afirmaron que Zerga se expresaba con “mucho conocimiento” de nuestras costumbres, tradiciones y gustos; al menos, sabía más del Perú que de “su” antigua Rusia.
“Hasta es muy devota del Señor de los Milagros”, dijo a El Comercio un joven auxiliar de escribano. Así pasó sus días doña Zerga Pinasco, soñando con ser un gran personaje de los Romanov, vistiendo en su imaginación esos hermosos vestidos de las películas y quizás abrazando en su fantasía a su padre Nicolás II o a la zarina Alexandra. Fue, a no dudarlo, un sueño o una pesadilla de la senectud.