Relato y poesía
Existen varias formas de expresar la misma historia, una sola manera de sentirla. El hombre y la mujer se encuentran solos en medio de las brumas. Saben que aquel encuentro durará apenas lo que el asombro. Ningún amor debe retar al tiempo ni a la rutina, los más intensos y esplendorosos son los sustantivamente eternos, pero tienen paradójicamente el toque de la brevedad, nunca languidecen.
Ella y él, noche espesa, graznidos siniestros. Truena en el cielo, la lluvia invade como flechas de plata. Ella tiene miedo de las sombras y del estampido que la sacude a la mala. El terror la paraliza, es la lejanía de aquella tierra. El desamparo y la distancia los unen más a él. Tiembla. Teme. El cielo bate sus alas, los truenos se tornan intensos y aterradores. Ambos se refugian en una cabaña. Esta los abriga y cobija. Solo una ventana los conecta con la intemperie. Se aman, se entregan con una devoción que los secuestra y agita. Es una victoria sobre la vida y sobre la muerte. Una cama, cuatro paredes vacías, el temor persistente y ellos dados al abrazo; trepan, aprietan, se entregan. Él es un minero salvaje que socava la tierra con pasión y así se aman. Miedo, oscuridad, trueno, beso, unidad, sudor, trascendencia, cópula, infinito.
Este relato que nace en medio de una imaginaria selva se puede convertir luego fácilmente en metáfora, en poesía. El tiempo se vuelve inmortal e inmortal la musa y el látigo del cielo, inmortal el poeta y la memoria. Para todos los efectos, los truenos son descomunales alas, las lluvias lanzas de plata, la cópula una cueva cálida. El poeta sabrá inmortalizar aquel momento real o imaginario dándole una equivalencia sentimental con las cosas. Los objetos adquieren vida, la magia se vuelve palabra. Eso es poesía.
Turbadas aves,
torvos que enturbian,
hijas de las tormentas,
temor que arredra,
pronto trueno.
Lluvia que picotea
el vidrio trémulo.
Terror de trizas
tromba que arrecia.
La mala hora
de las turbias aguas
abre a la luz palabras:
palabras que se tienden
sobre la yerba pálida.
El sol se pone en el dormidero,
de la vida el pájaro,
el batir las alas.
La luz invade
entre sosiegos,
bracea la colcha,
entibia el lecho,
se desmonta el peso,
anuda el cielo.
Prontos hombres a nacer,
amnióticos destellos.
Senda que se abre
en celeste brasa
y en el seno el cuerpo
de acogedoras llamas,
de la divina majestad
los sublimes pechos.
Rutila la sustancia,
del rosa purpurada,
de ella
vierten azucenas blancas.