Se llama Diego, es peruano y todos los días amanece con Maradona.
Con Maradona, Juan José Muñante y Víctor Calatayud. Los futbolistas son sus apodos, sus banderas y sus camisetas: así los idealizamos, así alcanzaron prestigio; vestidos así los quisimos. En una caja de cristal y madera de 4 metros de largo y casi uno de alto, empotrada en la cabecera de su cama king de feliz casado, Diego Aka Alakawa ha ordenado una por una las cinco camisetas más gloriosas que ha conseguido en estos primeros diez años de coleccionista. De esas cinco, tres podrían estar aseguradas en un banco, por millones. Si duerme para el lado derecho, Aka Alakawa levanta la mirada y se encuentra con la camiseta adidas del Jet Muñante, el día en que Teófilo Cubillas bajó de los cielos para hacerle dos goles a Escocia, en el Mundial Argentina 78. Si duerme al centro, su maradoniano pasado lo instala de nuevo en el día en que su primo, Gabriel Toguchi, abrió el clóset de la casa de los Menotti en el centro de Buenos Aires y escucho la voz de Alejandro, el hijo del Flaco, casi ordenándole: “Llevate la que quieras, amigo”. Y eligió la azulgrana que Maradona había usado en el Camp Nou en 1983. Solo eso ya es un capítulo de novela.
Pero si duerme en el lado izquierdo, Dios.
Si se deja acomodar hacia ese rincón por las dueñas de su casa, Krizia y Terumi, un domingo largo de pereza. Si luego hay que ir a la cancha y toca encomendarse. Si es un día de esos, la familia está completa apenas abre los ojos. Ellas, sus chicas. Y ella, su camiseta gloriosa.
Diego Augusto Aka Alakawa tiene 38 años, es tripulante de cabina y el año pasado cumplió el viaje soñado de un coleccionista hincha de la ‘U’: llegó hasta Argentina para traer de vuelta a Lima la camiseta número 7 de Víctor Puñalada Calatayud, el puntero que volaba, usada la noche en que Universitario fundó su prestigio internacional ante River y Racing, en la Copa Libertadores 1967.
Desde ese día de diciembre del 2019, duerme rodeado de joyas.
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Era un ángel flaco con las piernas torcidas: siempre tenía un milagro por hacer en el carril derecho. En 1967, si Universitario quería ganar un partido o tentar una hazaña, los apellidos salían de memoria desde el arco hasta el gol. Cuando no era Chumpitaz, estaba Cruzado. Cuando no mandaba Chale, imponía Casaretto. Y cuando hubo que construir la estatua donde se posara la figura goleadora de Percy Rojas, siempre estuvo Víctor Calatayud. Calatito, como le dicen sus patas aún hoy, a los 79 años con canas y menos pelo. Puñalada, como le puso Pocho por la famosa jugada a la que le prestó su apellido y aplaudió el Oso Marcos Calderón.
El mundo supo de nosotros por la Chalaca de Manguera, la Cuchara de Uribe y la Puñalada de Calatayud.
En Facebook, la red social donde se puede rastrear la vida de los perdidos como si fuera el Mossad, Puñalada Calatayud tiene como cabecera de perfil una foto a colores enorme, a toda pantalla, donde resalta su pelo zambo y los párpados caídos, esa mirada que puede interpretarse como tristeza o puede ser perdón. Un poco porque pese a ganar cinco campeonatos con Universitario y ser el hombre que anotó el gol del triunfo a Racing Club en la Libertadores de 1967, no se le canta y casi no se le recuerda. Y otro tanto porque él mismo decidió el pronto retiro a los Estados Unidos, en 1979, donde lo que importa es seguir trabajando con las manos -fue a una fábrica textil hasta que se jubiló- lo que antes ganó con el talento de los pies.
