
Un acertijo recurrente en clases de filosofía decía “si un árbol cae en una isla deshabitada, ¿produce sonido?”. Como hecho físico, seguramente, solo que nadie está ahí para dar respuesta de ello. En el Perú de hoy, los puentes y los techos se caen, la infraestructura pública y privada colapsa, pero nadie es responsable, es decir, como en el caso del acertijo, no hay quién responda.
Y las explicaciones que se lanzan no echan luz, sino tierra o cortinas de humo o llevan, en época de lluvias, agua para su molino: la culpa es del mercado que se resiste a ser regulado o es de caducas ideologías de izquierda o de una heredada desidia virreinal. Pero el hecho es que todo sigue cayendo por su propio peso sin importar las consecuencias. Y mientras tanto, los políticos, que no echan luz, sino humo y tierra y llevan siempre agua para su molino, no dicen ‘esta boca es mía’. Total, ya vendrán los ingenieros y limpiarán el desastre, levantarán los puentes y apuntalarán las vigas. Total, como dijo una vez Bedoya Reyes, aka ‘El tucán’, “los técnicos se alquilan”.
Si es verdad que de todo laberinto se sale por arriba, yo propongo, entonces, darles una chance a las Humanidades. Total, perder, lo que es perder, no vamos a perder nada. Relegadas en el claustro universitario frente al marketing de profesiones “más útiles y rentables”, tal vez, en plena explosión de las Inteligencias Artificiales, puedan darnos alguna clave. (Aclaración: sí, estoy llevando agua para mi molino.)
Quizás podrían hacernos comprender, de una vez por todas, que un puente, por ejemplo, es más que eso: es un compromiso moral con otros, por los que deberíamos preocuparnos tanto como lo hacemos por nosotros mismos. Justamente, por eso reciben también el nombre de “semejantes”, entendidos como “equivalentes” o, mejor, como el “prójimo”.
Así, palabras como “compromiso” o “empatía”, postergadas hoy por otras, como “rentabilidad” y “superávit”, puedan recuperar la importancia que enuncian. Si en el Perú de estos tiempos “detener” solo se emplea en el sentido de “obstaculizar”, prácticamente con ribetes subversivos, las humanidades pueden recordarnos que también es posible entenderla dentro del sentido más amplio de “considerar”, es decir, de “detenerse a considerar, a pensar mejor las cosas”.
No necesitan los ingenieros más cursos de matemáticas o física aplicadas que les digan cómo se calcula la resistencia de un puente, ni la tensión que soportarán sus cables. Pero sí deberían llevar alguno que les recuerden cuál es el valor de una persona y cuál es el sentido de construir una sociedad que nos permita confiar en los demás. Solo de este modo quizás ya no tengamos que contar más muertos.