Hace unos años, mientras investigaba el entorno del presidente Martín Vizcarra, uno de sus más cercanos colaboradores me hizo una pregunta difícil de entender en su momento: “¿Has notado que alguien quiera hacerle daño al presidente?”. No indagaba precisamente sobre las personas a las que yo estaba entrevistando, sino quería conocer la impresión que me iban dejando. Mi respuesta fue negativa, pero no disipó su preocupación. La fuente desconfiaba de algunos trabajadores dentro de Palacio, pero al no conseguir pruebas, dejó de pensar en ello.
El tiempo le dio la razón. El tsunami de audios grabados dentro de Palacio y repartidos masivamente revela la precariedad de una parte del equipo con el que despachaba Vizcarra. Siempre fue un político de provincia incómodo entre las élites del poder limeño. Su entorno, al que creía conocer, le daba seguridad.
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“Para que tú entres ahí realmente tienes que recibir una bala por él”, me decía un extrabajador del Ministerio de Transportes y Comunicaciones, refiriéndose al nivel de fidelidad que observaba entre sus colaboradores cercanos cuando Vizcarra era ministro. Llegado a Palacio, sumó a dos o tres personas más, pero siguió al mando de un equipo pequeño y muy hermético en el que no le quedaba más que confiar.
El reducido alcance de sus apoyos le perturbaba, pero no lo corregía. “Hay personas inteligentes pero que no son de confianza, y personas de confianza que no reúnen las condiciones para trabajar aquí. No siempre puedo conseguir a alguien capaz y que al mismo tiempo sea confiable…”, se quejó alguna vez.
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Para Mirian Morales, ex secretaria general del despacho presidencial, ser pocos en el entorno de Vizcarra tenía una ventaja: no entraba cualquiera. “¿A quién llamas? ¿Quién se salva de decir que no está investigado por algún acto de corrupción? Este espacio que es cercano a él es más limpio”, me dijo en noviembre del 2018.
Un tiempo después, el presidente parecía pensar exactamente lo contrario. Le pregunté por las debilidades de su gobierno, qué le faltaba a él como presidente. Respondió desde su propia soledad en el poder, quizá intuyendo un aislamiento peligroso. “Existe mucha gente capaz en el Perú, pero no los conozco. Me falta buscar esa conexión, convencerlos…”.
A pesar de ello, no hubo suficiente voluntad para ampliar su horizonte de colaboradores, lo que se puede entender de otra manera: uno elige con quién y cómo se vincula. Tendría que haber sabido que si no era él quien ponía las reglas y los límites en el interior de su equipo, los pondrían otros.
Visitas incómodas
Un año atrás, cuando vivíamos la antigua normalidad de nuestra política –en todo su esplendor tras la disolución del Congreso, el 30 de setiembre–, en Palacio de Gobierno se mantenía inalterable aquel equipo con el que el presidente Martín Vizcarra había decidido trabajar. Tres de ellos formaban un primer círculo de confianza, y participaron de todas las decisiones políticas de su gobierno: Maximiliano Aguiar, Mirian Morales e Iván Manchego (este último lo acompañó desde sus inicios en la política, en el 2010 en Moquegua, y de manera intermitente hasta enero de este año).
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Un segundo círculo de colaboradores –Mónica Moreno, Óscar Vásquez y Mario Cortijo– se dedicaba específicamente al manejo de la comunicación e imagen (Vásquez, nacido en Tacna aunque con una vida hecha en Moquegua, está a su lado desde la campaña electoral de Kuczynski). Y en un ámbito privado, a cargo de todos sus asuntos personales, estaba Karem Roca, la secretaria moqueguana que lo grababa en secreto y que gozaba de la confianza de toda la familia Vizcarra.
En un limbo inexplicable y oculto estaba Richard Cisneros. Nunca nadie lo había mencionado o considerado siquiera un problema hasta mayo de este año, en que salieron a la luz sus contratos en el Ministerio de Cultura y luego El Comercio reveló sus visitas a la casa de Gobierno.
Mirian Morales recordaba lo incómodo que era tratar con él, tanto en los eventos públicos en Palacio a los que había sido invitado como en la reunión que sostuvieron en su oficina (él le dijo que podía aportar al Gobierno con proyectos; ella le respondió que no cumplía los requisitos para ser contratado).
“Martín tiene mucha debilidad por el halago y Cisneros es un zalamero”, me comentaba un extrabajador de Palacio tratando de entender las razones de su insistente acercamiento, permitido por el propio presidente.
Al parecer Vizcarra lo escuchaba, por momentos tomándolo con cierta gracia, sin medir las consecuencias del oportunismo de sus amistades. En una ocasión, fastidiado tras alguna impertinencia o excesivo cargoseo por parte del cantante, el mandatario intentó ponerle un alto: “No te metas, no te sobrepases”. Si quiso mantenerlo a raya, lo hizo demasiado tarde.
¿Quiénes quedan?
De aquel equipo de incondicionales –al que Cisneros no pertenece– ha quedado una minoría, golpeada y reacomodada a medida que la crisis se salía de control. Iniciado el 2020, Manchego decidió regresar a trabajar a su tierra, Moquegua, y al poco tiempo Aguiar hizo un viaje rutinario a la Argentina, sin sospechar que una pandemia desbarataría sus planes de retorno. Distanciados por miles de kilómetros, Vizcarra y Aguiar dejaron enfriar una relación laboral que no se pudo recomponer. Roto el equilibrio dentro del equipo presidencial, Morales ocupó el vacío dejado por los dos asesores, hasta hace unos días en que le fue aceptada su renuncia tras el escándalo de los audios publicados.
Pedro Pablo Angulo, su exasesor legal, es el nuevo secretario del despacho presidencial. No es cercano al presidente, y quizá eso es precisamente lo que hace falta allí adentro. Mónica Moreno, en tanto, tomó las riendas de la comunicación política, con una proximidad repotenciada por las circunstancias.
A Karem Roca, la secretaria de voz suave y vincha infantil que consideraba a Vizcarra como un padre, le esperan largos paseos por fiscalías. La mano derecha de Vizcarra desde su etapa como gobernador regional de Moquegua (2011-2014) ha declarado notarialmente una “crisis emocional muy aguda”, aduciendo que la utilizaron.
Por lo demás, nunca dejó de pensar que fue Mirian Morales quien ‘sembró’ información sobre las contrataciones de su familia con el Estado.
‘Parao’ y sin saco
En su defensa ante el Congreso de la República, el presidente Vizcarra dijo más sin palabras que con ellas. Respondió con el suspenso a quienes apostaban que no asistiría al pleno, y se mostró como un hombre de trabajo que –sin corbata y luego sin saco– no tiene tiempo que perder en su batalla diaria contra el COVID-19.
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A los estudiados gestos de ese día y a las reiteradas disculpas por una crisis germinada en su entorno, falta añadir una tarea pendiente: escoger mejor a quienes lo acompañan. “Yo confío hasta en las personas que alguna vez me han fallado”, me dijo en junio del 2019, aduciendo una suerte de “miopía” que le impedía detectar las malas intenciones en la gente.
Su propia familia le advertía que en política eso era un defecto y que le podría causar problemas. “Si eso –confiar– me ha funcionado toda la vida, a estas alturas no voy a comenzar a desconfiar”, continuó. Siempre hay un momento para empezar a hacerlo.
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