Cuenta una antigua leyenda eslava que cuando una joven virgen atravesaba el puente de los dragones en Liubliana, ellos, emocionados, movían la cola. Liubliana es la capital de Eslovenia. Es una ciudad repleta de relatos mitológicos que, si se cumplen los vaticinios, dentro de poco será mundialmente emparentada con el nacimiento de Luka Doncic.
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Eslovenia es una república balcánica que, a contracorriente de la tendencia en la región, antepone el básquet por sobre el poderoso balompié. De hecho, Sasa Doncic, el padre de Luka, fue primero jugador de baloncesto y luego entrenador certificado en la liga profesional de su país. Su madre Miriam, en cambio, prefirió el baile deportivo, disciplina con la que llegó a ser campeona mundial por equipos.
Con el deporte en los cromosomas y la estimulación espontánea del ambiente, el prodigio empezó a revelarse desde temprano. Luka tenía apenas 16 años cuando debutó en el Real Madrid. De ahí en más continuó haciendo estragos en forma vertiginosa. Una Euro, otra Intercontinental, tres ligas y un par de Copas del Rey acompañaron su volcánica erupción. Doncic, un violador de plazos con talento precoz, fue vital con la selección eslovena con la que poco antes de cumplir 18 conquistó la Eurobasket del 2017. El futuro se pintaba solo. La NBA lo estaba esperando.
No han sido muchos los jugadores de raza blanca que estuvieron a la altura de la créme de la créme del deporte de las canastas. En las listas que los expertos elaboran cada cierto tiempo, se encuentran el ‘Profesor’ Stockton, Bob Pettit y Jerry West, entre los 20 mejores. Sin embargo, en el reducido grupo de los más grandes, en el monte Rushmore del basquetbol norteamericano, únicamente aparece, y no en todas las selecciones, la silueta de Larry Bird, a quien la prensa bautizó como la ‘gran esperanza blanca’. Por eso sorprende tanto que haya aparecido ahora un chico de raza aria que insolentemente promedia 30 puntos por juego, eclipsando las marcas que los grandes astros registraban en sus veinte. No es común que Doncic, que recién empieza a combustionar, a su edad ya acumule más triples o dobles que cualquier otro jugador de la NBA en la historia. Si de números se trata, el funcional hombre de los Mavericks no tiene nada que envidiarle, a esta altura de su ascendente carrera, a nadie. Ni siquiera a LeBron o a Jordan.
“Yo tuve la suerte de competir desde muy joven al más alto nivel. Eso creo que es una ventaja frente a las promesas que militan actualmente en equipos universitarios”, reflexionó Luka.
Otro aspecto que asombra de su juego es la naturalidad de su estilo. Lejos de sentirse polizonte en esta tierra de gigantes norteamericanos, Doncic se ha adaptado de inmediato a este nuevo escenario. A diferencia de Drazen Petrovic (el ‘genio de Sibenik’, también proveniente de los Balcanes y al que le tomó tiempo acomodarse a la NBA), para Doncic ha sido un tránsito natural, casi esperable. Luka posee una habilidad intrínseca para hacer genialidades sin que parezca que le requiere mucho esfuerzo. Esta especie de facultad o don suele ser innato y solo lo poseen los predestinados en los deportes como Messi, Federer o Jordan, los elegidos por la naturaleza para sobresalir. Es prematuro saber si Luka Doncic será uno de ellos, pero una cosa es segura: el tiempo está de su lado.
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