Reservaron una habitación de mil dólares y llegaron ese mismo día al prestigioso hotel Pierre en Nueva York, a dos horas de automóvil de su casa: John Farrell y su esposa son parte de la nueva clientela de proximidad de los grandes hoteles neoyorquinos, que intentan adaptarse como pueden a la pandemia tras años de boom.
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Ya se acabó el jet set, la mezcla de idiomas y el ballet de lujosas camionetas y limusinas frente a este hotel de Central Park, famoso por sus veladas de gala y sus suites que recibieron en el pasado a Audrey Hepburn, Elizabeth Taylor o, más recientemente, a Lady Gaga y las protagonistas del filme “Ocean’s 8”.
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Tras seis meses de cierre, de paralización del turismo y de los viajes de negocios, esta joya del grupo hotelero Taj reabrió a mediados de septiembre, pero es solo la sombra de lo que fue.
“Es como en las calles, esa falta de movimiento, falta gente”, dice John Farrell, de 38 años, empresario de la construcción que reside en el condado de Nassau, en Long Island.
En general en esta época los hoteles neoyorquinos están llenos, pese a que una habitación para dos personas cuesta en promedio 300 dólares la noche.
“Comienza a fines de agosto con el US Open, luego la Asamblea General de la ONU, todas las convenciones posibles e imaginables, las veladas para recaudar fondos, los casamientos del otoño, luego Acción de Gracias, Navidad, Año Nuevo... No para”, enumera François Luiggi, gerente de este hotel de 189 habitaciones y 80 apartamentos que pertenecen a particulares ricos.
Además de los turistas extranjeros, que representaban casi un cuarto de los visitantes antes de la pandemia, ya casi no hay turistas estadounidenses porque Nueva York obliga a hacer una cuarentena de 14 días a todo visitante que llega de estados con una tasa de tests positivos al covid-19 superior a 10% (34 estados actualmente).
En vez de venir en avión, desde Europa o California, ahora los huéspedes llegan en sus automóviles desde lugares cercanos para una “staycation” breve, de 24 a 48 horas, muchas veces para ver a familiares, explica Luiggi.
Y el hotel no supera la tasa de ocupación de 25%, apunta Luiggi, aunque no desespera. “El Pierre existe desde hace 90 años, y estará aquí por 90 años más”, asegura.
Caída brutal
No todos los hoteles pueden decir lo mismo.
Unos 200 de los 700 hoteles de Nueva York están hoy cerrados, y cerca de 140 solo acogen a personal de salud y personas expuestas al virus que no pueden hacer cuarentena en su casa, o personas sin hogar -la cuenta es pagada por el gobierno municipal- ya que los albergues han cerrado a raíz de la pandemia, subraya Vijay Dandapani, presidente de la Asociación de Hoteles de Nueva York.
Los hoteles que reciben huéspedes tienen una tasa de ocupación promedio de 10%, indica.
Mientras Europa “se beneficia al menos en parte del turismo intraeuropeo, nosotros no tenemos nada”, dice.
Algunos han tirado la toalla para siempre, como el famoso Hilton de Times Square.
Es una caída brutal para la Gran Manzana, que en estos últimos años presenció la apertura de decenas de hoteles en Manhattan, pero también en barrios cercanos de los distritos de Brooklyn y Queens.
Con una cifra anual de turistas récord cada año, con más de 65 millones en 2018, la inversión era tentadora. Y a la ciudad le servía: el año pasado recibió 3.100 millones de dólares en impuestos pagados por los hoteles, según Dandapani.
La oferta de habitaciones de hotel subió tanto en 10 años que “el mercado hotelero de Nueva York comenzaba a dar señales de ralentización” incluso antes de la pandemia, dice Ramya Murali, analista del sector hotelero de la consultora Deloitte.
Nueva York “fue el primer mercado que tuvo medidas de confinamiento sustanciales”, y las autoridades locales “son conservadoras sobre la reapertura”, lo cual torna a la ciudad en “un mercado cerrado para los viajeros durante un periodo más largo”, dijo.
“Es necesario que personas como nosotros vengan y gasten su dinero, eso ayudará”, sostuvo John Farrell, el huésped del Hotel Pierre.
Durante su breve estadía en Manhattan, Farrell planeó hacer compras con su esposa y cenar afuera, en uno de los más de 10.000 restaurantes de la ciudad que reabrieron sus puertas.
Y a falta de espectáculos en Broadway, “fumarse un porro en Central Park”.
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