Rafaella León

Mientras escribo estas líneas, Cristóbal, mi adolescente de 13 años, dirige a una cuadrilla de seres que debe luchar por su propia sobrevivencia. “¡Bloqueando, bloqueando, chicos!”, da indicaciones desde un micrófono con audífonos, o viceversa: su herramienta de comunicación más preciada y que ya ha aprendido a desinfectar con alcohol. A veces, cuando no está jugando en línea con Víctor, Matías y el resto del grupo, igual están conversando, así como hacíamos sus padres o sus tíos hace 20 o 30 años atrás, sentados en alguna vereda, apoyados en algún muro, desparramados en el parque del barrio. Su barrio es ese: el universo online que jamás entenderemos del todo. Entre coartadas y estrategias de asalto que como buen líder impone, oigo a Cristóbal de rato en rato comentar que hay una víctima más de , que el presidente está hablando por la tele, que detuvieron a un señor con su perro, que hay un caso confirmado en el colegio. Está pendiente de todo, pero desde esa sutil indiferencia propia de su edad, una suerte de autosuficiencia que le hace sentirse invulnerable. Desobedecer, levantar con soberbia el hombro o poner caras a cualquier indicación es parte de sentirse omnipotente. ¿Qué me queda? Hay varias posibilidades, pero ninguna funcionará sin la principal: una paciencia de santo.

Mi suegro, Luis Jaime Cisneros, solía repetir, con su sonrisa pícara: “Señor, dame paciencia y plata; primero plata y después paciencia…”. En estos días yo lo hago invirtiendo las prioridades. ¿Qué le diría a sus nietos hoy mi querido Luis Jaime? O mejor aún, ¿cómo nos ayudaría a los padres a saber lidiar con esta edad difícil, sobre todo cuando estamos aislados físicamente, como en estos tiempos de encierro sanitario obligatorio? Él era maestro y todo lo convertía en aprendizaje: invitaba a hacer productiva la rutina, creativa la organización, autónomo el esfuerzo. Quizá me diría que es tiempo de dejar de ver a los chicos como unos rebeldes sin causa y flexibilizar un poco las normas habituales de la casa. No perdamos de vista que para nuestros hijos adolescentes, lo más importante en la vida es el contacto con los amigos. Nosotros hemos pasado a un segundo plano; la vida entera, con coronavirus incluido, se quedan fuera: las amistades, los compinches, quizá también los primeros flirteos a distancia son lo más importante. ¿Qué más da que se quede mi adolescente de 15 años, Jaime, hablando hasta las 2 de la mañana con su grupo del décimo C? Sin necesidad de negociar demasiado, ya sabe que tiene que hacer dos cosas: hablar bajito para no despertar a toda la casa y apagar las luces antes de acostarse.

De eso se trata, apunta el psicólogo Christian Martínez para este artículo: de replantear juntos algunas reglas de convivencia y de responsabilidades compartidas. “Sería importante no armar un cronograma semanal, sino ir día por día. Cada noche reunirse y organizar el día siguiente. Y que el día esté dividido en: tareas domésticas, tareas escolares y uso del tiempo libre”. Algunos datos más aporta el experto. A veces pensamos que el chico está holgazaneando por holgazanear. No es necesariamente así; los cambios hormonales, físicos, neuronales le hacen tomarse más pausas. Su organismo está ‘trabajando’, y busca casi siempre un lugar privado y su propio tiempo. “Ese lugar y espacio es, por excelencia, su habitación. Hay que escucharlos, intentar no juzgarlos sino de comprender su mundo, su forma de vivir. Su adolescencia nunca será igual a la nuestra. Jamás entenderemos lo importante que es el Internet para ellos, por ejemplo”.

Desde el colegio llega un correo que en casa agradecemos.

“La idea no es apuntar al ‘cumplimiento’ (de las tareas escolares virtuales), ni mucho menos a la generación de estrés adicional e innecesario. Que cada uno de nuestros alumnos y alumnas haga lo que pueda. Calma, que cada uno avance a su ritmo…”.

Hay un tiempo para todo y este es el tiempo de aprender a confiar en que lo que venga solo puede ser mejor. Mientras tanto:

“Mi mamá ha hecho ceviche, ¡ya vuelvo!”, dice Cristóbal lanzando sus audífonos por los aires. //

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