Ayer, el presidente Pedro Castillo volvió a dar una clara idea del tipo de prensa que quisiera que siguiese sus pasos mientras gobierna. Como era previsible, tras la información aparecida el domingo en el programa “Panorama” acerca de las contradicciones que habría entre lo que declaró a la fiscalía y a CNN con relación a sus reuniones con Karelim López, varios reporteros lo abordaron a la salida de una actividad en Lurín para interrogarlo sobre la materia. Y uno en particular le preguntó directamente si había mentido al Ministerio Público con respecto a esas reuniones.
La pregunta, desde luego, era más que razonable. El caso respecto del cual la fiscal Karla Zecenarro le había pedido testimonio al mandatario era el de la licitación de la obra Puente Tarata III (hoy anulada), en la que todo indica que se habrían producido irregularidades. El asunto, en consecuencia, era de evidente interés público.
El jefe del Estado, sin embargo, ensayó una tosca maniobra evasiva en la que se las arregló para añadir un matiz de ofensa. “Esta prensa es un chiste –proclamó delante de los micrófonos que lo rodeaban–; estamos hablando de educación peruana, ¿por qué no se centran en los temas importantes?”. Y después añadió: “Acompáñenme a ver cómo están las escuelas, acompáñenme a ver cómo están los niños. Hay miles de niños desnutridos”. “Los restos que tengo que responder la tengo que hacer en su momento” (sic), remató.
Es decir, una vez más la emprendió contra la prensa que no le pregunta lo que quiere cuando quiere, y que más bien le mueve las materias en las que su desempeño no es transparente. Materias, además, que potencialmente están ligadas a una cuestión tan seria como la educación: en este caso, la corrupción. En honor a la verdad, el chiste no se distingue por ninguna parte.
Pero, como señalábamos al principio, esta actitud no es nueva en el Gobierno ni exclusiva del presidente. La hemos verificado en la vicepresidenta y ministra de Desarrollo e Inclusión Social, Dina Boluarte, cuando fustigó a la prensa que planteaba “preguntas que no hacen bien a la sociedad” y la llamó a trabajar “hermanada” con el Gobierno, y muy recientemente también en el presidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres. Hace poco, en efecto, él decidió que una de sus primeras conferencias de prensa tras asumir el cargo debía tratar exclusivamente sobre la vacancia presidencial y se resistió a responder preguntas sobre otros temas urgentes y alarmantes (como, por ejemplo, la repartija de puestos para militantes de Perú Libre que aparentemente existe en el Ministerio de Transportes y Comunicaciones).
De más está anotar, por supuesto, que todos ellos se equivocan. La prensa está precisamente para plantearles a las autoridades de todo tipo las preguntas que las incomodan, pues solo así puede cumplir cabalmente la tarea de fiscalización que le corresponde. Un periodismo “hermanado” con el Gobierno no pasaría de ser una caja de resonancia de lo que el oficialismo quiere que se vea y un actor cómplice en lo que ese mismo gobierno y sus protagonistas quisieran que pasara desapercibido. Como, por ejemplo, las posibles mentiras del presidente Castillo a propósito de sus reuniones con la señora Karelim López.
Felizmente, una mayoría de medios y periodistas parece tener la necesidad de cumplir con ese rol muy clara, y no está dispuesta a dejarse apabullar por esta suerte de ‘buleo’ que reiteradamente se intenta desde las más altas esferas de esta administración. De hecho, el Colegio de Periodistas de Lima ya denunció ayer la “intolerancia reiterada del mandatario para responder temas de interés público” y le ha exigido al mismo tiempo disculparse por la ofensa que entrañaban sus palabras hacia las personas que se dedican al oficio de cubrir las noticias. Aquí no hay chiste ni broma alguna, y la persistencia con la que los medios insistiremos en que arroje luz sobre el turbio asunto que dio pie a todo este episodio se lo hará notar pronto al presidente Castillo.
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