Mario Ghibellini

Con respecto a la próxima todo es incierto, salvo una cosa: que postulará a ella con muchas probabilidades de éxito. Perú Libre, de hecho, ya lo proclamó su candidato a integrarla. ¿En cuál de las listas que competirán por ese opinable premio? ¿Para ocupar qué cargo exactamente dentro de ella? Eso no se sabe. Pero lo que es claro es que el hombre parece estar predestinado a participar del corte del jamón parlamentario a partir del inicio de la próxima legislatura.

Hacer este tipo de lanzamientos es, desde luego, un derecho que asiste a todas las bancadas y a todos los miembros de la representación nacional, pero no podemos dejar de anotar aquí algunas curiosidades que rodean este caso en particular. Para empezar, lo madrugador del anuncio. Mientras los voceros de todos los otros conglomerados legislativos esquivan las preguntas sobre sus aprestos para la referida competencia con el pretexto de que es muy prematuro hablar de ello, a don Waldemar lo han echado a la parrilla antes de siquiera haber ido a comprar los carbones. O, por lo menos, eso es lo que parece.

–Gris sosías–

No es menos llamativo, por otro lado, el hecho de que la bancada de Perú Libre lo haya elegido precisamente a él para representarla en tan magno reto. Alguien podrá decir que es el hermanísimo del líder de un partido que, en más de un sentido, se comporta como una familia, pero eso de nada sirve a la hora de tratar de conquistar votos en predios ajenos. Y bien sabido es que, sin ese ingrediente, no hay candidato a la Mesa Directiva que pueda tener serias aspiraciones de alcanzar su cometido.

Si pensamos, por ejemplo, en las otras bancadas de izquierda, naturalmente afines a la que acoge a Cerrón, es obvio que, antes de respaldarlo a él, se sentirían tentadas a apoyar a postulantes más consistentes en la defensa de sus banderas esenciales. Como Flavio Cruz o Jaime Quito, digamos. A ellos nadie los recuerda negando a Pedro Castillo tres veces antes de que cantara el gallo. Don Waldemar, en cambio, declaró poco después del golpe del 7 de diciembre: “Dina Boluarte no ha usurpado en ningún momento el gobierno porque no ha entrado porque a ella se le antojó. El Congreso de la República dio una vacancia y a partir de eso se da una sucesión constitucional. Eso es lo claro y lo correcto”. Tenía razón, por cierto. ¿Pero de cuándo acá la razón ha sido un elemento determinante en las posturas que se adoptan en ese –o cualquier otro– sector del hemiciclo? La presunta ilegalidad de la forma en que la señora Boluarte accedió al poder es la piedra angular del cuestionamiento zurdo a la actual administración, y todo disenso frente a ese argumento, pensaría uno, tiende a convertir a quien lo formula en un apestado dentro de la izquierda parlamentaria.

En esa medida, para entender la lógica del lanzamiento que comentamos, habría que dirigir quizás la mirada a otros parajes de la geografía congresal. Concretamente, a las llamadas “bancadas de derecha”, donde parece haber brotado una afiebrada devoción por el menor de los hermanos Cerrón. Ahí está, por citar un caso, el parlamentario Eduardo Salhuana de Alianza para Progreso (APP), quien lo ha descrito recientemente como un colega “dialogante, concertador y no confrontacional”.

En ningún equipo parlamentario, sin embargo, lucen tan seducidos por los encantos de este virtual ‘Míster Simpatía’ de la Plaza Bolívar como en el de Fuerza Popular. Por estos días, Nano Guerra García ha revelado el enorme respeto que siente por él –acaso en retribución por las indulgencias que recibió de su parte por su recordada participación playera en el pleno– en el contexto de una supuesta necesidad de “abrir más la Mesa” (Directiva), mientras que Tania Ramírez ha deslizado que no vería “nada de malo” en brindarle su apoyo en la votación que tendrá lugar a fines de este mes. Más pudorosos, otros parlamentarios naranjas se han limitado a “no descartar” la posibilidad de terminar haciendo lo mismo, pero en general se percibe en el fujimorismo una cierta vocación por convencernos de que don Waldemar fue siempre para ellos aquello que en el lenguaje coloquial se conoce como “el hoyo del queque” o “el último huevo del pícnic”. Un embeleco, por supuesto, porque todos sabemos que, hace unos mesecitos nada más, la sola idea de respaldar una lista a la Mesa Directiva que incluyese a cualquier legislador de Perú Libre les habría producido a los congresistas de Fuerza Popular urticaria. Y si se trataba del gris sosías del líder de ese partido, los síntomas habrían incluido alguna forma de estertor terminal.

La explicación de esta mutación en el corazón de los prosélitos de la señora Fujimori, en consecuencia, radica en otro lado. Y los dinámicos estrategas del cerronismo sin duda la conocen, pues de otra manera no habrían lanzado a su candidato tan anticipadamente.


–No se agite–

Se pueden aventurar hipótesis al respecto, ¿pero para qué agitarse si tarde o temprano el verdadero motivo de esta insólita sintonía entre los viejos enemigos saldrá a flote? Mientras tanto, limitémonos a sonreír cuando el postulante sorpresa surja del centro de la torta con la que habrán de celebrar la lista conjunta, y se convierta, ahora sí, en el literal hoyo del queque.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista