En Libia, es huir al mar o morir
La intensificación de los conflictos y la inseguridad en Libia están causando que miles de personas huyan, arriesgándose a viajar en embarcaciones poco aptas para navegar por el Mediterráneo. El 20 de diciembre de 2019, el barco de búsqueda y rescate Ocean Viking rescató a 112 personas de un bote de goma que se encontraba a 32 millas náuticas de la costa libia.
El pasado 21 de diciembre, el Ocean Viking se acerca a un bote de madera en peligro. A bordo hay 50 personas, 12 de ellas son niños. Copyright: Johan Persson
De estas personas, 21 sobrevivieron a un mortal ataque aéreo en el centro de detención de Tayura que sucedió cinco meses antes. Las historias que contaron a los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) resaltan la difícil situación de los migrantes y refugiados en Libia, que están abandonados en el limbo, atrapados en medio del fuego cruzado de un país en guerra y en un ciclo interminable de violencia.
Por Natasha Lewer, MSF
Es una hora antes del amanecer del 20 de diciembre y solo se alcanza a vislumbrar un pálido resplandor flotando en el mar. El bote de goma de color blanco, como descubrimos más tarde, estuvo a la deriva toda la noche en aguas internacionales frente a las costas de Libia con 112 personas a bordo.
La proa del barco llevaba ya un tiempo perdiendo aire y las personas a bordo estaban comenzando a entrar en pánico. Si el Ocean Viking, el barco de búsqueda y rescate que operamos junto a SOS Méditerranée en el Mediterráneo central, hubiera llegado 30 minutos después, podría haber sido demasiado tarde.
Pero los rescatistas que viajan en sus botes inflables naranjas de casco rígido llegaron justo a tiempo. Comenzaron transfiriendo a 15 personas a una balsa salvavidas para aliviar la presión sobre el hacinado bote de goma. Luego, a medida que el cielo se llenaba de luz, empezaron la delicada operación de rescate que consiste en transportar personas (12 por viaje) de regreso al Ocean Viking.
Los primeros en llegar a nuestro barco fueron las mujeres y los niños pequeños, los bebés son apenas visibles dentro de los voluminosos chalecos salvavidas. Los últimos en llegar, unos jóvenes somalíes con el cabello corto y descalzos, quienes sonríen aliviados al pisar la cubierta.
Más de la mitad de las personas rescatadas esa mañana provenían de Somalia, y casi la mitad de ellas (18 hombres, dos mujeres y un bebé) viajaban juntas. Más tarde, ya secas, alimentadas y descansadas, se reagrupan en uno de los muchos contenedores utilizados como refugios y hablan del lugar donde se conocieron.
El infierno está en Libia
“Nos conocimos en Libia”, relata Hassan, un joven con un rostro en forma de corazón. “Estábamos todos juntos en el centro de detención de Tayura”, recuerda
Tayura es uno de los centros de detención oficiales de Libia, un lugar donde los migrantes y refugiados son retenidos arbitrariamente, a menudo en condiciones extremas, por un período de tiempo indefinido.
“No soy un criminal, pero estuve en prisión [en Libia] durante tres años”, dice Hassan. Comenta que lo mantuvieron bajo condiciones inhumanas, obligado a realizar trabajos forzados y castigado regularmente por los guardias, a quienes se refiere como ‘policías”.
“No había luz del sol en Tayura”, explica Hassan. “Había mujeres con bebés pequeños. Nos mantuvieron en hangares cerrados, hombres y mujeres separados. Nos llevaban a trabajar todo el día y volvíamos a medianoche. Fuimos castigados por la policía. Ellos se llevaron a las mujeres y las abofetearon y violaron”.
Una de las jóvenes, vestida con un abrigo rojo y con un bebé sobre su regazo, asiente con la cabeza en silenciosa confirmación.
“No respetan a las mujeres, no respetan a los bebés, no respetan a nadie”, dice Hassan. “Si intentas escapar, te disparan”.
A principios de abril de 2019 estalló un conflicto entre las fuerzas del Ejército Nacional Libio (LNA) de Khalifa Haftar y el Gobierno del Acuerdo Nacional (GNA). En julio, la línea del frente se acercó a Tayura, en el sureste de Trípoli, la capital libia, y ambas partes lanzaron cada vez más ataques aéreos y con drones, incluso en áreas densamente pobladas.
El centro de detención de Tayura, ubicado cerca de un depósito militar, fue alcanzado por los bombardeos por primera vez en la noche del 7 de mayo, y la metralla por poco alcanzó a un bebé. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) pidió que se evacuara el centro de detención.
Sin embargo, dos meses después, 600 hombres, mujeres y niños seguían encerrados en el centro de detención de Tayura cuando este fue alcanzado por dos ataques aéreos durante la noche del 2 de julio. Al menos 50 personas fallecieron de forma instantánea. Fue el incidente más mortal para los civiles desde el comienzo del conflicto.
“El primer ataque aéreo fue cerca del hangar donde me encontraba”, explica Faduma, la joven del abrigo rojo. “Cuando sucedió, las puertas estaban cerradas y estaba oscuro. Nadie vino a abrir las puertas, nadie vino a ayudarnos”.
Faduma dice que, tras el pánico que siguió al ataque, varias personas salieron del hangar e intentaron escapar pero “los policías las persiguieron para llevarlas de vuelta a un hangar y encerrarlas. El lugar donde encerraron a estas personas fue donde cayó la segunda bomba. No se podía ver nada, solo rocas y sangre”.
Según los informes oficiales, las víctimas del ataque aéreo que golpeó el sitio para los hombres fueron sobre todo hombres, pero la explosión también dañó el sitio para las mujeres. Faduma dice que fue herida, y tanto ella como Bilan fueron llevadas al hospital.
Una mujer embarazada de gemelos, rescatada en octubre por el Ocean Viking, nos explicó cómo casi tuvo un aborto tras encontrar el cuerpo de su esposo, quien falleció en el centro de detención de Tayura esa misma noche.
Muchos de los supervivientes quedaron psicológicamente traumatizados por la experiencia, como lo atestiguaron nuestros equipos en Libia que les proporcionaron primeros auxilios psicológicos en los días posteriores al atentado. “Hubo personas que se volvieron locas después del ataque aéreo”, asevera Faduma.
53 personas murieron en Tayura ese día, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), pero los sobrevivientes rescatados por el Ocean Viking aseguran que el número de muertes fue casi el doble.
“Muchas personas murieron en Tayura, más de 100″, dice Hassan. “En ese hangar había más de 105 personas. Yo conocía a todas las personas que murieron”.
Después de ser dadas de alta del hospital, tanto Faduma como Bilan fueron trasladadas al centro de reunión y salida de la ONU (conocido como el GDF) en Trípoli, creado en 2018 como un centro de tránsito para personas vulnerables que esperan ser reubicadas.
Otros sobrevivientes se dirigieron al hacinado GDF en los días posteriores al bombardeo pero, según este grupo, no se les permitió ingresar al centro a pesar de ser extremadamente vulnerables.
“Había personas en Tayura sin padre, sin madre, sin familia, sin nada; viviendo en la prisión [centro de detención]. ACNUR los rechazó”, dice Bilan. “Dijeron que no iríamos a ninguna parte”.
Según este grupo, solo 45 sobrevivientes del ataque aéreo pudieron permanecer en el GDF y esperar su reubicación. Los demás tuvieron que abandonar el centro y valerse por sí mismos en las calles de Trípoli. Faduma permaneció en el GDF durante cuatro meses, pero finalmente también tuvo que irse. Hassan describe cuán desesperados se sentían todos, sin “ayuda ni trabajo, sin saber a dónde ir ni a dónde moverse”.
En los últimos nueve meses, a medida que el conflicto se intensificaba, cada vez más migrantes y refugiados se han visto obligados a valerse por sí mismos en las calles de Libia. Un puñado de centros de detención oficiales libios, incluidos los de Joms, Kararen y Qasr Bin Gashir, han sido cerrados; mientras que las personas interceptadas en el mar y devueltas a Libia por la guardia costera libia se ven obligadas a valerse por sí mismos y sin ayuda.
En las calles corren el riesgo de ser secuestrados por bandas criminales, traficantes de personas y milicias, corren el riesgo de ser llevados a centros de detención no oficiales, donde están expuestos a violencia física, trabajos forzados, extorsión y son vendidos a redes de tráfico de personas.
