Abajo las armas: hoy se ha despedido, con honores, el futbolista más exitoso de la historia del fútbol peruano. Es una verdad irrefutable. Habrá quienes renieguen de ello, pero negarlo es una mezquindad.
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En un hecho inédito, Alemania se paralizó para demostrarle su cariño a Claudio Pizarro. Cada cierto tiempo, algún futbolista famoso se retira y reúne a sus amigos en un partido. Lo hemos visto por montones. Pero, ¿alguna vez un peruano ha sido el centro de atención, en uno de estos espectáculos, en un país tetracampeón del mundo como Alemania? Apostemos.
Sí, yo sé que cuesta reconocerlo. Yo también he sido uno de los tantos que gritó los contaditos goles de Pizarro en las Eliminatorias. Apenas seis. Pero, ¿no emociona acaso verlo armar paredes con Robben, abrazarse con Elber y pivotearle el balón a Mario Gómez? Incluso ese jingle bobo que los alemanes le han compuesto con ternura nos desarma un poco.
A Pizarro le bastó un minuto y medio para dejar su huella en el partido. Saltó más que Tim Wiesse, el arquero que dejó el show del fútbol por el show de la lucha libre de entretenimiento, y le ganó el vivo a Naldo, quien recién estaba calentando.
El partido del ‘Bombardero’ se dividió en un triangular: Amigos de Claudio vs. el Werder Bremen, Amigos de Claudio vs. Bayern Múnich y, finalmente, Werder Bremen vs. Bayern Múnich. Cada capítulo duró 30 minutos. Hubo anotaciones de gran factura, pero sobre todo afectos y sonrisas.
Como la de Ailton, el primer compinche del gol de Pizarro en Alemania. Lo del brasileño fue para el aplauso: hizo gala de su pique en corto, exhibiendo una panza mimada por la buena vida. Anotó y, además, asistió a su amigo peruano en uno de sus goles.
Cuatro goles convirtió Pizarro, el único jugador de los tres equipos que no recibió el auxilio de un cambio. Con el Bayern Múnich, donde ganó una Champions League y dos trofeos de un torneo que cambió de nombre: la Intercontinental y el Mundial de Clubes, ofreció un manual de cómo definir: en un gol controló y definió a un lado, y en el otro se zafó de su marcador con un amague y también la puso a un costado inalcanzable.
En el último partido, con el Bremen, le cobraron un penal que no era. ¿Qué hizo? En lugar de patearlo le intercambió los guantes al arquero del Bayern y le atajó el disparo desde los doce pasos. En el primer duelo, Wiesse le tapó un penal que picó con excesiva suavidad. Acertó y falló. Como la vida misma.
Lo más lindo ocurrió al final, cuando Pizarro se fue entre los aplausos de cuarenta mil personas. Primero abrazó a dos personitas que algo le dieron: sus padres. Luego a Carlos Delgado, su controvertido agente y a su hermano Diego, quien también compitió. Después se paseó por todo el Weserstadion para darle la mano a todos los que pudo.
Luego la fiesta se prolongó, con el concierto en vivo. Cervezas por aquí, cervezas por allá. Y al final, cual batiseñal, la proyección del escudo de cada camiseta que vistió (desde el Deportivo Pesquero hasta el Chelsea, pasando por Alianza Lima e incluso la selección). Y el repaso de cada uno de sus títulos colectivos e individuales.
Si a alguien le quedaba alguna duda de su idolatría en Alemania, hoy la pudo despejar por señal abierta. El cariño no se exige, el cariño se da. Nace, aunque en contadísimas ocasiones también se construye. Sea como fuere, hoy hubo justicia. Lo más cercano a la justicia. Hoy un peruano triunfó. Ahora sí, que cada quien siga con su vida.