Perú y la hormona de crecimiento
Vaya, pasó rápido el tiempo. Hasta hace dos años, cuando jugaba Perú, con quien sea -podía ser Honduras, Panamá o Irak- la gente decía: “Mira, puede ganar, pero lo más probable es que pierda”. Hoy es distinto, falte quien falte en el once, esa misma gente te dice: “Mira, Perú puede perder, pero lo más probable es que gane”. Y hay un punto de partida esta vez sólido para pensarlo, un sustento racional al margen de videos por revisar, estadísticas para el estudio y tecnología de todo tipo para asistir a Gareca y los suyos. Somos ‘puesto 11′ en el mundo, tenemos 12 partidos invictos, le ganamos a mundialistas europeos, y tanto Rakitic como Modric, ‘genios’ del Barcelona y el Real, no tienen grato recuerdo de nosotros.
Perú creció en lo futbolístico fuera de todo cálculo, pegó un estirón de adolescente solo comparable al que la ciencia puede proporcionar a un ser humano por vías artificiales. Esto se percibe de modos distintos (en algunos casos, hasta con disgusto) de acuerdo a los tres estamentos de hinchas que habitan nuestro suelo, según la tipología que voy a establecer en este momento.
Están:
1. Los que creyeron siempre. Con el valor que presta la desesperación. Como creyeron en los ocho procesos eliminatorios anteriores, sin resultados. Creer por creer. Creer como los dogmas de fe, en aquello que no se ve. Creer porque no hacerlo, “es no querer a tu país”. Al menos, eso es lo que dicen. La cultura del ‘sígueme y no pienses’. Ellos no aceptan que otros creyeran recién después, solo a partir de hechos tangibles. No pues, teníamos que creer todos sin mirar qué.
2. Los que creen ahora. Los que se sumaron posteriormente, ‘con demora’, a los del párrafo anterior. Algunos dicen que eso fue ‘subirse al bus’ con descaro, como si advertir que algo cambió esta vez fuera un tema de mera conveniencia y no de sensatez. Y como si ese supuesto ‘abordaje sobre la marcha’, los empujara a ellos hacia afuera, asumiendo que el cupo es limitado. Pero ese bus es de goma, no tiene capacidad límite. La fe es voluntaria, no se impone, cada quién tiene derecho a elegir cuándo y cómo desarrollarla en base a hechos perceptibles y no a simples intuiciones.
3. Los que no creen ni creerán. Son los que dicen que Perú está de casualidad en el Mundial. Que los tres puntos de La Paz, que el gol con el que colaboró Ospina, que los rivales son malos, que el gol que falló Bolivia en el Monumental, que todo es ‘leche’, azar, ouija, superchería, conjunciones astrales, la varita de los ángeles en el cielo. Se ganan dos amistosos ante rivales mundialistas y te dicen que uno salió a jugar ‘a media máquina’, y que el otro era una partida de emolienteros. Básicamente, son los mismos que hubiesen querido que nada cambie, que jugaran los mismos, los habituales. Y como algunos ya no están, no admiten que el cambio se dio precisamente el día en que se dejó de contar con ellos. Entonces, todo es falso, todo es ‘humo’. “Hay argolla”, acusan, y toman de instrumento, para desestabilizar, al buen Benavente, al que de mala manera están indisponiendo con un plantel que entiende se está desarrollando hacia Cristian un inentendible sentimiento corporativo de sobreprotección. En vez de acercarlo al grupo, quienes dicen esto, lo alejan, le hacen un daño terrible, sobre todo si al final, entra en la nómina. Pero, en verdad, no es a él a quien echan de menos.
Yo sin considerarme hincha, porque sería declararme no racional para mirar la selección –siendo comunicador- me ubico en el segundo grupo. Nunca, hasta faltando dos fechas, creí en la clasificación, pero desde tiempo atrás, cuando el técnico, asesorado sí, dejó de lado el vergonzoso manual de sus antecesores. Cuando la selección cambió sus parámetros de disciplina y de valoración de jugadores, dejando de lado todo lo que estorbaba (a partir de la renovada convocatoria a la Copa América Centenario) sí pensé en un crecimiento ideal para mirar la próxima Eliminatoria con optimismo. La próxima, no ésta que recién acabó.
Pero Perú vio desarrollar su ‘cuerpo’ más allá de lo esperado, fue como si hubiese recurrido a la hormona de crecimiento y se le hubiese pasado la mano. Cualquiera que despistado nos ve hoy, piensa que venimos de un proceso de trabajo de 20 años. Lo real es que no ‘sembramos’, solo ‘podamos’ y nos alcanzó. Por cierto, pobrecitos los venezolanos, cómo se sentirán ellos: Llevan como tres décadas trabajando en menores. Y en mayores, aún no ven nada.
¿Saben lo que muchos vemos de novedoso en este Perú más allá de virtudes y errores? Por encima de su ‘jugar de memoria’, de su ‘pressing’ por momentos alto, asfixiante, de su eficacia porcentualmente elevada ante el gol, de sus falencias en el juego aéreo defensivo, de su aún poca marca por las bandas. Pues bien, observamos una mística inusual en un equipo peruano. No es común acá. Mística es el don por el cual un equipo puede jugar bien o mal, pero saca adelante resultados sucesivamente, más allá de su justicia. La envidiamos de uruguayos, alemanes, italianos, toda la vida. Hoy Perú parece poseerla: La selección no depende ya del ‘jugar bien’ para ganar.
Lo suele hacer, pero si no resulta, igual -al primer descuido- te pone la sábana encima de la cara.