Edipo, el rey maldito
Edipo, el rey maldito
Dante Trujillo

Había una vez, en un país muy lejano, un rey querido y respetado por su astucia y sentido de la justicia; uno que protegía a sus súbditos como lo haría un padre amoroso. Ya en el pasado, su ingenio los había salvado de terribles plagas —lo que precisamente lo invistió de gobernante—, y por eso recurrieron a él cuando la adversidad volvió a asolar la región. Sucedía que los dioses habían decidido de repente (sus razones tendrían) que era necesario aclarar el crimen de su predecesor, ocurrido varios años atrás, y exigían averiguar la identidad del asesino para devolver la salud al pueblo. Y el rey, cómo no, juró hallar y castigar al culpable.
     Este es el principio del cuento, uno que no termina con alguien viviendo feliz para siempre. También es el principio del fin de su protagonista.
     O no. Porque la caída de este rey parece desencadenarse inexorablemente en el instante en que decidió ir tras la verdad, pero en realidad comenzó incluso antes de su nacimiento, marcado como estaba por un destino que hoy todos convendríamos en llamar “trágico”. 
     Inspirado en un viejo mito, el ateniense Sófocles escribió y estrenó en público una de las mayores piezas dramáticas de la Historia, la saga funesta de un hombre llamado Edipo. Hoy, casi 2.500 años después, los limeños podremos sobrecogernos nuevamente con las desventuras del rey maldito, aquel que sirvió de inspiración para nombrar el famoso complejo.

        ***
En una sala de ensayos ubicada en la azotea de un céntrico edificio de Miraflores, Edipo inquiere al adivino ciego Tiresias para que le cuente lo que sabe sobre el asesinato de Layo: el rumor es que los matadores fueron una banda. El viejo se niega a soltar prenda. El rey lo presiona, embravecido, y lo acusa de criminal y conspirador. Harto, Tiresias le escupe lo que tanto quiere saber —aunque hubiera preferido no haberlo hecho jamás—, una ristra de afirmaciones sorprendentes y reveladoras que Edipo simplemente se niega a creer (“Yo seré ciego, pero veo lo que tú no quieres ver”, le dice). La escena es intensa y los actores (Hernán Romero, como el adivino; y Pietro Sibille, notable, en el papel del rey de Tebas) hacen una pausa casi necesaria para los presentes, hipnotizados, durante uno de los últimos ensayos previos al estreno de "Edipo rey". La obra inicia temporada el 5 de octubre en el teatro La Plaza, en versión y bajo la dirección de Jorge Castro ("Astronautas", "Drácula", "Newmarket"). El reparto, impecable, lo completan Sofía Rocha en el rol de Yocasta (viuda de Layo, esposa de Edipo), Paul Vega como Creonte (hermano de Yocasta), Ismael Contreras como el viejo pastor, y Delfina Paredes en la conversión de un sirviente de la tragedia sofoclea en aya. Asimismo, los nóveles Ray del Castillo, Adrián Du Bois, Floriana Herrera, Rodrigo Mariluz, Munay Ramos, Samuel Sunderland y Osiris Vega conforman el coro, ese personaje colectivo que interactúa con los actores y el público como un puente discursivo, un aspecto clave del teatro griego que el mismo Sófocles se encargó de modernizar en su tiempo y que Castro también ha intervenido en su propuesta: lo que veremos en escena será un coro de niños. 

