Verónika Mendoza vive en un bunker a 485 metros bajo el nivel del mar. Su ubicación exacta es un secreto que pocos conocen. Afirman testimonios confiables que desde ahí abajo observa lo que sucede en el país gracias a un poderoso aunque discreto periscopio. De esa manera evalúa el momento indicado para salir a la superficie y decir:
- Aquí estoy, indignada.
Esto quiere decir que desde hace seis meses y gracias a su artefacto Mendoza ha podido ver claramente lo siguiente:
- Al Canciller Héctor Béjar diciendo que la Marina de Guerra del Perú empezó el terrorismo.
- Al ministro de Transportes Juan Silva abogando por el transporte informal.
- Al primer ministro Guido Bellido siendo Guido Bellido.
- Al ministro del Interior Luis Barranzuela haciendo su jarana criolla en medio de la pandemia.
- La aparición de 20 mil dólares en el baño de Palacio
- Las reuniones clandestinas en Sarratea
- Las gestiones empresariales cumpleañeras de Karelyn López
- La entrevista donde el presidente dice que está aprendiendo a ser presidente.
- La fallida deportación de 41 venezolanos que iba a ser transmitida en directo como un espectáculo familiar.
- Etcétera.
Vio eso, consideró que no tenía nada que decir y guardó su periscopio.
Su tarea principal en el bunker es la de monitorear el país. Lo hace a través de tres computadoras que median su participación en la política. Bendita sea la fibra óptica.
La primera de estas registra la simpatía en redes sociales hacia su liderazgo. Solo en privado se atreve a llamarlos Verolovers. El pudor la inhibe de referirse a si misma a en tercera persona, a lo futbolista con neceser Louis Vuitton.
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El teclado de los verolovers está dominado por una tecla color rosa con el ícono de un corazón. Cuando lo presiona, no es a menudo, envía un guiño de afecto a sus incondicionales. Y suspira.
Desde la segunda pantalla vigila lo que ella considera el asedio de la derecha golpista. Es decir, sigue los medios de prensa independiente en su cobertura normal de los escándalos permanentes del gobierno. Nada del otro mundo.
La tecla dominante de esta segunda pantalla es amarilla y lleva el rótulo de ¡Indignación! Basta presionarla para lanzar al ciberespacio mensajes construidos en base a las fórmulas de “condenamos tajantemente este nuevo ataque de la derecha golpista y “dialogaremos con las fuerzas del cambio en busca de una salida democrática y constituyente”, etc. Solo tiene que cambiarles la fecha para que estos consoliden una posición solida y coherente entre sus simpatizantes.
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Tiene una tercera pantalla, de uso privado y para temas de ocio. Además de ver Netflix tiene archivado un estudio criptológico de la fábula del pollo del presidente Castillo. Intuye que esa narración contiene entre líneas la revelación del fin del mundo.
Hay un timbre en la superficie. Al accionarlo se enciende un foco rojo en el bunker y suena un ringtone con las primeras notas de Daremos Todo, el esforzado himno de pantalla que le permitió alcanzar un meritorio sexto puesto, revés que no fue impedimento para colocar a sus allegados en el gobierno.
Esta última semana se encendió el foco y sonó el ringtone en el bunker. Eran los exministros de la Mujer y de Economía. Este ultimo llevaba una sandía, fruta en temporada. La mirada expectante de ambos – ojos muy abiertos, una sonrisa muda de oreja a oreja- le hicieron a entender a Mendoza qué es lo querían ver.
- ¡Son terribles!, está bien está bien, saquemos el periscopio. Valer, ¡a quién se le ocurre…!
La sandía estaba fresca y heladita, algo muy refrescante allá abajo mientras se turnaban en apretar la tecla de ¡Indignación!
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