Ayer se conmemoró otro Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. ¿Sobre qué escribo este año?, me pregunté. ¿Más datos? ¿Más indicadores del INEI, del Ministerio de la Mujer, del Poder Judicial o de las Naciones Unidas? ¿Para qué? ¿Acaso alguien los lee? ¿Alguien los estudia, los analiza y toma medidas en base a la evidencia objetiva de que estamos muy mal? O, peor aún, ¿a alguien le importan? Mi respuesta es que no, sin fisuras ni matices.
Este fue el 25 de noviembre de los intentos por eliminar el Ministerio de la Mujer y de una policía que opera en el lodazal mientras gana competencias gracias al Congreso. El 25 de noviembre de los deleites de la presidenta de la Corte Superior de Justicia de Lima disfrutando en el yate de ‘Chibolín’ con una fiscal superior. El año de una exfiscal de la Nación desaparecida, mientras otras mujeres aparecen en cilindros y maletas. Año de Condorcanqui, tierra de nadie y niñas desaparecidas a las que nadie busca. Año de efectivos policiales perdiendo el tiempo mientras otros son retirados por Inspectoría por realizar honestamente su trabajo. Otro año más de madres gritando “¡Justicia!”. Madres que no comprenden cómo otras madres oficiales, fiscales o juezas sueltan a los agresores de sus hijas o cómo médicos legistas expiden informes de lesiones leves a sus hermanas violentadas. Un año más de investigados por feminicidio, violaciones y palizas vistiendo uniforme y portando arma de fuego. Pero el 2024 será especialmente recordado por el duro esfuerzo de nuestras madres y padres de la patria para desaparecer la educación sexual de las escuelas y para dificultar que las niñas violadas accedan a un aborto legal. Año en el que un ministro de Educación achacó los abusos de menores a los problemas culturales y en el que el comandante general de la policía definió a un oficial descuartizador como un “elemento que cruzó la línea”.
Este Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer esta humilde docente se dedica a lanzar un llamado clamoroso a las mujeres y a los muchos hombres decentes para que nos acompañen a plantar cara. Ya que nuestras vidas no valen nada para los que ostentan el poder, no tenemos mucho que perder. Si para ellos nuestras vidas caben en una maleta, empaquemos y emprendamos un nuevo viaje con ese ligero equipaje. Hagamos que la vergüenza cambie de lado. Apuntemos con el dedo, denunciemos en el Poder Judicial a los maltratadores y en los órganos de control interno a los malos funcionarios, mencionemos con nombre y apellidos a los agresores, exijamos al Estado los servicios que nos corresponden, aislemos socialmente a los violentos y expectoremos a las mujeres cómplices. Arrimemos a los buenos hombres y funcionarios a nuestro hombro para emprender tamaña contienda. Veamos el vaso medio lleno: ya que queda poco por perder, perdamos el miedo también. Por las mujeres asesinadas delante de sus hijos, por las niñas wanpís y awajún, por las desparecidas, por las revictimizadas, por los deudos. Por Shirley, por Solsiret, por Marisol, por Katherine, por Laura. Por todas nosotras.