La manera como se llevaron a cabo las elecciones venezolanas del último domingo, la opacidad exhibida por el órgano electoral en el conteo de votos y la premura con la que se decretó vencedor a Nicolás Maduro han reavivado la chispa de las protestas en el país caribeño. En las últimas horas, se han registrado una serie de manifestaciones importantes en varias ciudades venezolanas que no parece que vayan a remitir pronto.
Dada la entraña asesina que ha demostrado en el pasado el régimen chavista (al menos 124 muertos durante las protestas del 2017, según la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas), la comunidad internacional tiene en estos momentos una obligación moral doble: vigilar de cerca el comportamiento de las fuerzas del orden y exigir que se respete la voluntad de los venezolanos a través de un recuento de los sufragios transparente y verificable.
Como dijimos ayer en este Diario, ningún observador serio ha certificado el triunfo de Maduro y las dos únicas misiones electorales mínimamente creíbles a las que el chavismo permitió participar el último domingo –aunque con atribuciones muy limitadas–, la del Centro Carter y la de las Naciones Unidas, han exigido transparencia en los resultados, al igual que una decena de países de la región. Peor aún, los estudios independientes realizados antes y durante la elección mostraban una clara ventaja a favor de la candidatura de Edmundo González Urrutia, y la propia oposición ha hecho un mejor trabajo que el Consejo Nacional Electoral (CNE) al poner a disposición del público las actas de votación que pudieron recolectar y que muestran una meridiana derrota de Maduro.
Pese a todas las irregularidades, sin embargo, en nuestro país un puñado de políticos han corrido a declarar la presunta victoria de Maduro y a saludar la ‘limpieza’ del proceso electoral venezolano. Entre ellos se encuentran los congresistas Flavio Cruz, María Agüero y Kelly Portalatino (de Perú Libre), y el representante no agrupado Guillermo Bermejo. En el caso de Agüero, Portalatino y Bermejo, además, ellos viajaron al país caribeño como parte de los supuestos delegados ‘imparciales’ que el chavismo dejó participar y que no son otra cosa que tontos útiles utilizados por el régimen para darle un barniz democrático al fraude. “Es algo, la verdad, casi infalible”, afirmó Bermejo en un video colgado en sus redes sociales sobre el sistema electoral venezolano.
Otra de las voces entusiastas del embauque chavista fue la del sentenciado líder del partido del lápiz, Vladimir Cerrón, quien desde la clandestinidad escribió: “¡La Revolución Bolivariana ha vuelto a triunfar!”. Mientras que el congresista Guido Bellido, legislador no agrupado, destacó que en los comicios venezolanos “han participado más de diez candidatos”, como si eso bastara para hacerlas competitivas e ignorando el hecho de que la mayoría de estos son aliados puestos por el chavismo para proyectar un espejismo de pluralidad.
Aunque más cautas, las reacciones de otro sector de la izquierda han sido igual de reprochables. Verónika Mendoza, la lideresa del Nuevo Perú para el Buen Vivir, quien días antes de las elecciones colocó a la oposición venezolana al mismo nivel que el régimen asesino de Maduro, recitó una serie de generalidades en sus redes sociales en las que las críticas al chavismo brillaron por su ausencia. Por no hablar del silencio de representantes como los legisladores Roberto Sánchez y Sigrid Bazán, cuya defensa de la democracia solo se activa cuando los que la amenazan están en la otra acera política.
Lo ocurrido en Venezuela, en fin, solo demuestra que la izquierda peruana no ha cambiado y sigue siendo tan adoradora de los tiranos cuando estos comparten su misma insignia ideológica como lo fueron años atrás con ese asesino en serie llamado Fidel Castro. Que prefieren destruir su capital político antes que condenar a uno de los suyos y que, para ellos, los procesos electorales son, por decirlo de algún modo, “pelotudeces democráticas” que deben supeditarse al objetivo mayor de alcanzar y retener el poder.
Ojalá que los votantes peruanos no olviden esta lección.