Yungay: a 45 años del peor terremoto de la historia peruana
El día que ocurrió el terremoto de cerca de 8 grados, el 31 de mayo de 1970, se inauguraba el Mundial de Fútbol México ‘70 en el estadio Azteca. Minutos antes del partido entre el local y la URSS, el sismo remeció parte importante de la costa y sierra del centro y norte del Perú. Muchas ciudades sufrieron, pero ninguna como Yungay, en el departamento de Ancash, que desapareció del mapa nacional en solo unos minutos, tras un apocalíptico aluvión.
Si bien todas las ciudades costeñas y serranas del norte y centro del país (hasta Ica) sufrieron el terremoto, fue Huaraz donde la catedral principal, los colegios y las plazas quedaron destruidos completamente. Un 95% del departamento ancashino terminó en ruinas. Las primeras noticias señalaban 5.000 muertos.
El epicentro ese domingo 31 de mayo de 1970 fue a 80 kilómetros mar adentro, frente a Chimbote (Ancash). En Lima se sintió fuertemente (dicen que como si fuera de 6 grados), pero nadie podía imaginar la tragedia que enlutó el Callejón de Huaylas (Yungay principalmente), donde, según el Centro Regional de Sismología para América del Sur de entonces, el movimiento telúrico habría llegado a más de 8 grados (luego se confirmó que fue de 7.8 grados).
Con poca comunicación desde la zona, esas primeras 24 horas luego del sismo fueron de largos silencios y mucha incertidumbre. Nadie podía saber la dimensión de los hechos. El Gobierno, entonces, organizó comitivas de apoyo vía terrestre o por mar en buques. Las primeras toneladas de ayuda intentaban ser llevadas hasta las zonas más golpeadas. Incluso se utilizaron en esas primeras horas a paracaidistas que llevaron medicinas y alimentos; en otras ocasiones arrojaban los paquetes de ayuda a la periferia de las zonas de desastre.
Las cifras de muertos aumentaban. El martes 2 de junio, El Comercio titulaba que ya había 1.000 fallecidos solo en Huaraz y Chimbote. La portada completa estaba dedicada a los efectos del sismo en el departamento de Ancash. Se mencionaban las huellas de “un aluvión” en las localidades de Huallanca y Caraz, las que “se salvaron providencialmente” de la catástrofe. Se relataba que había “daños parciales”. Pero nada de Yungay.
“80 paracaidistas se lanzarán hoy sobre Huaraz”, “Casi en ruinas está la ciudad de Huaraz”, “En Chimbote se han registrado 336 muertos y 2.500 heridos”, “El Gobierno dicta disposiciones para ayudar a víctimas”, eran los titulares de ese día.
Recién el miércoles 3 de junio, la información catastrófica se dio a todo el país. El Comercio tituló en su portada, en grandes letras: “30 mil son nuestros muertos”. Lacónico. Contundente. Doloroso. Una foto triste y desconsoladora acompañó al texto. Había mucho que informar, pero las palabras no salían. “El Perú está de luto”, dijo el presidente Velasco Alvarado, luego de regresar de la zona. El escenario era peor que cualquier guerra que se haya dado en ese momento en el mundo. El Gobierno declaró ocho días de duelo nacional.
Terror en Yungay
Yungay, la otrora bella ciudad, quedó íntegramente enterrada media hora después del sismo por una masa de tierra que cayó luego de que una cornisa del Huascarán se desprendiera sobre una laguna provocando el rebalse de esta. Testimonios de andinistas indicaron que los cerros parecían juntarse y que el cielo se oscureció tanto que temieron que fuera “el fin del mundo”.
El agua de las lagunas y el hielo desprendido del Huascarán arrastraron cuanta piedra y lodo pudieron acumular, desfogando su furia en Yungay, principalmente, y en otras localidades ancashinas como Ranrahirca, Caraz, Casma y Santa, las cuales terminaron semienterradas. Solo algunas palmeras de la plaza de armas de Yungay se mantuvieron en pie. En pocos segundos todo se convirtió en un cementerio.
Las cifras finales llegaron a más de 70.000 muertos; además de 800.000 damnificados en el Callejón de Huaylas y otras localidades del norte del país. Fue una estadística de terror. Sólo en Yungay murieron más de 23 mil personas.
Las fotos panorámicas que publicó El Comercio revelaron la dimensión de la tragedia. Algunos sobrevivientes y voluntarios hablaron de una niebla de espeso polvo que se mantuvo en el aire por varios días. Y también de un “ruido horrendo” previo a la catástrofe. En solo un minuto cayeron víctimas de toneladas de piedras y lodo decenas de miles de personas a lo largo del Callejón de Huaylas.
En Yungay, puntualmente, todos corrieron a los cerros más cercanos. Un circo (el circo Berolina), levantado en uno de los extremos de la ciudad, a un kilómetro del centro, permitió que unos 300 niños se salvaran. Estos fueron mudos testigos de la escena apocalíptica: vieron hombres y mujeres que el lodo paralizó en plena carrera; vieron cómo sus casas eran devoradas por el torrente de lodo o piedras que sólo dejó a salvo cuatro palmeras de la Plaza de Armas y la cima del camposanto.
Cadena solidaria
La ayuda se organizó desde el Estado, con apoyo de las empresas privadas y el pueblo en general. Sobre la desgracia, el dolor y la muerte, el Perú se levantó como un oso herido. La colecta de la Junta de Asistencia Nacional (JAN), que presidió la señora Consuelo Gonzales de Velasco, esposa del presidente de la República, fue una de las más decididas.
La Casa Editora El Comercio donó 100.000 soles de oro a la JAN, y asimismo los miembros del directorio, personal de redacción, empleados administrativos, obreros de los talleres y servidores en general entregaron a la junta 131.519 soles de oro. Pero el apoyo fue mundial. De los países europeos y latinoamericanos llegaron mayormente medicinas, víveres y ropa de abrigo; de Estados Unidos, el apoyo fue logístico y aéreo, con aviones Hércules y helicópteros puestos al servicio del transporte de la ayuda humanitaria.
Una semana después, el Perú seguía asombrando al mundo por su desgracia. El domingo 7, en Lima, en la Plaza Bolognesi, la tradicional ceremonia militar por la Jura de la Bandera fue reemplazada por una Misa de Honras Fúnebres dedicada a las víctimas de la tragedia del 31 de mayo.
Ese mismo día, el papa Paulo VI, en plena Plaza de San Pedro, luego del Ángelus, envió a los peruanos un saludo fraternal y de esperanza ante esos momentos de dolor.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio
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