Escalera al cielo
Mis piernas duelen pero mi cuerpo se siente bien, como nunca antes. Acabo de regresar de una caminata de dos días con mis amigos desde el Valle Sagrado hasta Lares (atrás de la cordillera). Lo que he visto y sentido, queridos lelos, es algo que quisiera saber transmitir pero no estoy seguro de poder hacerlo. Lo único que puedo decir, quedándome corto, es que me siento afortunado de estar acá, hoy y ahora, en Cusco.
Día 1
El plan era encontrarnos a las dos de la tarde en Huarán -hermoso pueblito que no conocía- a media hora de Urubamba como quien va hacia Pisaq. Como llegué antes creí conveniente esperarlos con un buen vaso de frutillada. Estaba tan rica que fueron dos. Después compré una botella entera porque me parecía que mis amigos debían disfrutarla también. Entonces llegaron: los abrazos de costumbre y a andar.
El camino desde el comienzo prometía. Huarán es un pueblo chiquito abundante en agua gracias a las montañas nevadas aledañas. El plan era llegar en tres horas hacia Cancha Cancha, para dormir ahí y a la mañana siguiente enrumbar con todo a Lares. Partimos por una trochita pegada al río y subíamos cada vez más, mientras Huarán se hacía más chiquito. Después ya no lo vimos. Mientras nos aproximábamos a la hora del atardecer era un goce ver cómo el sol tiraba sus rayos entre las montañas, pintándolas consecutivamente, una tras otra.
Llegamos a Cancha Cancha casi a las seis de la tarde, con paradas al costado del río para comer chicharrón, gomitas de cacao, manzanas, panes y beber frutillada. Este pequeño poblado se encuentra en una pampa abierta entre las montañas de la quebrada y no debe tener más de quince casitas y un colegio. No hay una tienda, un poste de luz ni señal de celular. Rápidamente alguien del grupo tramitó para que una familia campesina nos albergue en su casa y nos ofrecieron a los nueve un cuartito de adobe con tres colchones.
Hay hoteles cinco estrellas y otros millones de estrellas. Este era de los segundos. Ya era casi noche y salí a ver Cancha Cancha mientras se apagaba todo. Había un nevado del cual se veía su puntita, entre la niebla. La luna en cuarto creciente brillante como nunca y esta pampa sagrada con algunos burritos y llamas pastando entre casas que parecían de duendes. Al volver la familia que nos alojaba nos trajo papitas nativas y ponche para el frío. Entre todos los viajeros jugamos adivinanzas, hubo chistes, unas copitas de ron para calentar los intestinos, conversaciones sobre los relámpagos, un par de cuentos y a la cama. Nos picaron las pulgas a todos por igual.
Día 2
Se supone que nos levantaríamos a las cinco pero lo hicimos casi a las siete de la mañana. Desayunamos rico y rápido y arrancamos con las pilas puestazas. La ruta era directamente hacia el abra o punto más alto de la montaña, a la cual llegamos en tres horas. Había cuestas duras, con una suave garúa que hacía la tierra resbalosa. Yo a veces no dejaba de pensar en Lares y sus aguas termales, pero recordaba esto de que cuando uno camina no tiene que pensar en el destino sino tan solo en su siguiente paso.
Pensaba en mi siguiente paso cuando pasamos por lagunas y el clima del abra nos atravesaba por las casacas polares, en una mezcla extraña de frío y calor. Los que nos mareamos un poco chaqchamos hoja de coca y ya en el abra nos detuvimos a descansar y celebrar que estábamos arriba, en el punto más alto frente a un nevado espectacular. Respirábamos hielo. Pero faltaban cinco horas más de caminata.
Seguimos y después del abra, salvo algunas partes, todo fue bajada. Así llegamos a una gran laguna con la lluvia más fuerte cada vez. Empapaditos todos, hechos barro. Una amiga tenía un reproductor de música con parlante y escuchamos todito el Animals de Pink Floyd. Sobra explicar cómo suena Pink Floyd en un lugar así.
(Esto rondaba a veces por mi cabeza: gracias madre naturaleza por tenerme sanito para poder ver tus regalos tan de cerca. Me siento infinitamente afortunado de vivir dentro de ti).
Un pequeño descanso en la laguna con salchichas ahumadas (milagrosas) de Huarán y seguimos. Panchito propuso ir a la cascada -llamada Canchis Packcha por sus siete caídas de agua- a darnos un helado chapuzón a lo cual me apunté sin pensar. Sin pensar también corrimos hacia allá para tener el cuerpo caliente y sin pensar calatos todos entramos bajo el chorro helado de agua. Es interesante lo que hace el cuerpo para autorregularse porque después de los cuchillos gélidos me sentía con menos frío y en perfecto estado. Emocionados y encumbrados bajamos corriendo para retomar el camino, nuevecitos, con más fuerza que nunca hasta Lares. A las tres de la tarde llegamos a Qiswarani y bajamos volando hacia la carretera que nos dejaba a solo ocho kilómetros del destino final. En ese momento ya había la opción de tomar carro pero algunos decidimos acabarlo todo a pie. Y así fue, a las seis de la tarde llegamos al pueblito de Lares, donde almorzamos un pollo broster de carretilla y luego nos fuimos derechito a las aguas termales.
Es curioso, tomé fotos durante todo el camino, pero no tomé una de Lares. Parece que efectivamente estuve concentrado en mi próximo paso más que en el destino. Les debo un post sobre Lares, ¡lo merece por completo!