República Centroafricana: “Los grupos en conflicto están armando peligrosamente a la población civil”
Quien ha sido coordinadora de proyectos de Médicos Sin Fronteras (MSF) en la República Centroafricana (RCA), María Simón, hasta hace escasos días compara la situación de tensión actual con los momentos más álgidos del conflicto en el país, de 2013/2014. Si el conflicto entonces derivó en un enfrentamiento inter-confesional en el que los grupos armados eran adscritos a una religión (Séléka, musulmanes; Antibalaka, cristianos), en la actualidad son diferentes fracciones de los antiguos Séléka, los que se baten entre ellos. De acuerdo con las observaciones de MSF, la población civil está siendo armada en las zonas en conflicto de forma muy peligrosa, en un repunte de la tensión que recuerda, siniestramente, a los años 2013/14.
María Simón ©Juan Carlos Tomasi/MSF
En este último año las tensiones se han reproducido esporádicamente entre grupos Antibalaka y grupos exSéléka, pero desde hace unos meses el conflicto ha cambiado y los grupos ExSeleka comienzan a enfrentarse por el control del territorio. Todo ello con un componente, además, de persecución étnica, a la población Peuhl, seminómadas y, muchos, trashumantes ganaderos, con una tensión ancestral con las comunidades agrícolas. Los grupos ex-Seleka han llegado a aliarse con grupos Antibalaka para luchar contra el UPC (Unidad por Centroafrica, en siglas en francés), un grupo armado de mayoría Peuhl. Unos y otros están, asimismo, armando de forma masiva a la población civil, lo cual es muy preocupante, se puede desencadenar una espiral de violencia mucho mayor. Estamos viendo un incremento de tensión que no habíamos visto desde los momentos más terribles de la guerra de 2013/4.
Fue entonces cuando llegué por primera vez a RCA, en octubre de 2013, en los proyectos en el Norte, cerca de la frontera con Chad. Entonces se sucedían los episodios de violencia inter-confesional en Bangui, la capital, cuando los cristianos eran atacados y cuando luego lo fueron los musulmanes, engullida la población en la falsa dicotomía “o Séléka o Antibalaka”. Pese a que nuestros proyectos estaban en relativa calma, era difícil mantener la moral en nuestros compañeros, muchos de ellos provenientes de Bangui, muchos de ellos cristianos, que tenían que olvidar lo que estaban pasando sus familiares para tratar a pacientes musulmanes o a combatientes Séléka.
En el centro de salud Elevage, Bambari, RCA @Colin Delfosse/Ouf of Focus
Fueron momentos duros también cuando Kabo, en el Norte, se convirtió en zona de paso de los centenares de camiones que transportaban a musulmanes que tenían que ser evacuados de Bangui, amenazados de muerte. Miles de personas, mujeres, niños, ancianos, apilados en un viaje de días que los llevaba de la capital al exilio como refugiados en Chad o a campos de desplazados en el Norte. Muchas mujeres estaban embarazadas y, o justo habían parido en el camión o se encontraban de parto. En nuestro hospital tuvimos que atender asimismo a víctimas de los grupos de Antibalaka que habían disparado contra los camiones. Por fortuna las armas que portaban entonces eran rudimentarias, de caza y los heridos que llegaron no eran de gravedad extrema. En caso contrario, hubieran causado muchas más muertes. La gente llegaba exhausta, deshidratada, con hambre, y sobre todo, aterrorizada. Fue horrible.
Y por supuesto tengo que recordar que al final de mi primer período en RCA se produjo uno de los sucesos más complicados para MSF: la masacre de Boguila, en abril de 2014, causada, creemos, por un grupo de combatientes incontrolados, cuando el país se estaba ya dividiendo en dos áreas de influencia y cuando los Séléka ya habían sido oficialmente disueltos. En el robo al hospital fueron asesinadas 19 personas, tres de ellos miembros de MSF. Fue un mazazo muy duro. Los proyectos en los que MSF está presente suspendieron actividades por un tiempo, excepto las de emergencia. Hay que dejar claro que cuando un hospital es atacado se ataca a toda la comunidad a la que sirve, a las mujeres que están de parto, a los afectados por malaria o a los propios combatientes si resultan heridos.
La situación a mi regreso en 2016 fue para mí casi de sorpresa, con Bangui en una seguridad relativa, con elecciones generales que se habían celebrado en relativa calma gracias a un pacto de no agresión firmado por los grupos armados. Se había producido un regreso paulatino de ONG que durante la guerra y el golpe de estado de los Séléka evacuaron. Pero pese a todo y pese a un conflicto latente que eclosionaba en episodios de violencia, nunca se han reunido los fondos necesarios para cubrir las necesidades humanitarias en RCA. Naciones Unidas calcula que son más de dos millones, casi la mitad de los habitantes del país, los que dependen de ayuda externa, unos 400 millones de dólares. No se ha llegado a fundar el 13% de esta cifra.
La reproducción del conflicto actual -del que MSF es testigo indirecto en el incremento en número de heridos o en la atención a desplazados y testigo directo, como lo fueron nuestros equipos el mes pasado de ejecuciones de seres humanos a machetazos-, suponen y hacen prever más sufrimiento y miseria para la población; una población que ya está muy desmoralizada, desesperada y al límite de sus fuerzas, con ganas sólo de que todo pare, de que todo esto termine, para aspirar a una vida normal, suspendida desde hace años. Eso no sucederá en un país donde la normalidad es la impuesta por las armas. Esta normalidad inaceptable también tiene sus consecuencias para los trabajadores humanitarios: la RCA ocupó el pasado año el segundo lugar de países del mundo en que más incidentes violentos sufrieron (sólo después de Siria). Eso por sí solo ya es un síntoma de cuán difícil es la situación. Si los humanitarios son víctimas de la violencia, sólo cabe imaginar cuál es el alcance de la violencia entre la población civil. Hay que recordar que la tensión actual ha creado 100.000 nuevos desplazados, con lo que el número de los que han huido de sus casas asciende a 400.000 y el de refugiados a otros 400.000. Eso es un millón de personas, en un país que no llega a los cinco millones de habitantes. Es inaceptable e inasumible.