
En un apartamento hacinado del Bronx, Wilmer Gutiérrez repasa las fotos de su celular como quien se aferra a una versión más feliz del pasado. Son imágenes de la selva, de la frontera, de días de esperanza compartidos con su hijo Merwil, de apenas 19 años, ahora detenido en una de las cárceles más temidas del continente: el Centro de Reclusión contra el Terrorismo (CECOT) en El Salvador. No hay antecedentes, ni tatuajes, ni vínculos comprobados con pandillas. Solo la sospecha y el miedo de un gobierno que invocó una ley de 1798 para justificar su deportación.
LA TRISTE HISTORIA DE UN INMIGRANTE CUYO HIJO FUE DETENIDO
Todo comenzó el 24 de febrero, cuando agentes de ICE detuvieron a 238 venezolanos como parte de una redada masiva. Merwil estaba entre ellos. Sin aviso, sin pruebas, sin explicación. Según Wilmer, en entrevista a Documented, los agentes parecían confundidos. Uno incluso dijo “No, no es él”, pero el otro replicó: “Llévenselo de todas formas”. Desde ese instante, inició una odisea que ningún padre debería vivir: recorrer comisarías, juzgados y refugios, solo para recibir siempre la misma respuesta: “No tenemos información”.

En Venezuela, Wilmer trabajaba en PDVSA y luego abrió su propio negocio para sostener a su madre enferma y a sus tres hijos. Pero la crisis económica y la dictadura lo empujaron a migrar. Así lo hicieron en mayo de 2023, recorriendo la selva del Darién, cruzando países, sobreviviendo a lo incierto. En Ciudad Juárez consiguieron trabajo mientras esperaban su cita de asilo, y el 21 de junio cruzaron legalmente a Estados Unidos. Lo que siguió fue un carrusel de albergues hasta llegar al Bronx, donde la vida prometía al menos estabilidad.
Durante meses, la familia trabajó de noche en un almacén procesando paquetes de Shein y Temu. Dormían de día, compartían una habitación con desconocidos y ahorraban lo poco que ganaban. Todo con la esperanza de regularizar su situación: ya tenían una audiencia fijada para febrero de 2027. Pero el arresto de Merwil lo cambió todo. La última vez que hablaron fue el 16 de marzo. Sonaba confundido, pero tranquilo. Wilmer pensó que lo devolverían a Venezuela, su país. Nunca imaginó que lo enviarían a El Salvador, un país en el que nunca ha puesto un pie.

LO QUE MÁS DUELE ES LA FALTA DE RESPUESTAS
El abogado William Parra asegura que Merwil no tenía ninguna acusación en su contra, que su caso estaba activo y que ICE ni siquiera ha confirmado su paradero actual. Según documentos filtrados, el 75% de los venezolanos detenidos no tenían antecedentes penales. Uno de ellos, Kilmar Ábrego, fue deportado “por error administrativo”. Wilmer, con los ojos llenos de cansancio, espera que el caso de su hijo también sea un error. Pero el silencio duele más que cualquier afirmación.
Wilmer ha comenzado a dudar del sueño americano. Dejó a su hija en Venezuela y perdió a su madre sin poder despedirse. A cambio, ha vivido entre refugios, trabajos precarios y la angustia de no saber dónde está su hijo. Aunque agradece el salario que le permite enviar dinero a casa, la carga emocional ha sido insoportable. “Este país ha destrozado a mi familia”, dijo.
Entre turnos nocturnos, trámites legales sin respuesta y la constante sensación de estar atrapado en tierra ajena, Wilmer empieza a considerar volver. “Lo único que quiero es dejar esto atrás y volar de vuelta a mi país. Solo estoy esperando a que le den el alta a mi hijo”, señaló. No quiere asilo, ni papeles. Solo quiere a su hijo de vuelta. Que le devuelvan el presente que juntos soñaron construir.
La historia de Merwil y Wilmer no es única. Es una entre cientos de relatos migrantes marcados por decisiones arbitrarias, políticas inhumanas y leyes anacrónicas. Es el rostro real de una crisis que, más allá de cifras y titulares, está hecha de familias rotas, ausencias que duelen y sueños que se convierten en pesadillas.











