A 25 años del primer debate presidencial en el Perú
El 3 de junio de 1990, Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori protagonizaron el primer debate presidencial en la vida política peruana. La cita, además de propuestas y ataques personales entre los ponentes, tuvo una anécdota que el ahora primer ministro, Pedro Cateriano, difícilmente habrá olvidado. En Huellas Digitales recordamos estos y demás detalles del encuentro.
En medio de un contexto de violencia social e hiperinflación, el ya reconocido escritor Mario Vargas Llosa y un incógnito ingeniero Alberto Fujimori protagonizaron, hace 25 años, un acalorado y punzante debate. Faltaba una semana para que los peruanos eligieran en las urnas al gobernante del país para el próximo quinquenio. Por ello y porque era el primer debate presidencial en el Perú, la expectativa estaba al máximo. La cita se realizó en el auditorio del Centro Cívico de Lima y el encargado de moderar la contienda fue el periodista Güido Lombardi.
El día del debate el tránsito estuvo restringido desde las primeras horas en las vías aledañas al Centro Cívico y, asimismo, centenares de efectivos policiales resguardaban sus instalaciones. La seguridad se fue reforzando conforme llegaba la hora, puesto que desde días antes existía el rumor de un posible apagón.
Los candidatos llegaron a las 6:50 p.m., ambos vistiendo traje oscuro, y se dirigieron al estrado en medio de una lluvia de flashes y el forcejeo entre los periodistas por obtener la mejor imagen del suceso. En una entrevista para un medio local, Güido Lombardi contó que esa noche vio llegar a Fujimori algo tenso y con muchos documentos bajo el brazo, mientras que su adversario, Mario Vargas Llosa, lucía bastante relajado y seguro de su discurso.
La conducta de Vargas Llosa, del Frente Democrático (Fredemo), era entendible puesto que llegaba con ventaja a la segunda vuelta. Su costosa campaña publicitaria, extraordinaria para la época, y su favoritismo en las encuestas lo colocaban como el claro ganador.
Sin embargo, la popularidad de Alberto Fujimori, de Cambio 90, fue creciendo a pasos agigantados. A inicios de marzo, tenía apenas 2% en las encuestas, pero ya en la primera vuelta, el 8 de abril, obtuvo un sorpresivo 20%, que le dio el segundo lugar y el pase a la segunda vuelta.
A instantes del inicio del debate, el tenso ambiente político que se vivió durante la semana previa explotó con una anécdota que el ahora primer ministro, Pedro Cateriano, difícilmente habrá borrado de su memoria. Antes de iniciar la confrontación, Fujimori subió al estrado y alguien del grupo que lo acompañaba colocó un banquito detrás del atril que ocuparía, para intentar que se viera más alto. En el equipo adversario, un joven Pedro Cateriano, se percató y exigió que fuera retirado. Como no hubo respuesta a sus reclamos, optó por una solución radical: se acercó con decisión al banquito, se subió en él, pegó un salto y lo rompió al caer.
Remitiéndonos al debate en sí, los organizadores y negociadores de cada candidato acordaron dividir la contienda en 6 partes: Planificación Nacional, Programa Económico, Desarrollo Agrario, Educación, Trabajo e Informalidad y Rol del Estado. Cada candidato dispuso de seis minutos por tema, luego cada uno contó con tres minutos para la réplica y un minuto para la dúplica. Por sorteo, a Vargas Llosa le tocó tener la primera intervención y a Fujimori, la última.
Tanto Vargas Llosa como Fujimori mostraron un estilo propio durante sus intervenciones. Al ya consagrado escritor se le notaba seguro al exponer sus propuestas, y presto para un debate intelectual. Fujimori, por su parte, había llevado las suyas por escrito y se limitó a leerlas. Su táctica estaba orientada a dejar mal a su rival, sin escatimar en ataques personales.
Es así como el entonces líder de Cambio 90 aludió a una confesión del escritor sobre su experiencia con la marihuana cuando tenía 14 años y que, según como lo presentaba Fujimori, lo descalificaba moralmente para dirigir a un país. Ante ello, un sorprendido Vargas Llosa no tuvo otra opción que minimizar la denuncia y argumentar que había sido solo una experiencia juvenil, que nunca volvió a repetir; y a modo de contragolpe se refirió al caso de Madame Carmelí, una astróloga candidata a diputada por Cambio 90, que había estado condenada 10 años por narcotráfico.
Fujimori continuó con su estrategia de descargar un ataque tras otro, y a la vez, como durante toda la campaña, buscó tender mayor cercanía con el votante. Al aludir que Vargas Llosa no representaba a los pobres del país, él se presentaba como alguien cercano al pueblo, que había vivido sin lujos y que con su esfuerzo iba obteniendo logros. Fujimori utilizaba así una táctica psicológica de apego y empatía con la población. Vargas Llosa, en cambio, reflejaba la personalidad de un intelectual, lo cual no le favoreció en el momento decisivo.
El momento cumbre ocurrió cuando Fujimori acusó de manera enérgica que los medios apoyaban desmedidamente a su opositor. Para fortalecer ello, mostró una portada del diario Ojo en la que sin haber empezado el debate, ya daban como ganador al afamado escritor.
Efectivamente, al día siguiente la mayoría de medios dio como ganador del debate a Mario Vargas Llosa. Sin embargo, una semana después quedó demostrado que la estrategia de ataque al adversario y empatía con la población había prevalecido sobre la de las propuestas e ideas. Fujimori ganó las elecciones y el 28 de julio, el mismo día de su cumpleaños, asumió la presidencia del Perú. Lo sucedido después ya es historia conocida.
(Julio Guerra Cruzado)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio
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