Lima vio nacer un Cristo nuevo
A Marcos Huapaya Ávila le tomó siete años de su vida cumplir con uno de sus más preciados sueños: crear la imagen de un Cristo Nazareno. Utilizando madera, yeso, cartón y piedra, el joven escultor logró concluir su obra durante las festividades por Semana Santa de 1935 y presentarla al público en el patio de su taller.
Perder a su padre a muy temprana edad lo obligó a trabajar y apoyar económicamente a su madre. Su entusiasmo fue apreciado por su padrino de bautizo, quien le ofreció trabajo en un taller de empastado de libros. Ahí logró instruirse con la lectura de enciclopedias y obras literarias.
Pero su pasión por el arte hizo que en el verano de 1916 iniciara sus estudios de escultura y restauración en la Antigua Academia Concha, de donde egresó a los 19 años, en 1918, con el objetivo de ahorrar y abrir su propio taller. Un año después su dedicación rindió frutos. Huapaya Ávila abría las puertas de su taller, al que llamó Clínica de muñecas y restauración de objetos de arte. El establecimiento, según algunas versiones, fue el primero en su rubro en Lima y estaba ubicado en la entonces calle Zamudio 630, hoy jirón Cusco.
La acogida fue inmediata y el negocio crecía. Marcos Huapaya y su esposa, Maximiliana Alvear, decidieron especializarse en la fabricación y restauración de imágenes de yeso, madera y cartón.
Esa devoción por las imágenes hizo que en 1928 iniciara una de sus mayores obras, crear un Cristo Nazareno cargando la cruz sobre sus hombros. “Mi madre contaba que la fe de mi padre por las imágenes hacía que sus manos moldearan y tallaran piezas hermosas. Los ratos de ocio de papá eran los ideales para trabajar al Cristo”, cuenta Yvonne Huapaya Alvear, la última de los ocho hijos de la familia.
Siete años después, en abril de 1935, durante las celebraciones por Semana Santa, el escultor concluyó su obra de aproximadamente 1,65 m y la puso en venta. Sin embargo, al cabo de unos días el destino de la imagen del Cristo Nazareno viró. “Mi padre pensó venderla, pero no imaginó que días después una mujer le entregaría un cordón blanco para la imagen. Ella decía que el Cristo le había hecho un milagro. Desde ese momento los fieles empezaron a llegar al taller”, recuerda Yvonne.
La familia Huapaya improvisó en la entrada de la casona donde vivían un centro de oración particular, el cual era visitado por gente de diferentes estratos sociales, quienes hacían cadenas de oración y ofrecían misas en honor a la imagen, que recibió el nombre de Señor de la Caída.
“El nombre que mi padre le dio a la imagen fue en honor a la pasión de Jesús, acto venerado fielmente por mi abuela, su madre. Además, la familia tenía un fundo en San Antonio, en Mala, llamado La Caída; todas estas cosas hicieron que él lo nombrara como tal”, precisa Huapaya Alvear.
Los testimonios de los fieles dan cuenta de ciertos hechos sorprendentes, como curarse de una enfermedad o mejorar la salud, atribuidos a sus oraciones ante la imagen del Cristo Nazareno. Sus devotos son principalmente adultos mayores.
El número de fieles fue creciendo con los años. En vista de ello, algunos aprovecharon para crear estampitas del Señor de la Caída y comercializarlas. “Estas cosas indignaron a mi padre. Él se sentía culpable por no poder evitarlo y por eso decidió anular todo tipo de actividad con fines de lucro”, señala Ivonne Huapaya.
Para este fin, Marco Huapaya solicitó en febrero de 1946 el reconocimiento como propiedad intelectual de la escultura. Al año siguiente, en 1947, a través de la Resolución Suprema 2949, las autoridades resolvieron reconocer a favor del escultor derechos de propiedad intelectual con todos los beneficios estipulados en la ley del 8 de noviembre de 1849. La decisión advertía que las estampas, oraciones y detentes eran entregadas de forma gratuita en el oratorio de la imagen.
Luego, Marcos Huapaya y su familia decidieron mudarse a Jesús María, donde construyeron una casa que incluía un espacio para ser utilizado como centro de oración. Desde aquel año hasta hoy, el Cristo descansa en su santuario ubicado en la tercera cuadra de la Av. República Dominicana, frente al mercado San José. Hasta ahí cientos de fieles lo visitan y oran.
A sus pies reza un mensaje para sus devotos, “No me deis limosnas ni milagros, si verdaderamente tenéis fe en mí”. Unos se arrodillan ante la imagen, otros tocan el vidrio del santuario, pero todos buscan elevar sus peticiones y agradecerle “su infinita pasión”.
Tras la muerte de Marcos Huapaya, el cuidado de la imagen quedó a cargo de su hija Ivonne, quien abre las puertas del oratorio de 8:30 a.m. hasta las 9:00 p.m. “Es gratificante seguir con la tarea de mi padre, y ver que su obra genera tanta devoción. Esto es una bendición para mi familia”, culmina entre sollozos.
(Sulma Huaringa)
Fotos color: Leslie Searles/ El Comercio
Fotos B/N: Archivo Familiar