En la pista de aterrizaje del aeropuerto de Chimoré, en el corazón cocalero de Bolivia, no se ven aviones sino una multitud que aguarda el regreso de Evo Morales.
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Solo ha pasado un día desde queLuis Arce jurara como nuevo presidente del país el 8 de noviembre de 2020 y en la zona esperan la llegada de Morales un año después de su abrupta partida.
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La periodista Ayelén Oliva acompañó el recorrido de más de 1.000 kilómetros que hizo el exmandatario desde la frontera con Argentina hasta el Trópico de Cochabamba, y que en tan solo 48 horas abarcó el paso por tres de los nueve departamentos de Bolivia y terminó en un acto masivo en la región cocalera del Chapare.
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En Chimoré, para calmar la espera, un helicóptero hace unas piruetas en el aire en una especie de entretenimiento presuntuoso que anima a los seguidores del expresidente.
Piensan que ahí viene Evo. Miran al cielo, agitan las banderas indígenas con sus cuadros de colores. También otras con el blanco, azul y negro del Movimiento al Socialismo, el partido con que Morales gobernó Bolivia desde 2006 por más de 13 años.
En noviembre de 2019, luego de acusaciones de fraude en los comicios presidenciales, Evo denunció un golpe después de perder el respaldo de las Fuerzas Armadas y la Policía, renunció al cargo y partió rumbo a México, donde pasó un mes antes de refugiarse en Argentina.
Pero a Chimoré el exmandatario no llega por aire.
De pronto, el auto color arena en que viaja ingresa a toda velocidad por un costado de la pista. Se escuchan unas sirenas y bocinas que alertan de su presencia al tumulto que se agolpa sobre él.
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El fastuoso ingreso al Chapare, zona cocalera que vio a Evo Morales hacerse dirigente sindical, es una muestra más del tono triunfalista con el cual los organizadores del encuentro y su principal protagonista buscan entintar el retorno.
Morales llega al mismo lugar desde donde salió un año antes. Y si bien, según los cálculos de los organizadores lo recibieron unas 500.000 personas, el exmandatario comienza su discurso diciendo: “Fue desde este aeropuerto que dijimos volveremos y seremos millones, ahora somos millones”.
El aeropuerto de Chimoré, a unos 200 km de Cochabamba, es un símbolo político por donde se lo mire.
Se dice que durante años funcionó comobase militar de la DEA estadounidense. Con la llegada del MAS al poder, fue reconvertido en un aeropuerto internacional que sus críticos definen como una especie de “elefante blanco” de la administración masista que solo genera pérdidas.
Lo cierto es que en noviembre del año pasado fue testigo indiscutible de la anarquía y violencia política en las horas que siguieron a la renuncia del expresidente, tras tres semanas de protestas contra su reelección.
El plan de salida
Fue en ese mismo lugar donde hace un año Morales se despidió de Bolivia.
En una entrevista hecha en su casa de Buenos Aires, el expresidente repasó en detalle los últimos momentos que pasó en su país.
La preparación de su salida, afirma, comenzó el mismo día de su renuncia.
“El equipo de seguridad se quedó y nosotros salimos de emergencia con algunos alcaldes y dirigentes en un carro de la alcaldía. Nos hemos subido, a ver cómo está la gente, habían empezado a bloquear por temas de seguridad y nos quedamos como un hora en una casita”, recuerda para BBC Mundo Evo Morales.
“Yo quería enfrentar esto con el pueblo, pero solo uno de mi equipo me respaldó, hasta el vicepresidente (Álvaro García Linera) me dijo que no. Me decían que si acaban con Evo, acaban con este proceso”, indica.
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También insiste en que renunció para evitar una masacre en Bolivia.
Entra las otras opciones que evaluó, según cuenta, estuvo la idea de plegarse a las protestas de masistas en La Paz, la de instalarse monte adentro y desplegar una especie de foco de resistencia rural desde la zona cocalera y hasta llegó a pensar en tomar el control de la novena división del Ejército.
Pero después de una hora, y tras descartar esas opciones, decidió junto a un pequeño grupo de dirigentes y exfuncionarios que lo acompañaban, tomar un taxi para esconderse monte adentro hasta que pudieran concretar la salida por aire.
“Los compañeros campesinos que estaban controlando los accesos no creían que estaba en el carro”, dice con una sonrisa.
La negociación
Evo relata que la noche del domingo 10 se recostó en una especie de colchón de paja en una casa de campo vacía y consiguió dormir dos horas.
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Con los primeros rayos del día, se trasladaron a una planta empacadora de plátanos vacía donde pudieron ducharse, comer algo y seguir con los planes para concretar la salida.
