César Miró: a 15 años de su muerte
El 8 de noviembre de 1999 el siglo XX terminaba junto con la vida de César Miró. A las 6 de la tarde, a los 92 años, el compositor de ‘Todos vuelven’ abandonó esta vida. Desde entonces pasea en la memoria de millones de personas. Miembro de la Academia Peruana de la Lengua, entre otros cargos, Miró fue, ante todo, un artista excepcional. Un hombre de mil facetas.
No solo fue un culto periodista y literato de rica sensibilidad, sino también un fino dibujante. Su nombre completo era César Alfredo Miró Quesada Bahamonde (1907-1999), y estudió en La Inmaculada en los años 20, de donde partía para leer, horas de horas, en la Biblioteca Nacional de la avenida Abancay.
¿Qué leía? Sus amigos dicen que en esos años revisaba febrilmente los poemas de Francisco de Quevedo, y también los cuentos y novelas de Fedor Dostoievski y Leon Tolstoi. Pero su autor predilecto fue el novelista Marcel Proust, a quien admiró al punto de hospedarse en Francia en los lugares por donde pasó en vida el escritor galo.
Amigo de Mariátegui
Aún en el colegio participó en la elaboración de periódicos escolares, pero sorprendió más cuando poemas suyos de la adolescencia se publicaron en la revista “Amauta”, de José Carlos Mariátegui, quien le tenía consideración personal. Como el propio Miró dijo en una entrevista: “el aprecio era a la persona, no a su ideología”.
Esos juveniles poemas aparecerían en Buenos Aires, Argentina, bajo el título de “Cantos del arado y de las hélices” (1929). La publicación se debió a las gestiones del poeta peruano Alberto Hidalgo, residente en esas tierras gauchas. El gobierno de Leguía lo apresó “por motivos políticos”, junto con Jorge Basadre, encerrándolos en la isla San Lorenzo. Luego, fue deportado a México.
Don César trabajó en Hollywood, en la Paramount, en la parte de la escenografía de una cinta relacionada con el Perú: “El tesoro de los incas”; también se aventuró a actuar en la cinta “El milagro de la calle mayor”; y hasta participó en la elaboración del guion del filme “El Cadillac amarillo”.
Al regresar al Perú, colaboró en el diario El Comercio con artículos y notas en las que se hizo conocido como ‘César Miró’. Fue un buen lector y dedicado estudioso de nuestro tradicionalista Ricardo Palma, de quien se volvió un especialista.
Finamente criollo
Casi se podría decir que hoy no hay ningún peruano que no haya escuchado, alguna vez en su vida, el vals ‘Todos vuelven’ (‘Todos vuelven a la tierra en que nacieron, / al embrujo incomparable de su sol, / todos vuelven al rincón donde vivieron, / donde acaso floreció más de un amor”). Es su más conocida composición, con música de Alcides Carreño, que no fue escrita en un paraje del Perú, sino en Estados Unidos, y en el inicio no fue un vals, sino una canción pensada para el guion de una cinta que no llegó a filmarse.
A su retorno, la transformó en un auténtico vals. Y así lo cantó por primera vez, en 1943, Jesús Vásquez. Por una rara coincidencia, la otra canción famosa que compuso, “Malabrigo”, también la hizo pensando en una película que supuestamente haría con la colaboración de su amigo José María Arguedas. La canción quedó para la gloria del autor.
Miró era un limeño de los de antes: con gracejo e ingenio a flor de piel. Por eso su vínculo con el criollismo musical no sorprendió a nadie. A “Todos vuelven”, el canto del inmigrante, y al triste con fuga de tondero “Malabrigo”, se sumaron canciones como “Se va la paloma”, dedicado a la Virgen del Carmen de Barrios Altos.
Hombre de inquieto espíritu
Fue también miembro de la Academia Peruana de la Lengua y de la Sociedad Bolivariana; así como embajador del Perú en la Unesco. No obstante, muy en el fondo, Miró tenía el espíritu de un viajero impenitente.
En los años ‘50 trabajó en el Ministerio de Educación, en la Dirección de Cultura (antecedente del INC); asimismo, enseñó Historia de la cultura y obtuvo el grado de doctor en Literatura en Francia. Su tesis se tituló: “La imagen del Perú en Voltaire”. Sería incluso presidente vitalicio de la Asociación Peruana de Autores y Compositores (Apdayc).
Aunque suene extraño decirlo, y a pesar de haber hecho todo lo enumerado, Miró tenía un curioso título profesional: contador público, pero nunca ejerció la carrera. Lo que sí disfrutó hacer es radio y televisión. Esos medios eran un imán para él. Se sentía un comunicador nato, y sin duda fue uno de los primeros “promotores culturales” del país. De eso podían dar fe personajes como Humberto Martínez Morosini y Luis Jaime Cisneros, con quienes trabajó.
Siempre vivió orgulloso de sus orígenes, porque intuyó que su dedicación a las letras y al periodismo provenía de la fuente nutricia familiar. Fue hasta el último momento un hombre agradecido con la vida y nunca dejó de expresar su profundo amor al Perú.
Una semana después de su muerte, en el Suplemento El Dominical, el editor y escritor Alonso Cueto recordó una frase del compositor: “Para mí no hay nada mejor que levantarme una mañana y escribir algo”. Miró representó eso: el placer maravilloso de una vida sencilla.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio