Cuando hay neblina, la isla apenas se ve desde La Punta. Cuando no, es un misterio: ¿qué se oculta hoy en El Frontón? La isla cuyo nombre evoca un pasado oscuro, un eco de historias trágicas y leyendas sombrías y de la que hoy se sabe un rumor: es el nuevo paraíso del zarcillo inca.
Es sábado a la mañana. “Vamos a comprobarlo”. Breve repaso a los libros, mientras el motor de la embarcación ronca. Esta isla, alguna vez conocida como el “Alcatraz peruano”, fue el escenario de una de las matanzas más polémicas de la historia reciente del país. Allí, en 1986, durante un motín de prisioneros acusados de terrorismo, se desató un enfrentamiento que, tras seis horas de violencia, culminó en la muerte de más de un centenar de internos. La mar brava. La pequeña isla, a pocos kilómetros del puerto de La Punta, se convierte hoy en un destino de interés que cada vez más personas se atreven a visitar, donde el silencio solo es interrumpido por el eco del zarcillo o charrán inca, que ahora reina en lo que alguna vez fue una prisión de máxima seguridad.
Esa es su belleza hoy. Cambió el horror por paz.
Llegar no es complicado. Quizás no sea el plan típico de fin de semana, pero en el malecón de La Punta, junto a la Escuela Naval, decenas de botes de pesca y embarcaciones turísticas esperan. A cambio de 100 soles, uno puede adentrarse en las ruinas de El Frontón, acompañado de un guía que conoce de cerca las historias contadas por los pescadores y residentes del Callao. Un precio que puede sonar bastante elevado, hasta que uno se encuentra parado sobre las ruinas y se pregunta: “¿cómo salgo de aquí?”. Entonces el precio se hace justo.
Veinticinco minutos de navegación entre gaviotas, piqueros y zarcillos, cruzando el océano en un trayecto donde el horizonte se funde con las sombras de la isla, bastan para situarse frente a las ruinas. El desembarco requiere agilidad y cuidado, pues es necesario trepar una estructura de cemento, que ahora solo tiene tres tablones de madera al medio. Apenas un vestigio de la infraestructura de antaño. Hay que tener cuidado de no caer al fondo del mar, donde curiosamente, habita todo tipo de fauna marina: lenguados, lornas, chitas, conchitas y cangrejos, que conviven en armonía con el abandono.
Una vez en la isla, las risas lúgubres del zarcillo envuelven el lugar. Las aves custodian la isla con sus cantos de advertencia, recordándonos que ahora este territorio les pertenece. La fauna ha reclamado el espacio que el hombre dejó atrás. En cada rincón, las ruinas de El Frontón narran historias de un pasado oscuro que se entrelaza con el presente de abandono. Desde el comedor destruido hasta el mítico Pabellón Azul –hoy en escombros ocupados por nidos de aves– todo aquí respira desolación.
Le pregunto a Jesús, el “capitán” de la lancha que me llevó a la también llamada “Isla del Muerto”, si alguien cuida el lugar. “Nadie. A veces los pescadores vienen y acampan acá cuando la marea está muy fuerte”, me cuenta. “¿Nadie cuida a la fauna ni las ruinas?”, insisto, pero mi pregunta queda sin respuesta. Más tarde, en conversación con Lady Amaro, especialista en Fauna Marino Costera del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (SERFOR), descubro que los zarcillos de esta isla no están protegidos, ya que El Frontón no figura en el listado oficial de Áreas Naturales Protegidas del SERNAMP. Esta especie, clasificada como “vulnerable”, ha encontrado refugio aquí, más allá de su hábitat original en la Isla Palomino. Se ha adaptado a un nuevo hogar.
Consulto también a una fuente de la Dirección General de Capitanías y Guardacostas, quienes tienen a su cargo la isla. Al preguntar sobre los proyectos de reconstrucción de la cárcel, que desde su cierre en 1986 ha sido objeto de constantes propuestas políticas, la respuesta es breve y clara: “No hay proyectos”. Entonces, ¿qué pasará con esta isla olvidada? ¿Qué más se oculta detrás de la historia sangrienta que sigue aferrada a sus muros? Tal vez sea hora de recorrer su historia, develando los secretos que guarda el Archivo histórico de El Comercio.
