MI EX SE CASA
Santiago, uno de los chicos más guapos de la facultad -según muchos y muchas compañeras de estudios y juergas universitarias-, a mí nunca me gustó. Nos hicimos amigos en el último año a través de mi novio Héctor. Cuando nos veíamos no solo en la universidad, sino también en bares, discotecas y conciertos, no entendía su jale con las mujeres. Cada fin de semana tenía una nueva historia (hasta ahora no sé si estas fueron reales, inventadas o exageradas), pero me consta que muchas de las chicas que yo conocí pasaron por sus brazos, labios y sabe dios qué más.Santiago fue el novio más importante que tuve, si puedo decirlo de esa manera, por la intensidad y profundidad de nuestros sentimientos, además de una extraña y romántica coincidencia de ganas de enamorarse y dejarse enamorar. Los dos estábamos solos (bueno, él nunca tenía pareja estable), cuando ocurrió un inocente coqueteo en un cumpleaños que Joaquín, el hombre perfecto, celebraba en el Chili’s. Hacía tiempo que el grupo no se juntaba. Cuando Santiago se apareció ese día con un ya estrenado look de pelo largo, me atreví a decirle con la confianza de años de amistad: “Qué guapo estás”. Este fue el comienzo de una larga relación.
Nos comenzamos a ver más seguido. Cada encuentro, cada detalle que pasaba desapercibido para los demás era el más ardiente flirteo que he compartido jamás con nadie. Me gustaba y mucho, y también yo a él por lo que podía intuir, a pesar de que seguía saliendo con chicas a las que no tenía reparos en llevar a todos lados. Creo que él pensaba que esto lo hacía una especie de Casanova clasemediero limeño. Yo, a esa altura, no le hacía caso, sabía que en algún momento se acercaría a mí en el lugar que fuera y el coqueteo continuaría, cada vez más excitante. Todo se aceleró cuando se enteró de mi viaje a Barcelona. Se acabaron las otras y ya estábamos locos el uno por el otro. Compartimos en pocos días un romance muy apasionado. El día que nos despedimos prometió irme a buscar. Y lo hizo, tres meses más tarde.
Estaba saliendo de clases en la universidad, cuando una voz familiar me hizo voltear. No lo podía creer. Así pasaron tres meses increíbles en los que hicimos de Barcelona nuestra ciudad. Fue un invierno cálido y sorprendente. Sin embargo, por cuestiones de visas y estadías, nos tuvimos que separar. Él se fue y creo que ahí comenzó nuestro largo final. Nos queríamos mucho pero en los tres años que estuvimos juntos me dejó tres veces antes de subirse a un avión de regreso a Lima.
¿La razón? Luego del apasionamiento inicial, nos conocimos bajo la luz de la realidad. Sin dejar de lado mis defectos y fallas, él era un chico muy inmaduro, malcriado y con un horror al compromiso digno de película del nuevo cine de terror asiático. Lo irónico fue que cada vez que terminaba, regresaba al poco tiempo con promesas de un futuro juntos. Yo le volvía a creer y comenzaba otra historia que terminaba al poco tiempo. Hasta que una vez, antes de su última huida a Perú, dejó por casualidad su correo electrónico abierto en mi laptop y me enteré de que todo el tiempo que estuvimos separados había estado con otras mujeres.
Por primera vez lo mandé por un tubo y esa relación se terminó. Lloré mucho y tardé más de lo necesario en olvidarlo. Pero los años pasaron y desde mi regreso a Lima fue la única persona que siempre estuvo a mi lado. Cuando dejamos de tener sexo, algo en lo que siempre fuimos compatibles y que me dio la oportunidad de vengarme de alguna de sus infidelidades, nos convertimos en amigos. Buenos amigos.
Hacía meses que no sabía nada de él hasta que unos días atrás me llamó para anunciarme su próxima boda. Le pregunté como ocho veces si me decía la verdad. Cuando el tono de su voz me dijo que era en serio y me comenzó a contar los detalles, me quedé muda. ¿Dónde se quedó el hombre que nunca cumplió ni media promesa? ¿Qué había sido del hijito de mamá que fue tan egoísta con mis sentimientos y, seguro, con los de otras? ¿O simplemente no me amó lo suficiente cuando estuvimos juntos?
El panorama lo pintaba casi cómico. Se casa con una mujer mayor y no con las chibolas que tanto perseguía; jura estar enamorado, esta vez para toda la vida, y hasta piensa tener hijos, no del tipo hijos-imaginarios que inventábamos nosotros. Todo esto no me parecería tan extraño sino proviniera de Santiago, el eterno soltero. Mi ex, odiado por mi familia, mis amigas y por mí, claro.
Hemos quedado en vernos, quiere mi opinión sobre su matrimonio. No sé qué tanto le ayudará saber qué pienso, pero ya le dije que le deseo que sea feliz. Jamás me imaginé decirle esto, después de odiarlo y maldecirlo por tanto tiempo. Pero es verdad, mi ex amado Santiago. Con todo el cariño que te tengo, te pido, no vuelvas a engañar a nadie si todo esto es real y pon tus verdaderas cartas sobre la mesa. Sin embargo, si es una jugada más de mi tahúr favorito, sigue apostando, pero cambia de movida.