El que la histórica jornada del último domingo en Venezuela haya coincidido con nuestro aniversario patrio quizás no pase de ser un mero hecho del azar. Pero podría ser también señal de un desenlace próximo. La situación, como se ha recordado reiteradamente, se asemeja mucho a la del Perú en el 2000; en concreto, al lapso transcurrido entre el 9 abril –fecha de la primera vuelta de las elecciones generales– y el 16 de setiembre del mismo año, cuando Alberto Fujimori anunció la convocatoria a elecciones para el año siguiente, en las que, además, no participaría.
Por lo pronto, el frente internacional ha sido un importante espacio de disputa. Diferentes misiones de observación electoral han reportado groseras evidencias de un proceso electoral carente de las más mínimas condiciones de imparcialidad. El Centro Carter, por ejemplo, ha señalado que estas elecciones “no pueden considerarse democráticas”, mientras que la OEA denuncia una “aberrante manipulación” en un “proceso sin garantías”. Algo similar ocurrió en el 2000 en el Perú, cuando todas las misiones hicieron suyas las críticas de los observadores locales.
Contrariamente, el reconocimiento de los resultados oficiales que dan como ganador a Maduro proviene de las potencias globales Rusia y China, y de vecinos de dudoso récord democrático, como Nicaragua, Cuba y Bolivia.
En el caso peruano, a inicios del milenio, Estados Unidos era el poder hegemónico y mantuvo una posición equidistante, apoyando a la sociedad civil local, mientras parecía contemporizar con el influyente régimen fujimorista. Ello cambió con la revelación del tráfico de armas a las FARC, en agosto del 2000.
Si bien la movilización es similar, presenta matices. En el Perú del 2000, la oposición se unió tardíamente en torno de Alejando Toledo, luego de fracasar en presentar una candidatura unitaria. En Venezuela, en cambio, la oposición se articuló bajo el indudable liderazgo de María Corina Machado y la candidatura de Edmundo González Urrutia.
En ambos casos, la movilización se ha activado rápidamente, pero hace falta ver cuánto durará. En el Perú, el clímax se alcanzó con la Marcha de los Cuatro Suyos, aunque ello no impidió que Fujimori se instalara en el poder por tercera vez.
No obstante, lo definitivo en el desenlace peruano fueron las contradicciones al interior del régimen, manifestadas, primero, con la revelación del tráfico de armas ya mencionado y, después, con la difusión del primer ‘vladivideo’. Solo a partir de entonces, el régimen enfrentó su indudable final.
Quizás los siguientes 28 de julio en Venezuela podrían convertirse en una fecha emblemática: un hito del retorno de la democracia. Pero eso recién se verá con mayor claridad en los próximos días, cuando el eslogan que acompaña los esfuerzos de la oposición (“hasta el final”) sea puesto a prueba.