La caída del águila: a 50 años del asesinato de JFK
Se cumplen 50 años de la muerte de John Fitzgerald Kennedy (Boston 1917- Dallas 1963), el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América. Líder del Partido Demócrata, Kennedy se encontraba desde el día anterior en Texas, y esa mañana soleada en la ciudad de Dallas tenía que dar dos conferencias más. Durante la caravana que lo conducía a la primera de estas, un disparo certero acabó con su vida. Huellas Digitales cuenta los detalles alrededor de este magnicidio.
Fue viernes exactamente. Viernes 22 de noviembre de 1963, un viernes de hace 50 años. La muerte de un gran líder siempre conmueve, altera el orden, escandaliza al mundo. El asesinato de John F. Kennedy (JFK), de 46 años de edad, remeció los cimientos de una nación que vio incrédula cómo su ‘Gran Jefe’ se desplomaba en su auto descapotado como un muñeco sin vida.
Después del mediodía, se escucharon hasta tres disparos, pero el mortal atravesó la garganta y salió detrás de la cabeza del presidente, dijeron los médicos. Su cuerpo languidecía en el auto, en plena Main Street de Dallas. El grito de horror de ‘Jackie’ Kennedy siguió a la agonía de algunos minutos.
Llevaron a JFK al Parkland Hospital, a su lado estaba ‘Jackie’, su esposa, quien al salir ilesa pudo sostener la cabeza del presidente durante el dramático trayecto. El traje sastre rosado de la primera dama norteamericana estaba bañado en sangre. Esa fue la imagen de segundos que todos recuerdan en los videos históricos. A la una y diez de la tarde, 40 minutos después del disparo asesino, JFK expiraba tras un paro cardíaco.
También fue gravemente herido en el hombro derecho el Gobernador de Texas, John D. Connolly, quien viajaba en el mismo automóvil, frente a Kennedy. Nadie preguntaba por él. En ese momento solo importaba lo que le sucedía al carismático político.
Kennedy había sido el primer presidente católico de los Estados Unidos. De origen irlandés, había jurado el cargo el 20 de enero de 1961. Y en Dallas acababa de llegar -el día anterior estuvo en San Antonio- para iniciar su campaña de reelección presidencial. Por eso sonreía, saludaba, entregado al pueblo en su famoso auto descapotado que avanzaba del aeropuerto al edificio del ‘Dallas Trade Mart’, donde iba a dar un discurso.
Las palabras de orden las traía impresas, y estas terminaban de una manera muy premonitoria: “Nosotros, los de esta generación, somos -más por el destino que por elección propia- los encargados de defender las murallas de la libertad mundial (…). Ese debe ser nuestro objetivo y la justicia de nuestra causa debe acompañar siempre a nuestro poderío. Pues como se escribió hace años: ‘A no ser que Dios proteja la ciudad, los guardias vigilan…pero en vano’”.
Era un día alegre. Incluso ‘Jackie’, pese al intenso sol, se había despojado de sus inmensos anteojos oscuros para acompañar en el contacto visual a su esposo, minutos antes de su muerte.
El público lo sintió cerca, espontáneo, firme; había en él un auténtico visionario y un hombre de carácter. Quizás por todo ello el pueblo norteamericano sintió que se lo arrebataban con una violencia brutal imperdonable.
Testigos en el terreno de los hechos indicaron que vieron la punta de un fusil sobresalir y luego retirarse del borde de una ventana de un edificio de oficinas.
La Policía de Dallas encontró el arma homicida, era un Máuser, de fabricación alemana, con una mira telescópica adherida a él. Los disparos se realizaron desde un quinto piso del edificio ‘The Texas School Book Depository’.
El nombre del asesino se supo ese mismo día, aunque solo lo daban como “principal sospechoso”. Se trataba de Lee Harvey Oswald (24), quien no solo trabajaba en el edificio, sino que fungía de presidente de un curioso ‘Comité de Juego Limpio con Cuba’.
Oswald se había escondido en una sala de cine, donde fue detectado por dos policías. Tras una balacera, abaleó a un agente antes de ser capturado. “Ha terminado todo”, gritó el enajenado, quien luego se declararía inocente, pero terminaría también asesinado el domingo 24 de noviembre de un balazo a boca de jarro en el pecho, en medio de un confuso incidente cuando era trasladado a la cárcel del condado.
Posmortem
Dos horas después del hecho criminal, a las 2 y media de la tarde, juró el cargo de presidente de los Estados Unidos, el vicepresidente Lyndon B. Johnson, también miembro de la comitiva de Dallas (estaba ubicado en otro auto, a unos metros de distancia).
La juramentación se realizó abordó del avión presidencial, cuando todos -incluido el cuerpo sin vida de JFK- retornaban a Washington D.C.
En el Perú, el presidente Fernando Belaunde Terry expresó sus condolencias al embajador norteamericano Wesley Jones a nombre del pueblo peruano. El funcionario, evidentemente afectado, declaró: “Este es un golpe muy terrible para nosotros”.
No solo aquí, todos los países latinoamericanos estaban consternados por el asesinato. La región consideraba a JFK un líder mundial y muy cercano a nuestros países por su iniciativa de la ‘Alianza para el Progreso’.
El Gobierno de Belaunde decretó, ese mismo 22, ‘Duelo Oficial’ el día de las exequias presidenciales. Y las cámaras legislativas también cesaron sus funciones en gesto de respeto y luto.
Fue un gobierno breve el de Kennedy, menos de tres años. En esas horas aciagas, todo norteamericano recordaba ese primer discurso como presidente de su país, el 20 de enero de 1961, cuyas palabras marcó su tiempo: “No preguntéis lo que vuestro país puede hacer por vosotros, preguntad lo que podéis hacer por vuestro país”.
John F. Kennedy fue el cuarto presidente asesinado en los Estados Unidos. El primero fue Abraham Lincoln (1832), el segundo James Abraham Garfield (1881) y el tercero William McKinley (1901).
(Carlos Batalla)
Fotos: Agencias
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