        ***
Ahora bien: ¿qué es la historia de Edipo? Repito: es, en primer lugar, un mito griego arcaico. Es decir, los pobladores de la Atenas del siglo V antes de Cristo lo conocían bien; se trataba, como las leyendas olímpicas o las aventuras de Hércules, de un material de entretenimiento con toques pedagógicos e incluso religiosos y políticos (toques suficientes para que un siglo después Platón las quisiera lejos de su República, por considerarlos alienantes). Era común que los artistas se inspirasen en ellas para desarrollar sus propuestas, como sucedía con los poetas. Y uno de estos, Sófocles (496-406 a.C.) lo tomó para sí y, con su talento indiscutible, lo convirtió en una tragedia, una pieza de arte escénico en verso, realizada en espacios abiertos y ante una gran multitud cuya acción, según el DRAE, “presenta conflictos de apariencia fatal que mueven a compasión y espanto, con el fin de purificar estas pasiones en el espectador y llevarle a considerar el enigma del destino humano, y en la cual la pugna entre libertad y necesidad termina generalmente en un desenlace funesto”. La versión de Sófocles gozó de muchísimo éxito en su época, y el mismo Aristóteles, en su "Poética", la consideró como el modelo de tragedia perfecta. Vale la pena mencionar también que, con base en el mismo mito, Sófocles continuó la saga edípica con "Edipo en Colono" y "Antígona"; asimismo, que —grande sería la influencia del relato legendario— el eterno rival del poeta, el gran Esquilo, escribió también una trilogía basada en él: dramatizó sobre Layo, sobre Edipo y sobre las guerras mantenidas por los hijos de este en "Los siete contra Tebas", la única de estas tres que se conserva en nuestros días.
     La historia del relato de "Edipo Rey" podría resumirse así: Layo, rey de Tebas y esposo de Yocasta, es advertido por los dioses que, de tener un hijo, este le daría muerte. Igual lo tiene, y para escapar de la maldición, lo abandona en un monte con los pies estropeados por agujas. El niño es encontrado por un pastor, que se lo entrega a Pólibo y Mérope, reyes de Corinto, quienes lo llaman Edipo (‘pies hinchados’). Este crece creyendo que se trata de sus verdaderos padres, y así hubiera seguido si no fuera por un borracho que sembró en él la duda. Edipo fue en busca del oráculo de Delfos, el que lejos de tranquilizarlo le dijo que mataría a su padre y se casaría con su madre. Para escapar de ese destino el joven se marcha de Corinto. En el camino se cruza con la comitiva de Layo, y tras un confuso incidente, lo mata sin saber de quién se trataba. Edipo llega a Tebas, acosada por la peste. Usando su agudeza, descifra el enigma que la condenaba y, en gratitud, lo nombran como nuevo gobernante y toma por esposa a la reina viuda.
     Cuando la peste vuelve a diezmar Tebas y el coro, en representación del pueblo, le pide a su rey que descubra el misterio que envuelve la muerte de Layo, comienza la tragedia de Sófocles. La obra es la sucesión de pesquisas que le irán revelando a Edipo que él es el asesino, aunque ello todavía no le demuestre mucho más: aún se cree hijo de Pólibo. Incluso, al enterarse de la muerte natural del rey de Corinto, cree salvarse de la desdicha… pero el mismo pastor que lo entregó a su padre adoptivo le cuenta la verdad de su origen, y es entonces que se da la anagnórisis (el descubrimiento del personaje de datos claves y tremebundos pero ocultos hasta ese instante sobre su identidad o su entorno). Toda la pesadilla, insoslayable, se proyecta ante Edipo: las dos maldiciones se han cumplido pues ha asesinado a su padre, se ha convertido en el esposo de su madre y en padre de sus hermanos. Además, él mismo aportó a su desgracia repudiando al criminal de Layo. Tebas se salva de la peste, pero, presas de la desesperación, Yocasta se quita la vida y Edipo se destruye los ojos antes de partir al destierro.
     Con el correr de los siglos, la tragedia se fue adecuando al formato de pieza teatral convencional, y dejó de lado ciertas características de su formato y sus fines educativos, pero mantuvo su esencia, como es el caso de la próxima puesta de Jorge 
Castro en La Plaza. Por lo tanto, la historia de 
Edipo es un mito, una tragedia y una obra de teatro (por no hablar de versiones cinematográficas, operísticas e, incluso, la famosa adaptación de Les Luthiers). Pero también es algo más.

