Congreso de la República. (Foto: AFP)
Congreso de la República. (Foto: AFP)
Renato Cisneros

Todo es un modelo a escala de la sociedad que lo eligió; de su nivel educativo, de su composición racial, de sus creencias, de su facultad para el diálogo, incluso de su ética. Las virtudes y vicios de una sociedad se ponen de manifiesto a través de la performance de sus parlamentarios, quienes en teoría encarnan el pensamiento de sus miles de votantes. Siempre habrá casos excepcionales, gente muy notable o muy ruin capaz de distorsionar el promedio, pero eso no evita calcular la media. Así como al analizar unas pocas gotas de sangre identificamos el estado general de todo un organismo y sabemos lo saludable o enfermo que se encuentra, al observar el microcosmos del Congreso le medimos la temperatura a todo un país. Si el Congreso es una rémora, existen muchas probabilidades de que el país también lo sea.

Pero la idiosincrasia peruana es tan compleja que difícilmente queda revelada o expuesta en una selección de ciento treinta personas. Para obtener una muestra representativa habría que considerar también a quienes participan del concurso previo. Es ahí, en la prueba de talentos de los más de dos mil peruanos que postulan al Congreso, donde nuestras variopintas formas de ser afloran de manera más evidente. Ese casting es nuestra radiografía más auténtica, nuestro retrato más fiel, nuestro espejo más sincero, aunque nos devuelva una imagen que no nos guste.

Uno puede sentirse identificado o no con los actuales aspirantes a una curul, pero lo cierto es que el Perú del siglo XXI, el que está en la antesala de su bicentenario, está sintetizado en las bondades y limitaciones del conglomerado que forman esos personajes. La coherencia y sensibilidad de unos pocos se revuelve con el racismo y estupidez de otros; la decencia con la miseria; la humildad con la arrogancia; la honorabilidad con la indecencia; el esfuerzo con la mediocridad, y el resultado de esa fusión cotidiana bien podría ser algo llamado “identidad”.

El contenido electoral que hoy consumimos en calles, pantallas y parlantes, con mensajes que van desde lo más sensato hasta lo más despreciable, nos recuerda que el Perú no se reduce a nuestra mirada ni a la mirada de nuestros amigos, parientes y seguidores en redes sociales. Nos recuerda que somos un país difícil de gobernar, difícil de entender, difícil de educar y, a veces, difícil de querer.

Un problema del peruano, manifiesto sobre todo en época de elecciones, es que aún cuando dice amar al Perú no acepta como propia la parte dañada del país. Ama solo lo bueno. La suya es una peruanidad convenida, hecha sobre la base de lo prestigioso, lo destacado, lo infalible: la gastronomía, los Panamericanos, las bondades turísticas. Pero cuando se trata de abrazar lo defectuoso del país, de asumir parte del error, huye, sale corriendo, mira a otra parte. Por ejemplo, cuando se trata de reconocer que estamos infestados de corruptos, sicarios y violadores, y que muchas veces con nuestra indiferencia contribuimos a su multiplicación, ahí el país deja de ser una referencia plural y se convierte en una isla apestada que otros han fundido. Algo parecido se respira en estos días confusos. No terminamos de asumir que los candidatos al Congreso son una expresión del país; algunos quizás expresan un país que desconocíamos, pero que sin duda existe. Negarlo es ocioso.

Esta perspectiva, por supuesto, no nos obliga a volvernos repentinamente empáticos con candidatos o tendencias que nos resultan impresentables y cuyos gestos son abiertamente ofensivos. Frente a posiciones así, que agreden, discriminan o justifican el ataque al otro, la tolerancia no puede ser invocada. Podemos ser parte del mismo país, un país que a veces escapa a nuestro entendimiento, pero tenemos la obligación de rebelarnos ante lo que consideramos podrido; de enfrentar aquello que nos rebaja como sociedad. El próximo Congreso es clave por eso. para que la voz que allí se escuche sea la de peruanas y peruanos honestos, que luchan con la esperanza de que sus hijos enseñen a sus nietos a sentirse orgullosos de haber nacido en este lugar. //


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