Despedida de soltera
¿Y SI LAS COSAS FUERAN AL REVÉS?
Hace dos semanas tuve que asistir a una de las últimas torturas de este nuevo siglo (para mí por supuesto): la despedida de soltera. Y no lo digo porque me moleste que alguien se case (al contrario, bien por ellos) sino porque me di cuenta, en una sola noche, cuán diferentes pueden ser para ambos sexos los tan de moda rituales de chau-chau-a-la soltería. La diferencia se puede resumir en una palabra: sexo. Llegué al punto de reunión con una botellita de vino pero me di contra miles de sabores de coctelitos más fuertes que un tequila, shots de gelatina y toda una decoración que mezclaba dos elementos: el color rosado y penes por todos lados. Globos, cañitas, piñata, coronitas y un disfraz reservado para la novia. Pensé que todo iba a quedar en una borrachera, pero claro que estaba equivocada, porque después de bailar Shakira, Britney Spears y Beyoncé nos recogió un autobús tamaño Tepsa cuyo interior parecía un burdel (no he ido a ninguno, pero me dejo influenciar por mi imaginación y la literatura); tenía unos farolitos de luz roja iluminando cada ventana (con la respectiva cortinita tapándola), un barman vestido de bombero que repartía tragos por todos lados a las ya bastante picadas invitadas y cotillón del supuesto color del amor: rosa.
Empezó el tour por varios bares, donde nos hacían bajar y hacer tonterías con la pobre gente que estaba en la calle. Así, la novia besó en la boca a un vendedor de chicles que resultó ser el marido de una cambista y tuvimos que salir disparadas antes de que llegaran los refuerzos vestidos con chalecos verdes que decían “dólares, euros”. Eso estuvo divertido. Pero lo “mejor” estaba reservado para unos minutos después.
No me podía dejar de reír del episodio del chocolatero cuando hizo su aparición el stripper. Bueno, en sus cinco versiones: el doctor, el policía, el marinero, el Zorro y por último, Tarzán, rey de la jungla de las mujeres reprimidas que a esas alturas de la noche se negaban a que el pobre hombre (que no estaba haciendo más que su trabajo) las toqueteara un rato mientras se quitaba la ropa en medio de insoportables grititos de auxilio. Como si no hubiesen visto a un hombre semidesnudo en su vida. Había un par de amigas de la novia que saben de este blog y no sé por qué se les ocurrió que yo era la más indicada para que el tombo-stripper y yo hiciéramos una performance. La verdad no recuerdo mucho porque los vodkas y las vueltas del bus habían hecho un efecto extraño en mi cabeza.
A la mañana siguiente, mientras me quitaba en la ducha la crema chantilly del cuerpo, tiraba a la bolsa de ropa sucia un lindo vestido hecho un estropajo y salpicado de todo tipo de alcohol, guacamole y otras manchas no identificables, y me trataba de teletransportar a la bodega más cercana para comprar tres Gatorades amarillos, pensé en mis amigos de la facultad. La mayoría eran hombres e intercambiábamos confidencias (mejor dicho, chismes), y entre ellas estaban los de ese mundo secreto y nuevo para mí, ese mundo del comportamiento de los chicos cuando están entre chicos.
Más de una vez me quedé con la boca abierta al escuchar que esas primeras despedidas de soltero consistían en emborracharse, emborrachar más al futuro marido y ¡sorpresa! llegaron las strippers, que no son comparables con ese chico en hilo dental que me había estado sobajeando la noche anterior simulando (solo simulando) el acto sexual ¿Por qué? porque a diferencia de nosotras, ellas no solo bailaban y provocaban, sino que su paga incluía tener sexo con el novio y con el ganador del sorteo que por lo general realizan los organizadores, es decir, los amigos del futuro esposo. Y ojo, no tengo nada contra las strippers, mi gran fantasía jamás cumplida es hacer un striptease en un lugar público pero para los ojos de una sola persona.
En las épocas de la universidad les tenía prohibido a esos novios de larga data e imaginarios futuros maridos/padres de mis hijos que tuve, tener una despedida de soltero. Me aterraba esa última “canita al aire” que se pudieran meter. Ahora pienso que todo eso es ridículo. La fidelidad no se mide por fechas. ¿Qué diferencia hay entre tirarte “por última vez” a otra un mes, una semana, tres días antes, el mismo día o un mes después de la boda? Si ya estás con una chica o chico, y ya decidieron los dos vivir su vida (así sea un lapso o la eternidad) juntos, ¿por qué existe una necesidad de ese último “tire”’? A mí me parece una reverenda estupidez. Es condenar a la fidelidad como algo malo de plano. Habría que probarla antes que descartarla por presiones externas.
Y aquí viene una interrogante que nunca me había hecho. Deben ser rezagos de machismo. ¿Qué pasaría si fuese la novia quién tiene ese último “tire” en su despedida de soltera? ¿Qué pasa si sus fieles amigas y las del novio la alientan y lo organizan? Si los novios de hoy, lo sé por observación participante, se ponen celosos de un stripper (y de su cuerpo), ¿qué dirían si la chica, esa misma que va a estar a su lado vestidita de blanco en el altar, se tira a un pata antes de comprometerse a que sea él su único compañero de cama? ¿Qué dirían de sus propias amigas como cómplices? ¿Qué pasaría? ¿Se cancelaría alguna boda? ¿O simplemente el otro bando callaría tanto como el masculino para que ellos no se enteren de nada?
Si algún día tengo una despedida de soltera, cosa que dudo, pero que es algo de lo que mis amigas se harán cargo, prefiero una borrachera con ellas en mi cantina favorita y terminar bailando música de los 80s –o 70s-, cantando, calatas en el mar o algo así. No quiero sexo de mentira (ni de verdad) con un hombre que cobra 50 dólares la hora, ni buses parranderos ni coronas en forma de pene. Llámenme aburrida, pero ya tuve muchas oportunidades de hacer el ridículo, las aproveché y hasta hoy me río cuando las recuerdo. Ahora me gustan otras formas de divertirme, y ninguna incluye ser “infiel”, solo una vez, antes que la muerte nos separe.
A ver, ¿quién se manda a opinar?
CANCIÓN PARA PONERSE EN LOS ZAPATOS (O ZAPATILLAS) DEL OTRO
UNO DE LOS STRIPTEASES MÁS DIVERTIDOS DEL CINE INGLÉS: THE FULL MONTY.
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