Época colonial: La “Isla del Muerto” y estación de cuarentena
Durante la época colonial, El Frontón era conocida como la “Isla del Muerto”, un apodo que reflejaba tanto su desolación como su uso histórico. Un nombre que auguraba su destino sombrío. Situada estratégicamente frente al puerto de Callao, la isla servía como refugio para piratas y corsarios que acechaban las rutas comerciales del Virreinato del Perú. Los mares del Pacífico eran un terreno fértil para estos invasores que buscaban saquear los barcos españoles cargados de riquezas.
A medida que el comercio marítimo se incrementaba y con él los riesgos de introducir enfermedades en el territorio, la isla adquirió un nuevo propósito: una estación de cuarentena para los barcos que llegaban al Callao. El miedo al contagio definió su nuevo rol. Esta práctica era común en los puertos coloniales, donde se temía la propagación de epidemias traídas desde Europa o Asia. Así, cada embarcación que llegaba desde tierras lejanas debía hacer una parada obligada en la isla, donde sus tripulantes y mercancías permanecían en aislamiento temporal hasta asegurarse de no traer infecciones.
Con este doble propósito —refugio de piratas y estación de cuarentena—, la isla comenzó a adquirir su reputación lúgubre y misteriosa, como un lugar de exilio y aislamiento. Una isla para quienes debían ser temidos o evitados. Este uso sanitario reforzó su aura de “isla prohibida”, una imagen que se mantendría en el imaginario popular mucho después de la independencia del Perú. Su aislamiento se transformó en leyenda. En su tiempo como cuarentena, El Frontón ya albergaba las primeras “sombras” de lo que vendría: una larga historia como sitio de reclusión y aislamiento, un rol que continuaría de maneras mucho más sombrías durante el siglo XX.
La construcción de la prisión de máxima seguridad
En 1917, durante el segundo gobierno de José Pardo y Barreda, la isla de El Frontón fue transformada en una prisión de máxima seguridad. Un nuevo capítulo comenzaba en su historia de aislamiento. Esta decisión no fue casual, sino que respondía a la necesidad de las autoridades peruanas de contar con un lugar donde pudieran aislar a los criminales más peligrosos del país. Las instalaciones en tierra firme resultaban inadecuadas para contener a los prisioneros que representaban un alto riesgo de fuga o que, por sus antecedentes, requerían de un confinamiento más estricto y seguro. Un refugio donde la civilización no llegaría.
La ubicación de la isla, separada de la costa y rodeada por el mar, ofrecía condiciones ideales para esta nueva función. La prisión perfecta en medio del océano. La geografía de El Frontón, con sus acantilados y su entorno hostil, actuaba como una barrera natural que dificultaba cualquier intento de escape. No había posibilidad de salir nadando y llegar a tierra sin ser visto, debido a las fuertes corrientes y la distancia considerable hasta el puerto del Callao. Un muro de agua entre los prisioneros y la libertad. Así, el espacio inhóspito de la isla se convirtió en un recurso estratégico para el sistema penal, alineándose con la tendencia de otros países que empleaban islas remotas para el confinamiento de prisioneros, similar a Alcatraz en Estados Unidos.
A lo largo de los años, este penal de máxima seguridad fue ganando fama en el país y en la región. Su nombre resonaba como un eco de advertencia. Para muchos peruanos, El Frontón se convirtió en un sinónimo de reclusión y aislamiento extremo, el lugar donde eran enviados aquellos que debían ser olvidados por la sociedad. Las historias de los prisioneros que cumplían sus sentencias en la isla alimentaron su leyenda oscura, y el penal comenzó a ocupar un lugar especial en el imaginario popular, como un sitio donde el tiempo parecía detenerse y la vida se reducía a una rutina sombría de reclusión y silencio. El final de un camino que solo conducía al olvido.
Encarcelamiento e intento de fuga de Fernando Belaúnde Terry
El encarcelamiento de Fernando Belaúnde Terry en 1962 es uno de los episodios más recordados en la historia de El Frontón. El líder de Acción Popular y futuro presidente del Perú, fue encarcelado en la mítica isla tras liderar protestas en Arequipa contra el gobierno de Manuel Prado Ugarteche. Su resistencia lo llevó a un confinamiento inesperado.
Durante su reclusión, el senador Miguel Dammert Muelle solicitó permiso al Ministerio de Justicia para visitarlo. El sábado de su visita, Dammert arribó a la isla en una lancha acompañado de algunos allegados y se reunió con Belaúnde en condiciones de supervisión estricta. En algún momento de esta reunión, Belaúnde, aprovechando la cercanía de la lancha en la que había llegado Dammert, intentó escapar nadando hacia la embarcación. La libertad parecía estar a su alcance, a solo unos metros en el agua helada. Logró alcanzar la lancha, pero las autoridades reaccionaron rápidamente, impidiéndole continuar y obligándolo a regresar a la prisión.
Remodelación y cambio de nombre a “Penal San Juan Bautista”
Diez años después del cierre de El Frontón, por considerar que sus condiciones no permitían la rehabilitación de los internos, en 1981, El Frontón fue remodelado y renombrado a “Penal San Juan Bautista” durante el gobierno de Fernando Belaúnde Terry. Este cambio de nombre respondía a la intención de renovar la imagen de la prisión, que ya acumulaba una historia cargada de violencia y reputación oscura, incluyendo crímenes, corrupción, torturas y fugas. Sin embargo, la transformación fue más simbólica que práctica, ya que las condiciones extremas en la vida de la isla persistían, a pesar de los intentos de rehabilitación. La sombra de su historia seguía intacta, a pesar de la remodelación.
Como parte de esta renovación, el Ministerio de Justicia emprendió una remodelación profunda en la isla, que incluyó la demolición de áreas especialmente peligrosas como “La Lobera” y “La Siberia”. Estos espacios albergaban a los reclusos más violentos y de alta peligrosidad, quienes representaban una constante amenaza dentro del penal. Puntos de tensión que parecían no tener solución bajo el mismo techo. La zona fue dinamitada en un esfuerzo por erradicar la violencia y los problemas estructurales del penal. El proyecto de reconstrucción contemplaba una inversión de 150 millones de soles para crear un centro de rehabilitación social que no solo albergara a reclusos de alta peligrosidad, sino también a internos que necesitaban espacios adecuados para la reintegración.
El nuevo diseño del penal incluía instalaciones modernizadas, con espacios administrativos, servicios básicos como agua y electricidad, y áreas específicas para reclusos menos peligrosos, como el “Pabellón azul”, que después de refaccionado podía albergar hasta 300 internos.
El día de los motines y la matanza del Frontón
A las 6 de la mañana del 18 de junio de 1986, en el Pabellón Azul de El Frontón, el día comenzó con un acto desesperado. Los internos, en su mayoría procesados y otros acusados por terrorismo, se amotinaron, tomando rehenes y apoderándose de armas de los guardias republicanos. Entre gritos y golpes, los prisioneros tomaron control parcial de las instalaciones, y el ambiente pronto se llenó de tensión. No era un motín cualquiera; este acto sería el preludio de una de las matanzas más recordadas en la historia peruana.
La noticia del levantamiento llegó rápidamente a las autoridades, y no tardaron en actuar. La Marina y las fuerzas del orden se movilizaron, rodeando la isla en helicópteros y embarcaciones. La operación de recuperación del penal fue feroz. Durante las siguientes horas, se intentaron negociaciones y se dieron exhortaciones para que los internos depusieran su actitud, pero no hubo rendición. Los prisioneros habían convertido el pabellón en una especie de “búnker”, fortificándose y rechazando cualquier avance.