Puñalada, nombre con el que se bautizó esa extraña jugada de puntero -el querido wing de los 60- que va por la línea hasta el fondo rival y desde allí, saca un centro hacia atrás para la llegada de un 9, fue el apodo con el que hería a sus rivales. Mi padre lo vio en un clásico y cada vez que se lo pido lo recuerda, maravillado. Lo sufrió River y Racing el 13 y 15 de junio del 67, respectivamente, el célebre duelo por semifinales de Copa Libertadores en que la ‘U’ los venció en 48 horas y fundó una escuela que en este país no tiene competencia: no darse nunca por vencido. El flaquito Calatayud fue el autor del 2-1 a Racing a falta de nada para terminar el partido, y aunque le camiseta le bailaba como una cometa, nunca le quedó grande.
Nació en el Callao y luego se mudó a Surquillo, dos barrios que sirven para gambetear el hambre con alegría. El video de DiFilm (1), único registro de aquel partido -casi los 90 minutos- es la prueba: Puñalada Calatayud celebra el gol con los abrazos arriba, eufórico, poseído, exorcizando los demonios que decían que la ‘U’ no podía ir a Buenos Aires y ganarles a los dos en sus canchas. O que Chumpi no era un superhombre que bombardeaba misiles.
Una bandera con la ‘U’ gigante flamea en tribuna oriente. También una del Perú. Sus dueños son los pocos testigos que ven como Calatayud cambia su camiseta con un crack argentino. Y luego se pierde en el tiempo.
(1) DiFilm nació en 1949 como un pequeño archivo de imágenes dedicado a la conservación, restauración y comercialización de material histórico. En la actualidad se ha convertido en uno de los bancos de imágenes más prominentes de la Argentina.
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LA ÚLTIMA NOTA A CALATAYUD EN UN MEDIO PERUANO:
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Terumi, su hija pequeña, lo saluda desde la ventana. Diego Aka Alakawa ha salido a sentarse en el asiento del copiloto de su auto para poder conversar. Es un hombre feliz, con todo lo que eso cuesta. "¿Tú crees que puedas conseguir el número de WhatsApp de Calatayud? Me gustaría decirle que yo estoy cuidando su camiseta, el 7 de la Libertadores del 1967″, dice. Se lo prometo. De hecho, se lo daré en estos días. Antes tengo algunas preguntas.
¿Ser coleccionista es un hobbie o un trabajo?
Tiene de las dos cosas. Hace poco leí a Fernando, otro amigo coleccionista, que decía: “Una vez que estás dentro, ya no puedes salir”. A mí también me pasa. Y como todos, empiezas desde algo muy chico: yo, por ejemplo, empecé con una camiseta que mi mamá me compró en Abancay, no sé si Calvo o bamba, luego de que la ‘U’ salió bicampeón.
¿Con esa camiseta empezó tu afición?
No, curiosamente no. Es una historia que ni yo mismo creo.
Entonces, ¿con qué camiseta arrancaste todo?
Tengo un primo que vive en Argentina. Se llama Gabriel Toguchi y a inicios de los 80, jugaba al fútbol con Alejandro, el hijo de César Luis Menotti. Yo era muy chico. En un viaje que hicimos a Buenos Aires con mi papá, Gabriel nos contó lo que le había pasado y le regaló a mi viejo su joya: una camiseta de Maradona en Barcelona, bellísima.
¡Una camiseta de Maradona!
Sí. Usada en campo. El hijo de Menotti le dijo a Gabriel: “Elige la que tú quieras”. Ellos son muy amigos y fue una forma de sellar su amistad, según me dijo mi primo. ¿Te imaginas abrir el clóset lleno de camisetas de un Menotti". Gabriel ni siquiera lo pensó: tomó una azulgrana modelo Meyba, con cuello camisero y se la quedó.
¿Y cómo llegó a tus manos?
Mi padre la trajo de vuelta a Lima y hasta que falleció, en 2002, esa camiseta estuvo en mi casa. ¡Es una camiseta usada en cancha, Miguel! Me costó ponérmela pero yo soy muy de Maradona y eso me marcó. La tengo de foto de WhatsApp, pues cumplí el sueño de ir al Camp Nou con mi esposa y con esa Meyba puesta. Quedé enamorado de las camisetas, hasta hoy.
¿Cómo las guardas?
