Una sola caminata por la avenida La Mar basta para confirmar dos verdades, asentadas en lo más profundo de nuestra peruanidad. La primera, que el reflejo más honesto y democrático de nuestra rica fusión se encuentra en la mesa. La segunda, que allí donde uno encuentra una oportunidad, el resto sigue.
Empecemos ubicándonos en el tiempo y en el espacio. El punto de partida está en Miraflores, distrito limeño que alberga 114 mil habitantes y posee un flujo turístico que en los últimos años no ha hecho más que aumentar. No siempre fue así, claro. Tuvieron que reunirse varios factores. Entre ellos, un ‘boom’ gastronómico que cambió todas las reglas del juego y que tiene sus raíces arraigadas en una avenida de nombre marino y espíritu de barrio.
La avenida Mariscal La Mar ocupa exactamente trece cuadras: desde el óvalo Julio Ramón Ribeyro hasta la calle Jorge Polar. Irónicamente, esta es una de las zonas miraflorinas que más tiempo tardó en urbanizarse. Hasta inicios del siglo XX, sobre esta área se asentaba la hacienda Santa Cruz, desde el hospital de la Fuerza Aérea (en Aramburú) hasta el límite con Magdalena. El historiador Juan Luis Orrego cuenta que recién en la década de 1930 “se dieron los primeros trazos de lo que sería el barrio de Santa Cruz, cuando los antiguos peones de la hacienda empezaron a construir quintas y corralones que terminarían siendo viviendas”.
Con el tiempo, este espacio —que conecta San Isidro con Miraflores, y está a metros de la costa— se llenó de oficios tradicionales. En el camino también llegó a adquirir una reputación cuestionable, peligrosa para muchos. “La avenida La Mar siempre se caracterizó por estar llena de talleres de carros. En algunas esquinas, se ubicaban vendedoras de salchipapas, arroz chaufa con alita o papa rellena”, continúa Orrego. Mucha de esa esencia se conserva hasta hoy, y es ahí donde radica su idiosincrasia. Bodegas, costureras, vidrieras, zapateros y otros oficios conviven con modernos edificios, tiendas de diseño, cafeterías de especialidad, bares ocultos y premiados locales con el sello 50 Best. En el medio de todo, las construcciones cuadra tras cuadra indican que aquel universo continúa expandiéndose.
Uno de los negocios más emblemáticos de La Mar es un local que empezó vendiendo menús, y terminó por convertirse en el restaurante que da la bienvenida a este ‘hub’ culinario. En 1981 doña Isolina Vargas tomó las riendas de La Red y nunca más las soltó. Ya son más de 40 años los que su sazón se deja sentir en esta célebre mesa, potenciada con el talento de su hijo, José del Castillo. “Nosotros nacimos en General Córdova, que es una paralela a la avenida La Mar. A mi madre la conocía todo el mundo. Era un barrio tradicional y picante, por decirlo de alguna forma, pero muy pocas cosas subsisten ahora de aquella época”, revela del Castillo. Lo que más le impresiona al cocinero es ver cómo su barrio de siempre se ha transformado en una zona comercial atractiva. “Vecinos de hace cincuenta años, que creían que sus propiedades quizá no valían nada, han podido vender sus predios a precios que nunca se imaginaron”, añade.
El punto de quiebre para la consolidación de este corredor gastronómico llegó en la primera década de 2000, con la aparición del restaurante Pescados Capitales (en la cuadra 13), que atrajo a un nuevo público a la zona. Este proyecto lo inició el antropólogo y empresario Nguyen Chávez y, desde 2017, pasó a manos de Juan Carlos Verme, CEO del grupo Civitano. “Lo interesante es ver cómo nuevas propuestas se han ido integrando a esta vía. Si bien los primeros negocios estaban enfocados en la comida marina y criolla, hoy encontramos cocina hindú, tailandesa y mucho más”, explica. Sin embargo, Verme considera que aún no se ha explotado todo el potencial de La Mar. “Creo que se podrían aprovechar aún más las calles paralelas y transversales. Además, hay poco movimiento nocturno. Las noches son prácticamente muertas. Allí hay una gran oportunidad”, añade. No es el único que lo piensa así.
