Para el abogado y consejero organizacional Gonzalo Zegarra, el Gobierno vive ahogado entre su incapacidad para actuar y sus compromisos político-ideológicos. Cree que la censura del ministro Iber Maraví es un imperativo moral.
—El Gobierno perdió una gran oportunidad para cortar cualquier vínculo con Sendero Luminoso con su actitud entre vacilante e indiferente sobre el destino del cuerpo de Abimael Guzmán.
Sin duda. No era una decisión tan difícil para un gobierno normal, pero este es un gobierno patológico y anormal, con participación de Sendero en el Gabinete, lo cual te da una idea de su real rechazo a la violencia política.
—¿Primaron las cuestiones ideológicas o es que también está abrumado por la responsabilidad y no sabe qué hacer?
Hubo una mezcla de cuestiones ideológicas y anímicas. No les nace del forro, del alma, condenarlo. Hay una suerte de perplejidad, de no saber dónde están parados, de incapacidad no solo de gestión, sino de actuación política. De los 18 candidatos presidenciales que tuvimos, cualquiera de los otros hubiera manejado esto de otra manera, es decir: la condena inequívoca y la toma de acción. Los únicos que no podían manejar una situación como esta eran ellos [Perú Libre].
—Es hasta una carencia de estrategia política de sobrevivencia.
No saben dónde están parados. Si hacen un gesto por acá, disgustan al Movadef; si hacen otro, disgustan a Cerrón. Tienen una alianza, como dice Carlos Meléndez, no de centroizquierda, sino de izquierda plena, que incluye a la extremísima –Sendero, Movadef–. Es una coalición pegada con babas. El gran problema histórico de la izquierda ha sido la unidad. Hoy están ahí porque el poder los seduce, pero es insostenible.
—Esas indefiniciones se grafican en la declaración de la vicepresidenta Dina Boluarte respecto a que el presidente “es muy probable” que prescinda del ministro Iber Maraví.
Después de que se tuiteó que le habían pedido la renuncia a Maraví y este se zurró con el apoyo de Castillo, lo que digan no tienen ningún peso. Lo único que interesa es que Castillo lo saque [a Maraví] y hasta que eso no pase, pueden decir lo que quieran. Nadie les va a creer.
—Si bien la encuesta de El Comercio-Ipsos es anterior a la muerte de Guzmán, ¿el crecimiento en la popularidad del presidente y el primer ministro no los fortalece?
Es muy anecdótico, minúsculo. Sigue siendo un gobierno muy débil. Lo interesante, y preocupante a la vez, es el nivel de apoyo desmesurado y desconcertante en el sur. Lo digo sin caer en ninguna arrogancia centralista. Esto le da sostenibilidad, no sé si temporal, al Gobierno. No se puede pasar por alto el nivel al que ha llegado la fractura geográfica del país en términos de apreciación de los mismos hechos. En una presentación en Apoyo Consultoría, se mostraron frases de la gente respecto al Gobierno. Mientras en Lima decían que es un desastre, las provincias no andinas le daban el beneficio de la duda y las provincias andinas mostraban una identificación profunda con el presidente.
—¿La fuerza que el presidente mantiene en el sur neutraliza la posibilidad de que sea vacado?
Marca la pauta de lo que puede hacer el Congreso. La lección que dejó la vacancia de Vizcarra y el fallido gobierno de Merino es que no puedes vacar a alguien con alta aprobación. Si bien Castillo no la tiene, si impulsan una vacancia con un presidente con un 57% o más de aprobación en el sur, vas a tener al sur en pie de protesta.
—Vas a fracturar más al país…
Y vas a tener a la gente en el sur como tuviste a la gente cuando se vacó a Vizcarra –quien por su catadura moral no merecía [ese apoyo]– y se va a repetir la historia, pero en lugar de ocurrir en Lima, lo vas a tener en el sur.
—En una conversación anterior mencionó otro escenario: que el presidente plantee una cuestión de confianza por Maraví. Ahí la censura sería un imperativo moral.
Sin duda. No puedes tener en el Gabinete a un ministro filosenderista. Lo sensato sería que el presidente lo saque. Si eso no ocurre, el Congreso debería hacerlo. De repente no lo quiere hacer por miedo o quizás el presidente plantea una cuestión de confianza, lo cual sería una torpeza brutal que contribuiría a la caída de su popularidad.
—Volviendo al caso del cuerpo de Guzmán, se ha abierto otra discusión. ¿Qué pasará cuando mueran Fujimori, Montesinos o Hermoza Ríos? ¿Hay que darles el mismo trato?
De ninguna manera. Poner las cosas en esos términos es siniestro. No seré yo quien relativice la maldad de estos tres personajes, siempre me he opuesto a ellos, pero no se les puede poner ni remotamente en el mismo nivel que Guzmán. Guzmán es un genocida, un sanguinario, un psicópata. Todo lo que trajo fue muerte y destrucción. Puedes decir algo parecido de Montesinos, pero no en ese grado; Fujimori es un personaje más de luces y sombras. Esta no es una defensa de él, es una constatación de la realidad. Podemos discutir si se le debe dar funerales como jefe de Estado, pero ponerlo al nivel de un genocida no tiene ni pies ni cabeza desde el punto de vista moral; y en el político, no hay una panda de fanáticos asesinos que pueda convertir su tumba en un lugar de culto como sí podría pasar con Guzmán.
—¿Y el grupo Colina?
Esa es otra discusión. No estamos hablando de que los criminales no deban tener una tumba. Además, sigo sosteniendo que a Fujimori lo condenaron mal por el Caso Barrios Altos. Nunca presentaron una prueba, pusieron una teoría en lugar de una prueba, la famosa teoría del dominio del hecho, la cual me parece abominable desde el punto de vista filosófico y jurídico. Pero esa es otra discusión. Lo que justifica una excepción al principio humanitario de que a la familia del delincuente se le entregue su cuerpo no es que sea un asesino, es que pone en peligro la seguridad del Estado porque puede generar un culto a la personalidad. No existe un culto a la personalidad de Alberto Fujimori; en el caso de Guzmán, sí.
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