Las más delicadas en mi clóset, con unas bolsa antihumedad. Pero en mi cabecera tengo un mueble, con el permiso de mi esposa.
¿Cómo un mueble?
Quería ponerlas en un vidrio pero me parecía muy peligroso por un temblor. Entonces mandé a a hacer un cajón de madera con cinco cubículos, una lámpara y las camisetas que más he querido.
¿Cuáles son esas joyas?
La camiseta de Maradona del Barza, la adidas de Perú en el Mundial 78 que era de Muñante -no sabes todo el dinero que me han ofrecido por ella-, otra más de la selección que era del Pato Cabanillas, una crema del 77 y la que tiene mayor valor sentimental para mí: la camiseta de la ‘U’ que fue a jugar con River y Racing y les ganamos en 48 horas. El número 7, de Víctor Calatayud, ese héroe.
Si te pido tasar esas camisetas en dinero, ¿es eso posible?
Es muy difícil. Para mí no tienen precio. Pero fuera de lo que cuestan, está el valor sentimental, lo que te costó conseguirla. Ese trámite es una aventura que va a pasar a mi familia.
¿Y cuál vas a buscar ahora?
Podría ser la camiseta de Perú del mundial de 1970 y 1982. Como para completar la colección de mundialistas, porque siendo realistas conseguir una de 1930 es casi una misión imposible.
Cuatro días antes de la Navidad del año pasado, Diego Aka Alakawa -Diego Camisetas en Facebook- hizo un breve bolso de mano para volver desde Argentina con una bolsa de papel kraft en la que había envuelto la camiseta crema de Puñalada Calatayud. Lo que había pagado será un secreto. También lo hubiese pagado, a costa de pedir menos delivery y ponerme los mismos jeans diez años. Cuando subió al avión, se sintió como Indiana Jones tras hallar un tesoro.
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PUÑALADA CALATAYUD ANTE RACING EL 67
Fue casi una operación secreta: Diego Aka Alakawa haría un viaje más de los tantos a los que su trabajo como tripulante de cabina lo tenía acostumbrado y ni siquiera que fuera a Argentina, la capital del fútbol por excelencia, despertó sospechas. “Un coleccionista argentino muy perfil bajo y gran amigo mío me escribió a decirle que había conseguido una camiseta de la ‘U’ rara, que había estado en poder de un futbolista de Racing. Tenía la 'U’ intacta, bordada, aunque el cuello muy maltratado. Ni siquiera pregunté de quién”, dice Diego hoy, en su casa de Roca y Bologna, a 15 minutos del mar de Miraflores. Le enviaron unas fotos y reconoció de inmediato el logo de marca a la altura del cuello gastado: Player, la firma peruana que vestía a la ‘U’ y la selección. Le pidió a su amigo argentino, por favor, no publicar ninguna foto ni mostrársela a nadie más: en el mercado camisetero mundial existen reglas tácitas de confidencialidad, códigos que se respetan y los vuelven una familia. Un poco Los Corleone, otro poco La Familia Ingalls. “Yo mismo iré a buscar la camiseta”, le anunció y listo.
A finales de año el sol de Buenos Aires es increíble.
El 20 de diciembre del 2019 llegó a Ezeiza con una sola misión: adquirir esa camiseta y repatriarla a donde pertenece. El día de Navidad, la posteó.
“Había escuchado la historia muchas veces. Lo había hablado con mi padre, antes que se fuera, en 2002. Y ahora está conmigo”, recuerda Aka Alakawa, con una sonrisa muy de ciencia ficción: ha llegado hasta la Luna y trajo de vuelta a Lima la prueba de que existen los extraterrestres.
Desde entonces, la número 7 de Puñalada Calatayud duerme en su casa de tres cuartos en Surquillo. Tengo la sensación de que un día, Diego Aka Alakawa se va a levantar de la cama, abrirá la urna y se pondrá la camiseta como quien usa un uniforme para la guerra. Porque para eso sirven estos mantos sagrados. Para defenderse cuando toque.
LA CAMISETA DE CALATAYUD HOY:
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El segundo tiempo ante Racing, campeón de esa Libertadores y el gol de Calatayud
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