No fue fácil, y según cuenta Morales, hubo muchas palabras cruzadas entre el equipo de exfuncionarios que lo acompañaba y el comandante de la Fuerza Aérea, general Jorge Terceros.
Entre los puntos de tensión con los militares que menciona el expresidente estuvo la prohibición inicial del ingreso de un avión militar extranjero a Bolivia, la sugerencia de que Evo contratara un avión privado que lo llevara hasta Lima, la oferta de salir en un vuelo proveniente de Estados Unidos, el pedido de una la lista de la tripulación de la Fuerza Área Mexicana que ingresaría al país, y la anulación de los permisos de tránsito por el espacio aéreo boliviano, autorizados horas antes.
Las Fuerzas Armadas no han dado públicamente su versión sobre lo que ocurrió esos días.
Finalmente, el lunes 11 de noviembre por la noche, Evo Morales llegó con el vicepresidente Álvaro García Linera y la que hasta entonces era ministra de Salud, Gabriela Montaño, al aeropuerto de Chimoré.
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Según describe Montaño en una entrevista desde Buenos Aires en la que repasó esos últimos días en Bolivia, unos dos kilómetros de la avenida que bordea el aeropuerto estaba cercada por campesinos que custodiaban la salida de Evo Morales.
Unos pasos antes de subir al avión de la Fuerza Área Mexicana, ya pasada las nueve de la noche, Morales se acercó a la tierra, se arrodilló, hundió su mano y guardó un puñado en su mano con la promesa de volver, imitando lo que había hecho García Linera unos segundos antes, cuenta la exministra.
“En ese momento pensé que iba a volver, que era solo cuestión de tiempo”, dice Morales.
Las imágenes registradas ese día lo muestran transpirado, aturdido y cansado mientras algunos lo abrazaban como queriendo retener su partida.
“Nos van a matar”
Una vez a bordo, el avión empezó carretear. Gabriela Montaño recuerda que acababa de terminar una llamada telefónica con el canciller del último gobierno del MAS, Diego Pary, quien desde La Paz controlaba el operativo.
Dice que todo estaba saliendo tal como lo habían planificado. El avión tomaba velocidad y las luces de la pista se veían pasar cada vez más rápido, pero de un momento a otro, en plena pista de despegue, la nave se detuvo.
Luego de unos segundos de confusión, el expresidente miró a su vice y éste a la tripulación buscando una explicación que no encontró.
El piloto mexicano no tardó en aparecer en la cabina de pasajeros para avisar de que el permiso para volar por el cielo boliviano había sido revocado.
“Ahí un poco yo me asusté, dije aquí nos van a matar o a detener”, cuenta Morales un año más tarde.
“En ese momento llamé a los dirigentes que ya estaban retirándose y les digo que estábamos retornando”.
Cuando el avión regresó al punto de partida, unos militares de bajo rango, intentaron hacer bajar al piloto que se negó argumentando que el avión era considerado territorio mexicano, según explica Morales.
En palabras de Evo, ese momento, el exvicepresidente García Linera aparece como figura clave de negociación.
“Álvaro le dijo al general Terceros: no tenemos permiso de salida, aquí hay más de 10.000 compañeros concentrados, también están sus militares, aquí va a arder todo, va a arder el aeropuerto, vamos a arder nosotros, van a arder sus militares, esto queda bajo su responsabilidad”, explica el exmandatario.
Tras esta conversación obtuvieron luz verde para partir.
Esta vez, Pary le dijo a Montaño que no cortara la llamada hasta que la distancia del avión con las antenas hicieran su parte. Continuaron hablando hasta que la señal se perdió.
Habían conseguido salir de Bolivia.
Regreso por tierra
En una especie de aversión ante el sabor amargo que le dejó la salida por aire, el expresidente decidió volver por tierra después de 11 meses en Argentina.
Cruzó a pie el puente que une la frontera con Bolivia, acompañado por el presidente Alberto Fernández, para luego comenzar un recorrido en coche que se detendría en distintos pueblos ubicados al costado de la ruta.
El trayecto no fue al azar.
Optaron por conectar distintos sitios emblemáticos para el expresidente como el salar de Uyuni, la principal reserva del litio en Bolivia, así como su pueblo natal de Orinoca y finalmente el Chapare.
“Nuestra idea fue que vuelve un líder nacional, no un líder de un partido, sino un líder nacional de alcance internacional. Teníamos que hacer una fiesta con baile, canto, música, comida, cultura. Y la única forma de hacerlo era por tierra”, explica el encargado de la organización, Álvaro Ruiz, hombre fuerte del MAS en el departamento de Tarija.
El martes 10 de noviembre, Morales encabezó 12 actos.
En cada localidad lo esperaban cientos de personas vestidas con ropa tradicional, música y platos de comida que ya desde el desayuno incluían carne de llama, diferentes tipos de papas y quínoa.
En una de las primeras paradas, en Río Mulatos, el exmandatario ofreció un discurso en un pequeño escenario montado en un pedazo de tierra seca, donde los pobladores exigen que se construya un surtidor de combustible.
En zonas como esas, Evo busca reafirmar su imagen de constructor de la infraestructura local, habla menos de las grandes consignas políticas y dedica más tiempo a los logros concretos en esos pueblos: la construcción de escuelas, rutas y viviendas.
Maribel Paco aplaude el discurso. Le pregunto si es cierto que construyeron todas esas obras que menciona el exmandatario. “¿No ve?”, me dice y me señala arriba, en un monte, un conjunto de casas iguales, pintadas en color coral, con líneas blancas y tanques negros de agua potable.
En el camino principal de ingreso al pequeño pueblo de Orinoca lo recibieron dos largas hileras de personas provenientes de distintos ayllus o comunidades, diferenciados por el color de sus ponchos y polleras.
Evo decidió hacer a pie el trayecto de un kilómetro hasta el estadio. A su paso, tiraban papel picado al aire, gritaban consignas en lenguas originarias en una especie de ritual ancestral más que de acto político.
Ya en el escenario, Morales ubicó en el centro del discurso el tema de las elecciones de 2019: “Nos robaron la elección”, repetía.
No es casual que ese sea el eje del discurso en Orinoca, lugar donde el MAS obtuvo un resultado record a nivel nacional en la elección de 2020, en la que de las 846 personas que votaron 829 lo hicieron por el MAS. Es decir, el 98% del total.
Impacto político
Pero más allá de lo anecdótico, es claro que el regreso de Morales a Bolivia tiene distintos significados políticos según quién lo mire.
Para un sector del oficialismo, “es una alegría para el pueblo boliviano”, le dice a BBC Mundo la diputada del MAS por Potosí, Basilia Rojas Mamami. “Nosotras antes, como mujeres de pollera, no éramos tenidas en cuenta y ahora nos vuelven tener en cuenta”, agrega.
“A mi esposa, mujer de pollera, la han escupido en la calle de Cochabamba, le gritan colla, campesina, desde que se fue Evo”, refuerza Hernán Córdoba Camacho, agricultor de la provincia de Misque, otras de las personas que asistió al acto de Chimoré.
Según analistas, la reactivación de la discriminación racial luego de la partida de Morales fue una de las causas que terminó por incrementar el nivel del respaldo al MAS en esta última elección.
“El hecho de que varias personas que no votaron por el MAS en 2019 optaran por hacerlo este año tiene que ver con el agravio que se vio a la bandera indígena”, le explica a BBC Mundo Fernando Mayorga, doctor en Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba.
“Esto provocó una suerte del rechazo al régimen y reforzó una identidad cultural, sobre todo aymara y quechua, que derivó en una mayor cohesión en la base electoral que apoyó al MAS”, opina Mayorga.
Pero para la oposición, la vuelta del expresidente no es más que un acto de provocación.
“El retorno de Evo Morales, en la coyuntura que vive el país, es un atentado a la democracia, es una llama para incendiar el país, es un escenario de alto caos que vulnera los derechos de los bolivianos y las bolivianas”, sostiene Andrea Barrientos, senadora electa por Cochabamba y jefa de la bancada de Comunidad Ciudad, partido de Carlos Mesa, el segundo candidato presidencial más votado en 2020.
“Evo Morales está embriagado de poder, es la cara del abuso de poder jerárquico y vertical”, sostiene.
Cuesta más encontrar autocríticas públicas sobre aquellos errores que contribuyeron a generar las bases del estallido social de 2019, pero las hay.
Para Adriana Salvatierra, presidenta de la Cámara de Senadores durante la última presidencia de Morales y figura clave de los días posteriores a su renuncia, una clave está en “la burocratización”.
“Fue algo que nos desgastó progresivamente, empezó a distanciarnos de aquello que realmente quería el pueblo. Es una lección que hemos aprendido. Esperamos volver mejores, sin rencor, sin venganza”, le explica a BBC Mundo.
Como sea, el regreso de Morales plantea un escenario inédito para el MAS, que luego de la victoria de Arce gobernará por primera vez sin Morales a cargo del Ejecutivo.
La gran interrogante es qué rol tendrá el expresidente, quien ya sostuvo públicamente no ocupará ningún cargo de gestión y se quedará en el Chapare organizando a los movimientos sociales, y qué relación establecerá con Arce.
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Evo Morales regresa a Bolivia casi un año después de su exilio en Argentina
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