        ***
El Edipo sofocleo es extraordinario acaso por tres motivos principales: por su estructura argumental, diabólicamente genial y entramada (García Márquez lo consideraba la primera historia policial y a su protagonista, claro, el más antiguo detective; acaso una boutade); por estar bellamente escrita, con sus pasajes memorables y su parlamentos de gran intensidad; y por el poder referencial de sus personajes. Las grandes creaciones dramáticas —aunque esto se podría aplicar también a las grandes creaciones artísticas en general, y literarias en particular— tienen, entre otras, la característica de recoger de la vida de los hombres ciertos aspectos profundos y trascendentales que conmueven y los hacen reconocibles por todos. El gran teatro no se basa en arquetipos: los encarna. Pensemos si no en Hamlet, Otelo, Ricardo III, Segismundo, la Celestina, don Juan, Harpagón, Bernarda de Alba o la Madre Coraje. Edipo y su biografía parecen decirnos varias cosas, como que nada ni nadie puede saltarse los designios divinos, que discutir lo sagrado se paga caro, que nuestro albedrío es una mentira que nos queremos creer o que buscar la verdad puede resultar peligroso. Así lo señala Jorge Castro en un texto que ha escrito para el programa de mano de su puesta en escena: “Lo que se presenta como batalla contra un destino impuesto podría leerse además como metáfora del enfrentamiento contra fuerzas internas y poderosas, esas que a escondidas de la conciencia pueden infiltrarse detrás de nuestras decisiones más libres. Como un sueño cuya coartada lleva a la realización de lo más inconfesado y discordante, aun a nuestro pesar. Edipo es elegido como salvador: moneda de dos caras. La elección que lo hace único seduce al ego y su ego parece tener heridas (el de quién no). Es el más amado y necesitado. En la otra cara está la sobrecarga, debe resolver un problema antiguo, que sus predecesores no supieron atender, algo que él no causó. Y al final, descubre que sí lo hizo”. 
     Uno no puede sino condolerse del rey que cometió el único error de intentar desviar la voluntad divina por amor y respeto a sus supuestos padres y a sí mismo huyendo de su reino. ¿Por qué Edipo debe sufrir tanto? Se lo preguntamos a una destacada especialista, la doctora en Filología Susana Reisz, decana de la facultad de Letras y Ciencias Humanas de la PUCP: “Hay un deseo personal del héroe trágico en realizar ciertas acciones que lo van a llevar a la catástrofe en coincidencia con la voluntad divina. No es el caso de Edipo. Sí el de Layo. Layo recibe una orden oracular: ‘No has de tener hijos porque van a ser tu ruina y la ruina de Tebas’. Layo desobedece y pretende evadir el cumplimiento del oráculo eliminando a Edipo. Del lado de Edipo ¿cuál es la trasgresión? Su único error es pretender eludir el designio del oráculo. Ahora, no tenía en verdad auténticas opciones, porque hiciera lo que hiciera el oráculo se iba a cumplir”. Pero ¿por qué los dioses parecen tomársela con él?, insistimos. Y la doctora Reisz añade: “Hay una fuerza que está muy por encima de los humanos y que en buena cuenta es lo que Sófocles se está proponiendo, la trágica oposición entre el saber divino y el saber humano”. ¿Se castiga el querer saber? “Así es, hay algo de hybris, algo de arrogancia en este pretender saber independientemente del mensaje que me venga de los dioses, de lo que me diga el adivino. Querer saber con mi inteligencia quién fue el asesino de Layo para castigarlo (Layo, mi padre). Y de ahí la indagación policial, casi cuando Tiresias le está diciendo todo desde un comienzo. Esa es la ceguera edípica”.
     El castigo es brutal y, luego del hecho de haber matado a su propio progenitor, una de las cosas que pueden resultar más escandalosas es, cómo no, el asunto del incesto (un tema, por cierto, bastante común en las leyendas helénicas). 
     Inspirándose en ello, el psicoanalista austriaco Sigmund Freud identificó lo que llamó el complejo de Edipo, un tema desarrollado previamente pero expuesto a plenitud en su clásico libro "Tótem y tabú". El tema es, también, complejo, además de polémico, y podría resumirse como el evidente sentimiento de amor y atracción sexual hacia el padre del genero opuesto de un sujeto, sobre todo durante su niñez, a la vez que uno de odio y rivalidad hacia el padre del mismo género (ciertamente sería más común en niños varones que sienten amor por sus madres y rechazo por sus padres). Según el psiquiatra y psicoanalista Max Hernández (quien compartió con Susana Reisz la dirección del seminario Literatura y Psicoanálisis en la PUCP), “Freud descubrió una constelación subjetiva que le pareció que resonaba universalmente referida al universo burgués de fines del siglo XIX y principios del XX. Presenta el tabú del incesto y la prohibición del asesinato paterno como figura del nacimiento de la civilización. Por lo tanto, el complejo de Edipo es una organización intrasíquica de alcance universal. Hoy, en el 2015, hay gente que diría que lo esencial del complejo de Edipo es la prohibición del abuso por parte del adulto sobre el niño, dado que los hombres nacemos prematuramente —es decir, no nacemos con nuestras capacidades plenas, ni las motoras ni las verbales están desarrolladas—, y un ser humano sin el soporte materno o el equivalente materno simplemente desaparece. Cuando Freud construye la teoría psicoanalítica es un momento importante de la historia de la humanidad: el del auge de la modernidad. Edipo, como mito y mucho más claramente el Edipo sofocleo, son absolutamente consonantes con el proyecto moderno […]. Además, permitía responder a otra gran pregunta de la modernidad: ¿quién soy?”. ¿Y hoy, socialmente, podríamos hallar vínculos? El doctor Hernández explica: “Creo que hay una gran cantidad de instituciones sociales que se pueden tratar de entender a través de una interpretación dentro de los móviles del Edipo. Las pasiones que desatan los gobernantes hoy, o las desatadas por la pareja presidencial. ¿Es que, en alguna medida, todavía pensamos que el jefe de Estado tiene alguna resonancia paterna? ¿En el inconsciente sentimos que la presidencial es como una pareja paterna a la cual estamos criticando y cuyo lugar quisiéramos ocupar; el de padre para estar, no al lado de la pareja, sino en posesión de la patria y del gobierno?”. Inquietante, cuando menos.
     Para que no le quede dudas a nadie, la circunstancia del personaje solo sirvió de pretexto para la creación de la teoría freudiana. Edipo no era un niño ni sabía que su mujer era su madre. O, por decirlo en palabras del helenista francés Jean Pierre Vernant, “lo que puedo decir de Edipo es que no tuvo complejo de Edipo”.
     Cada quien puede leer el texto de Sófocles (por ejemplo, en su teatro reunido en la estupenda edición de Cátedra, a cargo de José Vara Dorado) o aprovechar y disfrutar la nueva apuesta del teatro La Plaza. Una historia tan poderosa y subyugante no lo dejará indiferente. Por el contrario, la conmoción está garantizada. 