“El pueblo somalí se enfrenta a dificultades en Libia”, dice Mahad, un hombre mayor con una camisa verde. “Los somalíes no pueden caminar por la ciudad porque pueden ser atrapados por los contrabandistas. El GDF era un lugar seguro pero, ¿cómo pueden sobrevivir afuera, quién los va a ayudar?”.
Sintiendo que se habían quedado sin opciones, este grupo de somalíes decidió intentar cruzar el Mediterráneo central en un bote de contrabandistas, a pesar de los riesgos.
En 2019, según la OIM, 753 personas (dos al día), murieron o desaparecieron en el Mediterráneo central, la ruta migratoria más mortal del mundo.
“Cuando salimos del GDF fuimos directamente al mar”, relata Hassan. “Encontramos a alguien que nos llevara en un bote. Pagamos alrededor de 2,000 dinares [1.280 euros] cada uno”.
Salir de Libia por mar estuvo lleno de dificultades. Hassan hizo cuatro intentos separados, pero en cada ocasión su barco fue capturado por la guardia costera libia, y devuelto a la fuerza a Libia, un país sumido en la guerra. La guardia costera libia está entrenada y financiada por la Unión Europea.
Hassan dice que las personas en el mar también son interceptadas por traficantes, quienes las devuelven a Libia y posteriormente las venden a otros traficantes.
“Los libios [las pandillas criminales] secuestran a personas en el mar”, dice Hassan, “y las devuelven a Libia, a una prisión. Después te venden. El contrabandista llega y dice ‘Necesito 10 personas. Tráeme a 10’. Frente a ti, dirá: ‘Estos 10 son tuyos, tómalos’. Es trata de esclavos”.
Y ahora, ¿Europa?
El nivel de ruido en el refugio está aumentando. Todos hablan a la vez sobre los horrores, peligros y tratos indignos a los que fueron sometidos durante su estancia en Libia. Sus voces urgentes compiten con el sonido de los cantos árabes y los tambores de África occidental mientras las personas en la cubierta celebran su rescate. Durante esa larga noche en el bote de goma desinflado, quienes iban a bordo estaban convencidos de que iban a morir.
Faduma levanta la voz para ser escuchada por encima del estruendo. “Sabes que en Somalia ha habido conflictos y guerras durante años”, dice ella. “Es por eso que escapamos de Somalia, es por eso que estábamos buscando una manera de llegar a Europa. Pero lo que vivimos en Libia fue mucho peor que cualquier cosa que experimentamos en Somalia”.
Faduma y sus compañeros sobrevivieron a un conflicto en su propio país, a un viaje difícil, a la detención en Libia, a un ataque aéreo mortal y un peligroso viaje a través del Mediterráneo. Finalmente, dos días después de ser rescatados por el Ocean Viking, Italia aceptó ofrecerles el desembarco en un puerto seguro.
Mientras esperan desembarcar en el puerto de Taranto, los somalíes están expectantes y ansiosos. La cubierta, previamente estridente y llena de movimiento, está en silencio y paralizada. Una por una, las personas rescatadas comienzan a sostener las bolsas que contienen sus pocas posesiones y a caminar por la escalerilla para bajar del barco. Se dirigen hacia una multitud de funcionarios que visten máscaras faciales y trajes protectores, hacia una ciudad hecha de tiendas de campaña que fue instalada rápidamente en el muelle, para encontrarse con la oportunidad de comenzar una vida nueva y más segura en Europa.
Durante la última semana, al menos 1.100 personas han intentado escapar de Libia cruzando el mar Mediterráneo, y al menos 602 de ellas (incluyendo muchas mujeres y niños) han sido interceptadas y retornadas forzosamente a Trípoli por la guardia costera libia. Mientras tanto, nuestros equipos en el terreno en Libia han reportado nuevos enfrentamientos y fuertes bombardeos.
Con la creciente inseguridad y sin un lugar seguro a donde ir, ¿cuántas personas más no tendrán otra opción que arriesgar sus vidas en un barco no apto para navegación para intentar cruzar el Mediterráneo central?
*Todos los nombres han sido cambiados.