El terrible mal de la fiebre amarilla en el Perú del siglo XIX

Esta es la primera entrega de una serie dedicada a las grandes pandemias que hemos sobrevivido como país. En todas ellas, El Comercio informó y orientó a los peruanos.

Ilustración: Giovanni Tazza
Ilustración: Giovanni Tazza
Carlos Batalla

Esta es la primera entrega de una serie dedicada a las grandes pandemias que hemos sobrevivido como país. En todas ellas, El Comercio orientó a los peruanos con información relevante que hoy se convierte en testimonio histórico de las acciones realizadas para mitigar las consecuencias de estas pandemias. Comenzamos con el brote de la fiebre amarilla que diezmó a los peruanos en 1868.

La pandemia de “fiebre amarilla urbana” atacó a la población peruana desde mediados de la década de 1860 hasta finales de ese siglo. La ciencia indicó el origen africano de la enfermedad, con la transmisión de monos infectados por un mosquito a humanos. A tierras americanas y europeas habría llegado en los barcos de comercio de esclavos, empezando así los brotes incontrolables.

Foto: Archivo Histórico El Comercio
Foto: Archivo Histórico El Comercio

En el Perú, el diario El Comercio informó desde un comienzo de la fiebre amarilla y enumeró los casos y el avance de esta grave enfermedad, especialmente en las ciudades con puertos costeros como el Callao. En Lima se sumaron espacios urbanos hacinados de gente, como en el pasaje Otaiza, conocido como el “barrio chino”, que luego sería demolido para convertirse en un pasaje. La fiebre amarilla estaba presente en el Perú desde tiempos de la Colonia, pero cobró relevancia de emergencia médica en el siglo XIX. Esos fueron los tiempos de las epidemias en la costa peruana, desde Ica, pasando por Lima, hasta Chimbote y Trujillo. Hubo dos momentos claves: el primero abarcó los años de 1852 a 1856; y el segundo, muy letal, fue de 1867 a 1869.

Como un ejemplo para apreciar el enfoque de El Comercio ante esa pandemia, rescatamos de nuestro Archivo Histórico recortes que nos permiten reconstruir una serie de historias en torno a la fiebre amarilla urbana que golpeó Lima y el Callao.

Foto: Archivo Histórico El Comercio
Foto: Archivo Histórico El Comercio

Corresponden a mayo de 1868, cuando esta fiebre ya era parte de la vida cotidiana de las personas. Sabemos por el diario que muchos pacientes en Lima resistieron la enfermedad en sus casas y eran los “médicos de cabecera” quienes los atendieron con medicinas y fármacos recetados y mandados a preparar por ellos mismos. Ante el restablecimiento de su salud, los agradecimientos públicos se hicieron habituales en el decano. Es decir, los lectores agradecían a sus médicos por medio de avisos pagados. Esto iba en paralelo a la información que revelaba el aumento diario de los infectados.

Mayo de 1868 fue especialmente duro. En esos días, entre la segunda y última semana se publicó información preventiva, asegurándose que debía haber un esfuerzo doble por la higiene del lugar de residencia y de los espacios sociales como parques y jirones. Se procuraba advertir sobre el peligro de estar en una “atmósfera pestífera”.

La cura para la fiebre amarilla estaba al alcance de todos, según este aviso que publicitaba un tónico milagroso. Foto: Archivo Histórico El Comercio
La cura para la fiebre amarilla estaba al alcance de todos, según este aviso que publicitaba un tónico milagroso. Foto: Archivo Histórico El Comercio

Asimismo, el diario estaba pendiente de publicar información sobre medicamentos que aliviaran los síntomas de la fiebre amarilla, una enfermedad que estaba ya bien identificada, pero que se presentaba entonces con una gran letalidad urbana.

Otro aspecto que El Comercio destacó o, más bien, denunció fue la situación de hacinamiento de los cuarteles del Ejército, cuna de posibles contagios. En las primeras décadas del siglo XX continuaría el azote amarillo urbano desde Tacna hasta Tumbes; en paralelo a la zona selvática que afrontaría su propia fiebre amarilla.

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