Aproximadamente a las 11:30 de la noche, tras horas de intentos fallidos, las fuerzas especiales recibieron la orden de tomar medidas extremas. La demolición del Pabellón Azul comenzó con explosiones y disparos de alto calibre. Al amanecer, cuando los cuerpos yacían rendidos en los patios, las paredes destruidas y humeantes mostraron el rastro del duro enfrentamiento.
Con los primeros rayos de sol, el equipo de emergencia, fiscales, un camarógrafo y periodistas desembarcaron en El Frontón para registrar la escena. Lo que encontraron fue desolador: paredes destruidas, humo aún elevándose de las ruinas, cuerpos inertes cubriendo el terreno y algunos reos entregados a la rendición. El “Pabellón Azul”, otrora bastión de terroristas, había sido reducido a escombros, el saldo de una intervención militar implacable destinada a recuperar el control del penal. La isla, ahora teñida de sangre y destrucción, se convertía en un símbolo de la lucha sin tregua del Estado contra la subversión, dejando una marca imborrable en la historia reciente del Perú.
Cierre definitivo y demolición de El Frontón
Tras el sangriento motín y la matanza en el Pabellón Azul en junio de 1986, el gobierno de Alan García tomó la decisión de cerrar definitivamente la prisión de El Frontón. La intervención militar que puso fin a la revuelta había dejado una mancha en la reputación del Estado peruano, y las ruinas de la prisión se convirtieron en un símbolo incómodo de la brutalidad y la violencia de la era del terrorismo en el Perú.
El ministro de Justicia de la época, Carlos Blancas Bustamante, anunció que la prisión sería entregada a la Marina de Guerra del Perú, la cual tendría la responsabilidad de definir el futuro uso de la isla. Blancas Bustamante afirmó que El Frontón “nunca más sería utilizada como prisión”, dando a entender que el lugar se convertiría en un espacio de acceso restringido y que sus instalaciones serían destruidas para evitar su reutilización.
Durante los días posteriores al cierre oficial, se realizaron operaciones para demoler las estructuras de la prisión y destruir los pabellones, especialmente los restos del “Pabellón Azul”, cuya destrucción había sido parcial durante el motín.
¿Cuál será el futuro de El Frontón?
Con el tiempo, las estructuras de la prisión fueron dejadas a merced de la naturaleza, y la isla se transformó en un lugar de abandono y olvido. Aunque hubo intentos de darle un nuevo o similar propósito, los proyectos nunca prosperaron. En junio de 2023, el congresista Wilson Soto, de la bancada de Acción Popular, presentó un proyecto de ley que proponía la reconstrucción e implementación del penal de El Frontón para albergar a delincuentes de alta peligrosidad.
Luego, en febrero de 2024, el congresista Alejandro Muñante, de Renovación Popular, presentó una propuesta similar que buscaba la reconstrucción de El Frontón y la ampliación del penal de Challapalca. Muñante enfatizó la necesidad de contar con establecimientos penitenciarios adecuados para reclusos de alta peligrosidad, mencionando delitos como terrorismo, tráfico ilícito de drogas y crimen organizado.
Ese mismo mes, el presidente del Congreso, Alejandro Soto Reyes, presentó un proyecto de ley para la reapertura y funcionamiento del penal de El Frontón. Soto Reyes argumentó que, dada la creciente ola delincuencial, era necesario contar con un centro penitenciario seguro e implementado para albergar a delincuentes de alta peligrosidad.
Pese a ello, la isla permanece desierta, con ruinas corroídas por el mar y el viento. Lo que alguna vez fue un centro penitenciario de máxima seguridad, un bastión en la lucha contra el terrorismo, se ha convertido lentamente en un recordatorio silencioso de los períodos más oscuros de la historia reciente del Perú. Ahora, en ese silencio, la naturaleza ha reclamado el espacio; especies como el zarcillo han hecho de las antiguas instalaciones su hogar, imponiendo su presencia y deseo de reproducirse amablemente en un lugar donde antes reinaba la violencia.
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