Cuando estamos tristes comemos. Cuando estamos felices comemos. Lo hacemos en solitario o en compañía. Para nutrirnos, para satisfacer un antojo, para celebrar un momento importante o, como nos está pasando estos días, a veces también comemos por ansiedad. Para la psicóloga Andrea Montalvo hay que diferenciar dos conceptos: el hambre real del hambre emocional, sobre todo en el actual contexto de la cuarentena para prevenir el coronavirus. “¿Les ha pasado que se sienten nerviosos y les dan ganas de comer? ¿O que están tristes y les provoca algo dulce? En psicología, englobamos todas esas frases o ideas en lo que se conoce como el ‘comer emocional’ porque son distintas emociones las que nos motivan a hacerlo”, explica Montalvo.
Cuando comemos por ansiedad tendemos a culpar a la emoción por hacernos sentir que debemos comer. Pero la ansiedad es una respuesta a algo que nos está afectando y que no sabemos, o no podemos, manejar. “En estos casos, la comida se convierte en algo que sí está en nuestro control: podemos decidir qué comemos y cuánto, convirtiendo los alimentos en una especie de consuelo o calmante de esta ansiedad, preocupación, miedo o tristeza que estamos sintiendo”, añade.
¿Qué hacer? Primero, identificar las situaciones donde esto se presenta y reconocer nuestras emociones. “Así las validamos, les damos espacio y luego las dejamos ir”, dice Andrea. Darnos un antojo no es malo, sino saludable. Pero si nos encontramos aburridos o comemos sin sentir hambre real, realizar alguna actividad física, meditar, leer un libro e incluso dormir pueden ser buenas alternativas. ¿Algo que nunca está de más? Conversarlo con gente cercana y, si es posible o la situación se agrava, buscar ayuda profesional.