La emergencia sanitaria por el COVID-19 causa estragos en la vida de todos los peruanos, pero en medio del dolor y la incertidumbre, muchas personas demuestran solidaridad, empatía y un inacabable esfuerzo para no darse por vencido. Estas son tres historias.
La pastelería que no se dio por vencida
Rubén Sánchez, CEO de San Antonio
El día que las seis sucursales de la pastelería San Antonio cerraron por la pandemia, Rubén Sánchez prometió dos cosas: no desamparar a sus 700 trabajadores y volver a abrir. Con cambios si fuera necesario, pero volver. Y así lo hizo. El CEO de la emblemática pastelería logró reinventar el negocio y convertirlo en un minimarket para seguir de pie en medio la crisis. "En un contexto de tanto cambio, ¿qué tienes para perder? Nos transformábamos o moríamos", dice.
El 30 de abril, luego de 45 días de paralización, abrieron la primera tienda con productos de primera necesidad en el local ubicado en Angamos Oeste con Tudela y Varela. El éxito fue tal que al poco tiempo replicaron la experiencia en otros cuatro locales y ampliaron la oferta considerando los pedidos de los clientes. “Sacamos las mesas y colocamos góndolas. Los clientes empezaron a pedirnos más cosas, papas fritas precocidas, carnes, hasta colitas de langostinos tenemos. ¿Quién pensaría que íbamos a vender eso?”, cuenta. Además, sin mesas que atender, los mozos se convirtieron en los encargados del delivery.
Hoy, sin despidos y con todos los sueldos al día, venden desde abarrotes hasta artículos de limpieza. Eso, sin descuidar los productos que por 61 años los volvieron un referente en las pastelerías de Lima: “Cada vez que alguien compra aceite o arroz, se lleva su pancito, su postre. Eso nos llena de satisfacción porque saben que seguimos con la misma esencia”, cuenta Rubén, quien administra desde hace dos años el negocio fundado en 1959 por Jose Vila y Emilio Fernández. Su compromiso es que los clientes se sientan seguros, pero también su equipo. El día del cierre, les regaló toda la mercancía que tenían en los locales y no se han recortado sueldos ni beneficios laborales. Con una pandemia que no da tregua, el reto para San Antonio aún es desafiante, pero ni Rubén ni sus trabajadores están dispuestos a rendirse. Los clientes, que siguen confiando en ellos, tampoco.
Acompañar a distancia
Carmen Quispe, voluntaria del Proyecto Especial Bicentenario
Carmen Quispe Hernández tiene 50 años, cáncer metastásico y una vitalidad inagotable. Ella es una de las voluntarias del Proyecto Especial Bicentenario que durante la cuarentena se dedicó a monitorear y brindar soporte emocional a adultos mayores con riesgo de contraer COVID-19. Como paciente oncológica, sabe de cerca que el miedo también enferma. "Cuando has pasado por circunstancias dolorosas puedes entender y decirles que, aún en los momentos más complicados, nos podemos levantar", señala.
En el voluntariado, su principal tarea consistía en llamar constantemente a 15 adultos mayores e identificar si presentaban síntomas de coronavirus. Sin embargo, no fue ni de cerca una labor rutinaria. Carmen cuenta la mayoría buscaba ser escuchado y gracias a eso hubo una buena relación. "Conversaba mucho con ellos. Con la pandemia, estaban solos o se sentían limitados porque ya no podían ni salir a la esquina. En este tipo de situaciones afloran situaciones de dolor pasadas que yo entiendo", explica.
Carmen fue diagnosticada de cáncer de mama en el 2015. Tres años después de superarlo, este volvió a aparecer. “Me dijeron que había riesgo de que se reactive en 10 o 15 años. Pero se reactivó al tercer año y en la forma más agresiva”, cuenta. Aunque el pronóstico no es esperanzador, Carmen asegura que no se dará por vencida. Entre su familia, clases de portugués, repostería y otras actividades diarias, ella no le da oportunidad al desánimo. Su forma de vivir la resume así: “Cuando te has confrontado con la muerte, valoras tanto tu presente que no lo puedes desperdiciar”.
El Proyecto Bicentenario contó con más de 6.000 voluntarios para el monitoreo telefónico de más de 100.000 adultos mayores y personas con discapacidad severa a nivel nacional.
Bicicletas para ayudar a médicos
Mauricio y Octavio Zegarra, fundadores La Bicicletería
¿Cómo facilitar el trabajo de los médicos que atiende COVID-19? Para responder esta pregunta, los fundadores de La Bicicletería crearon una campaña para prestar bicicletas al personal de salud que no tenía cómo movilizarse a los hospitales durante la cuarentena.
Las primeras que prestaron fueron las suyas y las de sus familiares, hasta que se dieron cuenta que la demanda era tan alta que necesitaban apoyo de voluntarios. Así, crearon un formulario para que quien tuviera una bicicleta pudiera cederla temporalmente a doctores, enfermeras o técnicos de salud. La idea era contactar al médico con el voluntario que viviera cerca, que tuviera una talla similar y que contara con todos los implementos de seguridad necesarios. “Logramos conectar a 30 médicos con bicicletas. Además, mucha gente usó el hashtag #PrestaTuBiciAlDoc para contactarse directamente”, resalta Mauricio Zegarra. Carla Alvarado y La iniciativa se viralizó en redes sociales y fue replicada incluso en Córdoba, Argentina.
En Lima, una de las doctoras que fue favorecida con uno de estos vehículos es Ana Muñoz, gastropediatra del hospital Edgardo Rebagliati. Desde que empezó la pandemia no ha dejado de trabajar y necesitaba una forma segura para ir de Surco a Jesús María sin arriesgarse a contagios en buses o taxis. “Ir en bici al trabajo fue la mejor experiencia que tuve dentro de esta crisis de la cuarentena. Me pareció increíble que hubiera personas que generosamente nos cedan sus bicicletas”, dice. La médica asegura que continuará utilizando este medio de transporte cuando pase la pandemia. Ese también era el objetivo del equipo de La Bicicletería, que más personas descubran que la bicicleta es para todos.
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