Muchos de ustedes recordarán al juez Malzón Urbina, quien decidió acometer la quijotesca empresa de enfrentar a la alcaldesa de Lima (ordenando que se desbloquee La Parada), y quien, con un lenguaje digno de esa labor, ilustró lo ‘versátil’ que puede ser la gramática española, hablando de aquello que “subyasce”, y también de lo “escluido”, entre otras insospechadas oscuridades.
Malzón demostró que un hombre de justicia nunca abandona sus ideales: cuando no lo ratificaron en el cargo, se volvió abogado de los comerciantes desalojados (todo indica que por el módico salario de veinte mil soles). Pero la verdadera sorpresa vino cuando anunció que postularía a la presidencia en el 2016 (garantizando un debate televisivo fabuloso), y cuando agregó que siempre tuvo “ese bichito” de ser presidente (bichito inesperado, hijo de la improvisación, que lleva cada cinco años a más de un peruano inexperto pero valiente a postular, y a veces hasta a ganar).
Después de un largo silencio electoral, quizá afectado por la duda que generó el ‘bullying’ colectivo, Malzón declaró que su nuevo sueño era ser el alcalde de La Victoria. Podemos estar seguros de que gobernará con la sinceridad que lo caracteriza. No solo lo digo porque es una persona honesta, que no se refugia en el autocorrector de textos de Word, sino también por lo que contestó el año pasado cuando le preguntaron si estaba preparado para gobernar: “¿Quién está preparado para eso? Acaso Toledo y Fujimori lo estaron [sic]. Si me lanzo es porque veo todos los problemas sociales que atraviesa el país”. Nos tocó un visionario.