Estaba serena
Corrían los primeros años de la década del 2000, y el administrador José ‘Pepe’ Cárpena había asumido comandar el nuevo proyecto marino en el grupo Acurio. Él y su amigo Gastón, con quien venía trabajando desde la apertura del primer Tanta, se pasaban días pensando en el nombre y en un factor incluso más importante: la ubicación. “Se nos ocurrían varias ideas, pero cuando iba a registrarlas alguien más lo había hecho antes. Por fin encontramos el local, que era como un triángulo en una esquina. La corredora decidió comprarlo y alquilárnoslo, y aquí seguimos hasta hoy. Pero nos faltaba el nombre. Un día estábamos tomando un jugo en Las Delicias [emblemática juguería del barrio] y en eso Gastón mira el cartel de la calle: Avenida La Mar. ‘Ahí está pues’, me dijo. Así nació el restaurante La Mar”. En 2025 cumplirán dos décadas sirviendo lo mejor que nuestro océano tiene por ofrecer. Cada día, religiosamente minutos antes de las 12, varios grupos de comensales locales y foráneos esperan con ansias la apertura de sus puertas.
En 20 años son muchas cosas las que han pasado, incluido el incremento exponencial del costo del metro cuadrado. “Cuando empezamos no llegaba a los 300 dólares. Hoy puede llegar a costar unos 3.000″, comenta Cárpena, quien mantiene una buena relación de comunidad con el resto de restauranteros de la zona. Varios de ellos están agrupados en un grupo de WhatsApp donde comparten información útil sobre zonificación, cambios y más detalles sobre urbanismo. Sin duda, la clave para que la calle prospere está en el trabajo en equipo. Y en tomarse un buen café antes de empezar la jornada.
De eso sabe bien Jonathan Day, quien lleva 13 años en esta avenida con su famosísimo Pan de la Chola, un referente en panadería y café de calidad en el distrito. “Nosotros fuimos la primera apuesta de un concepto diferente, que no necesariamente atendía a la hora de almuerzo ni ofrecía comida marina. Era un riesgo, pero en ese momento sentíamos que teníamos una propuesta no convencional, que requería de una zona en esa misma línea, no convencional”, recuerda Day.
Su primer local, ubicado en la cuadra 9 de la avenida La Mar —antes hubo ahí un taller mecánico y luego una imprenta— hoy se usa como punto de venta para panes, café y otros bocados, un cambio que se dio a raíz de la pandemia. El segundo llegó años más tarde y está en la cuadra 10; es un concepto más cercano a un restaurante donde también encontramos pizzas, ensaladas y más variedad de platos. “La Mar es particular, porque conecta dos zonas muy importantes de San Isidro y Miraflores. El público es supervariado, y definitivamente hay más turismo de lo que había antes. Eso se traduce en ver gente caminando, explorando todas las alternativas. Yo la siento como una zona segura, pero ayudaría más que esté mejor iluminada y haya más soluciones con el estacionamiento”, afirma.
El artista Marcelo Wong, cuya tienda se ubica en la cuadra 13, coincide. “Definitivamente la zona está lista para tener más cambios, con aún mejores restaurantes y espacios más abiertos al público, como una zona para caminar por toda la avenida”, indica. Él mismo viene recorriendo cada una de esas cuadras buena parte de su vida. Su padre tuvo un taller de fabricación de muebles en la década del 80, y Marcelo abrió una pequeña galería al lado cuando terminó la universidad, en el año 2000. “He estado en el barrio desde que tengo uso de razón”, indica. “Incluso viví dos años en un pequeño cuarto encima de mi taller en el año 2005. He sido testigo del cambio”, añade.
Y vaya que ha cambiado. Según explica Thait Chang-Sai, CEO de Armando Paredes, el desarrollo inmobiliario en esta zona (entre la av. La Mar y la av. El Ejército) es el más importante que ha tenido el distrito en toda su historia, en un período corto. “La cantidad y variedad de oferta inmobiliaria trae consigo a futuros vecinos que a la vez serán también usuarios de la oferta comercial de su propio barrio. Así tendrán menos necesidad de desplazarse, al encontrar muchas cosas cerca. Los locales comerciales se ven cada vez más bonitos, son más interesantes y cuidan mucho más su producto”, señala Chang-Sai.
Calle pero elegante
Desde hace varios años, La Mar es mucho más que un destino del buen comer y beber. Cada cuadra posee el factor sorpresa que reúne propuestas de arte contemporáneo, diseño, moda, salud y estilo de vida, creando una atmósfera de múltiples experiencias para los usuarios. Así lo percibe Ale Llosa, creadora de KO, un exitoso sistema de entrenamiento físico con sedes en todo el mundo. Llosa apostó por La Mar a fines de 2018 porque la zona ofrecía precisamente lo que buscaba.
“Nos parecía interesante estar en esta calle que estaba reformulándose, empezaba a convertirse en una zona más ‘gourmet’ y a tener pequeños lugares de experiencias”, comenta. “Encontramos la posibilidad de tener un espacio donde construir desde cero y nos lanzamos a la piscina”. Actualmente, su público trabaja y vive entre San Isidro y Miraflores y busca acceso a la bajada de la Costa Verde, por lo que, geográficamente, están super bien ubicados. Mirando al futuro, Llosa piensa que al unir fuerzas, los negocios podrían proponer una experiencia prémium en colectividad.
