Giulio Valz-Gen

Los tiempos cambian y los roles también. Quienes antes promovían la vacancia de Pedro Castillo son quienes hoy resisten la de la presidenta Por ahora, la posible remoción de la mandataria es más ruido que realidad y una fina cortesía de su propia incapacidad.

Con o sin coartada tardía respecto del origen de los relojes , en el no existen los votos ni incentivos para destituirla. Ante la ausencia de un vicepresidente más, es probable que el Parlamento evite, mientras pueda, una situación en la que tenga que afrontar la posibilidad de su propia salida anticipada.

Si el pacto entre el Ejecutivo y el Parlamento es sobrevivir hasta el 2026, la presidenta no está cumpliendo con su parte. ¿Por qué? Pues porque no tiene la capacidad de manejar una crisis y mucho menos todo el aparato estatal.

No basta con repartir el presupuesto a las regiones y al Congreso como si fuese Papa Noel. Le toca gobernar y eso también implica evitar los escándalos que es precisamente lo que no ha podido hacer en el caso de los relojes y otras revelaciones periodísticas.

Ella navegó las aguas turbias y torrentosas de la política peruana gracias a un flotador que le permitía respirar y amortiguar los golpes. En su primera crisis pos Alberto Otárola, la presidenta ha terminado en una situación que la deja muy mal parada frente a la ciudadanía (y eso que ya tiene menos de un dígito de aprobación) y que evidencia que su principal problema político es ella misma.

No soy partidario de que se explote la figura de la vacancia presidencial ni de tener procesos exprés. En el caso de Pedro Castillo, incluso mucho antes de dar el golpe de Estado, las evidencias de su incapacidad moral para dirigir al Perú eran manifiestas y por eso debía ser vacado. Pero no había los votos hasta que dio el golpe.

Más allá de todo lo que podemos especular en el caso de Boluarte, aún faltan elementos para soportar tremenda decisión. No digo que no se vayan a dar, pues, por todo lo que estamos conociendo en las últimas semanas, tranquilamente podríamos llegar a una situación en la que un gobierno con Boluarte a la cabeza se haga insostenible para sus propios aliados transitorios y por conveniencia.

Cada uno puede enfrentar la realidad en los tiempos que mejor le parezcan. Las bancadas que hoy soportan a la presidenta deben saber bien que pagan y pagarán un precio alto por su sobrevivencia. Esto puede hacerse manifiesto en las próximas elecciones (sean cuando sean), cuando sus adversarios políticos (la izquierda) les enrostren en la cara su soporte a Boluarte, su frivolidad, los Rolex y el descalabro que pueden armar si no corrigen rumbo. Lo mismo aplica al establishment.

Giulio Valz-Gen Es socio de la consultora 50 + Uno