Puerto Elizabeth, Sudáfrica. Una tarde de 1950. En el interior de un salón de té, Sam y Willie, dos empleados negros, bromean sobre un concurso de baile que se realizará muy pronto. De pronto aparece Harold, o Hally para la familia, un muchacho que no hace mucho vestía pantalones cortos. Es hijo de los propietarios del negocio y viene a hacer sus deberes. A partir de entonces nos convertimos en observadores de una extraordinaria relación entre el chico y Sam, a quien conoce desde la infancia. Es el planteamiento de “El amo Harold y los muchachos” (1982), de Athol Fugard. Un prolífico y celebrado dramaturgo sudafricano, a quien también se debe el argumento de “Tsotsi” (2005), ganadora del Óscar a la Mejor Película Extranjera.
Un autor que desarrolla su obra principalmente sobre la realidad que le tocó vivir en su país de origen. Pero la fuerza del conjunto de su trabajo, y especialmente en esta historia, se encuentra en ese conocimiento de la sociedad sudafricana de tiempos del apartheid. Pero no se enfoca en grandes tragedias puntuales ni en los hechos vinculados con algún momento histórico determinado. Fugard se concentra en lo cotidiano, en las pequeñas experiencias humanas que revelan los mecanismos de un brutal sistema de opresión social y racial. Es a través de las relaciones humanas trazadas en el texto donde vemos hasta dónde llega la mezquindad. No se trata de un universo dividido en buenos y malos, en idealistas y corruptos. Nada de eso. Es en la gente común y corriente, como pueden ser Hally, Sam y Willie. A través de su cercana relación de convivencia asistimos a una inolvidable lección sobre la discriminación en todas sus acepciones. Y es duro contemplar la naturaleza humana de una manera tan viva, y que, en un país como el Perú, no deja de tener actualidad.
En “El amo Harold y los muchachos”, la gran tragedia de sus protagonistas es la incapacidad para romper las reglas que rigen sus vidas. Aquellas que impiden una verdadera intimidad o cercanía y que los condenan a ser el amo y el sirviente, el blanco y el negro. La tragedia se ahonda en la historia de Hally debido a un padre enfermo, adicto y abusador, y a una madre que se doblega ante los dictados del patriarca. Una obra dura y compleja, con un texto limpio y capaz de llegar a una audiencia muy amplia. Claro, con una doble lectura que resulta inquietante desde el comienzo, cuando la aparición de Hally sugiere el estallido de una bomba de tiempo.
En su debut como director de teatro, Adrián Saba nos sorprende por la madurez con la que toma los elementos del drama y los ordena sobre el escenario. Allí, sobre una brillante escenografía a cargo de Koky Málaga, no se conforma con una producción bien ensamblada, sino que dirige su atención a todo aquello que no se dice. De tal manera que crea una atmósfera de tensión provocada por esa animosa personalidad de Hally, un chico sabelotodo, simpático y querido por todos, pero cuyos modales desde el principio son los de un gamonal infantil. Marca así la pauta de la tragedia que está a punto de estallar. El resultado es inmejorable. Hay ritmo, precisión, complicidad con el elenco. También empatía con sus personajes, aunque no se deje manipular por ellos. Todo lo contrario, Saba está en control de una obra que plantea situaciones que podrían excederse por la fuerza emocional que contienen.
Y es en Hally donde el actor Fernando Luque encuentra un personaje adecuado a su talento. Su identificación es completa y no precisamente por los momentos dramáticos. Son los pequeños gestos, las miradas robadas, la concentración en los detalles, lo que convierte su trabajo en una construcción muy sólida, despojándose de su propia personalidad para asumir una personalidad enteramente al servicio del drama. Lo acompaña un vigoroso Lucho Sandoval, capaz de darle réplica en los momentos más duros. Y Alejandro Villagomez, en el papel de Willie, aporta frescura y ligereza en los momentos oportunos.
La Plaza ha vuelto a Larcomar con buen pie. “El amo Harold y los muchachos” es un inmejorable comienzo de temporada. Y no solo eso, nos ha descubierto en Adrián Saba a un director de teatro del que esperamos muchos más montajes.
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Dramaturgo: Athol Fugard. Dirección: Adrián Saba. Elenco: Lucho Sandoval, Fernando Luque y Alejandro Villagomez. Lugar: teatro La Plaza, Larcomar, Miraflores. Horarios: de jueves a martes,8 p.m.; domingos, 7 p.m.