
¿Terminaste de ver “El refugio atómico” o ya disfrutaste de los primeros capítulos? Entonces, lo más seguro es que te quedaste preguntándote si ese impresionante búnker subterráneo —el famoso Kimera Underground Park— era un lugar real y no te culpo porque yo también me lo cuestioné. Los pasillos de hormigón pulido, las habitaciones de lujo estilo postguerra, el spa futurista y esa atmósfera asfixiante estaban tan bien logrados que parecía todo sacado de una instalación secreta de verdad.
Pero te cuento algo: todo eso fue una ilusión perfectamente orquestada por el equipo de producción. Aunque la historia nos lleva a un refugio escondido ante la amenaza de una guerra nuclear, el lugar donde se grabó la primera temporada de la serie española no tiene nada de subterráneo. De hecho, está más cerca de lo que crees y a nivel del suelo.

EL VERDADERO KIMERA UNDERGROUND PARK ES UN SET EN MADRID
La famosa locación del Parque Subterráneo de Kimera no existe como tal. Fue construida desde cero en el centro de producción de Netflix en Tres Cantos, ubicado en Madrid, España. Es uno de los estudios más grandes de Europa y ha sido sede de otras grandes producciones, como “La casa de papel” y “Sky Rojo”, también creadas por Álex Pina y Esther Martínez Lobato, los mismos responsables de “El refugio atómico”.
Este centro de producción cuenta con 10 enormes escenarios, y para esta serie se utilizó uno de más de 7,000 metros cuadrados. Todo ese espacio fue necesario para recrear el complejo subterráneo en el que transcurre casi toda la historia.
El set se desarrolló con un estilo minimalista inspirado en la posguerra, algo que le dio una estética sobria pero elegante. Personalmente, me llamó mucho la atención cómo lograron equilibrar la frialdad de un refugio con los lujos excesivos que uno esperaría encontrar en un lugar exclusivo para multimillonarios: spa, gimnasio, bar de cócteles y hasta salones de arte.
Según fuentes de la producción, se utilizaron técnicas de producción virtual y efectos visuales avanzados para darle profundidad al entorno. De hecho, había una enorme pantalla LED de 30 x 6 metros que servía para simular los exteriores del búnker. Lo más impresionante es que casi no se nota qué es real y qué es digital.
A lo largo de los episodios, hay varias tomas que podrían hacernos pensar que el búnker está enterrado en algún lugar remoto. Pero la mayoría de esas vistas son, en realidad, efectos digitales en cámara, combinados con escenarios construidos físicamente. Esa mezcla de lo físico con lo virtual se ha convertido en una marca de las producciones de Netflix en España.
Es un ejemplo perfecto de cómo la tecnología puede jugar a favor de la narrativa, sin quitarle humanidad ni credibilidad a lo que estamos viendo.

¿Y LAS ESCENAS EXTERIORES?
Aunque la mayoría de la serie se filmó dentro del estudio, sí hubo algunas escenas al aire libre. Por ejemplo, las secuencias más abiertas y melancólicas —esas que dan la sensación de que el mundo está colapsando allá afuera— se grabaron en locaciones reales como Colmenar Viejo, cerca de Madrid, y Playa de la Barrosa, en la provincia de Cádiz.
Estas locaciones se usaron con bastante sutileza, sobre todo para dar contexto visual antes o después de mostrar lo que pasa dentro del búnker. No es que tengan protagonismo, pero sí ayudan a reforzar el tono apocalíptico de la trama.

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