“Edipo lleva al extremo la fantasía más autoimplicadora”
 Una conversación con Jorge Castro, director de la obra y psicólogo
¿Te has imaginado qué le dirías a Edipo si fuera tu paciente?
Uno quiere que un paciente como Edipo descubra que haberse fantaseado culpable de lo que no era deja mellas en el amor propio, y trate de reconstruir un relato que lo libere de la culpa. Pero Edipo hace lo contrario, el tipo comienza creyéndose inocente y termina descubriéndose culpable. Es terrible, antiterapéutico. Es como llevar al extremo la fantasía más autoimplicadora posible sobre las desgracias que te rodean. Lo que yo haría con un paciente es tratar de ayudarlo a darse cuenta de su no culpabilidad. Y es curioso porque en Edipo en Colono, este ya anciano y ciego, ahora sí sabio,  termina reelaborando en su exilio el relato de su propia vida, casi como alguien que ha pasado por terapia, y se defiende e introduce la noción de voluntad: “yo no quise, yo no sabía, cuando maté a ese hombre fue en defensa propia, y cuando descifré el enigma fue para salvar al pueblo. Casarme con la reina fue el premio que ellos me dieron”. Ese giro del personaje es interesante. 

Lee la entrevista completa  al director Jorge Castro aquí

Contenido sugerido

Contenido GEC