La moda peruana no se queda atrás. Para la diseñadora Jessica Butrich, tener una tienda rosada que ocupe toda una esquina es un sueño que se hizo realidad en la cuadra nueve de La Mar: “Me gustó la mezcla de negocios que se encuentran aquí, es una situación que ha sucedido en importantes ciudades del mundo y tuve la intuición de que iba a convertirse en lo que es hoy”, comenta Jessica. La empresaria nos cuenta que ama caminar por La Mar y sus calles aledañas, por lo que propone explotarla mucho más peatonalmente, con un mapa o ruta con todos los negocios de la zona.
En una calle tan vibrante, las propuestas frescas están a la orden del día. Justamente, el nicho de las cafeterías de especialidad, con oferta de cócteles y pequeños eventos ‘pop-up’, no deja de traer novedades. En Amarena, el estilo es un ingrediente fundamental desde hace tres años. Al frente de este local se encuentran Camila Unzueta (Bolivia), Laura Tibaquira (Colombia) y Andrea Rodríguez (Perú), quienes apostaron por La Mar porque encontraron que el público transitaba con una curiosidad gastronómica muy natural. “Ahora hay más cafeterías, al menos unas diez. Vemos que crecen mucho estos locales de especialidad y no solo en La Mar, sino también en la calle paralela, General Mendiburu. Eso es bueno para todos”, dice Laura Tibaquira. Para ellas, el crecimiento inmobiliario y comercial es una apuesta a futuro: la zona se revaloriza y llegan nuevos clientes. La Mar es generosa con todos. No olvidemos, eso sí, que hay que cuidarla. //
La zonificación de comercio vecinal que tienen los predios ubicados frente a las avenidas La Mar y Mendiburu permite el desarrollo de usos comerciales que no se pueden plantear en las otras calles del entorno, dado que están calificadas con zonificación residencial.
Aquellos son principalmente comercios de barrio, restaurantes, cafeterías, agencias bancarias, oficinas, entre otros. Esto, en un entorno residencial, estimula la aparición de edificios de usos mixtos, oficinas y espacios comerciales. Es importante destacar que el menor flujo vehicular, en comparación con la Av. El Ejército, hace más atractivas las avenidas La Mar y Mendiburu para actividades comerciales de escala distrital y barrial, pues son menos agresivas para los peatones.
Esta modificación se dio gracias al cambio de zonificación que se aprobó en 2006 y a la visión urbanística del distrito plasmada en los planes distritales, que han permitido generar un entorno atractivo para las inversiones y los usuarios. El desarrollo del cuartel San Martín será clave para el futuro de este sector. //
MIGUEL DASSO
La calle sanisidrina es una de las zonas más exclusivas de la capital con una oferta increíble que abarca moda, libros y gastronomía. Es un punto de encuentro que genera un alto dinamismo comercial en el distrito donde la moda tiene un alto protagonismo.
CONQUISTADORES
Es una calle tradicionalmente comercial en San Isidro con puntos obligados de cocina japonesa como Hanzo, Omatsu y Shizen; vinos y música española en Dossis; helados en Cremería Toscana; y apuestas parrilleras y cebicheras. El arte contemporáneo es uno de sus fuertes con la galería Now y otros espacios como Índigo y La Galería en calles cercanas.
JIRÓN DOMEYER
Estas tres cuadras de Barranco se han convertido en una bella callecita destino para 'foodies' con opciones de cocina de autor como Awicha, Demo, Siete, cafeterías de especialidad y los ineludibles postres de Alanya Repostería.
SURQUILLO
La ubicación estratégica de Surquillo —cerca de Miraflores, San Isidro, San Borja, Surco, etc.— lo impulsó durante la pandemia con los delivery y el crecimiento de las cocinas ocultas. Hoy se encuentra vigente con sus típicos huariques y nuevos locales de comida.
AVENIDA AVIACIÓN
Es el paraíso chifero por excelencia, una parada gastronómica obligada si se trata de buena cocina china y fusión en San Borja. Entre el Four Seas, Hakka y Wong King será difícil escoger. En la mayoría de chifas habrá dos tipos de carta, para chinos y para peruanos
AVENIDA EL POLO
Alrededor del centro comercial El Polo, la oferta gastronómica sigue en crecimiento. Se encuentran cebicherías, cocina criolla, nikkei, parrillas y desde este año opciones como la taberna Isolina, reconocida como un clásico de Barranco