(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Ian Vásquez

Cuando colapsan regímenes autoritarios se suele descubrir la envergadura de la corrupción que alentaron y de la que se sostenían. Uno de los casos más espectaculares es Ucrania.

Cuando se fugó el presidente Viktor Yanukovich ante protestas masivas que culminaron en la llamada Revolución de la Dignidad hace tres años, los ucranianos pudieron confirmar con sus propios ojos qué tan corroído era el sistema. Lo que encontraron les indignó tanto que erigieron un museo de la corrupción, símbolo de lo que la nueva democracia debería evitar.

El museo de la corrupción que visité estos días en las afueras de Kiev es, en realidad, lo que fuera la residencia privada y absolutamente decadente que Yanukovich dejó apresuradamente atrás. La propiedad es inmensa y de película. Tiene canchas de tenis, un campo de golf, bowling, un zoológico, una clínica, un laboratorio, un centro deportivo, un spa, un club de yates, un garaje para su colección de 41 automóviles clásicos, un lago, jardines y bosques. La misma mansión es muy lujosa para describir brevemente en detalle. Para dar solo dos datos, cuenta con un candelabro de oro y cristal que costó un millón de dólares, y un sistema extenso que purifica el aire.

Mantener la residencia costaba cerca de US$60 millones al año y requería de un personal de entre 800 a 1.000 personas. Estiman el valor de la propiedad en más de mil millones de dólares. Así vivió el presidente.

Los ciudadanos que tomaron la residencia en plena revolución siguen en control de ella y manejan el museo, que han abierto al público. Se rehúsan a entregar el local al gobierno democrático, pues temen que los políticos ahora en poder robarán los bienes o se apropiarán de la residencia para servir sus propios intereses. ¿Cómo es que Ucrania se hundió en la corrupción sistematizada a gran escala y que su democracia es una en que la gente sigue teniendo baja confianza?

A diferencia de los países de Europa central que reformaron sus economías exitosamente luego de la caída del Muro de Berlín, Ucrania avanzó muy poco. Abandonó el socialismo, pero mantuvo una economía altamente controlada y reprimida por el Estado. En el índice de libertad económica del Fraser Institute, ocupa la posición 135 de 159 países. Todavía existen más de 10.000 empresas estatales, por ejemplo. Y a menor libertad económica suele haber mayor corrupción, pues la intervención estatal abre las puertas a las coimas y al manejo ilegal de recursos oficiales.

Desde que cayó Yanukovich, el grado de libertad económica ha aumentado poco. El analista Vladimir Fedoryn se refiere al “Estado mafioso” de Ucrania por la manera arbitraria y criminal en que se siguen manejando los agentes y los fondos del Estado. Todo esto, por supuesto, tiene un impacto negativo sobre el desarrollo. En 1990, Ucrania y Polonia gozaron del mismo nivel de ingreso per cápita. Hoy el ingreso de Polonia es más de tres veces el de Ucrania.

El Gobierno Ucraniano ha iniciado programas para combatir la corrupción, pero ahora se teme que se usarán para perseguir enemigos políticos. En todo caso, la corrupción no es la causa del subdesarrollo y rara vez se reduce de manera significativa con programas para combatirla. Lo que el museo y su manejo actual ponen a la muestra es que, sin mayor reforma económica, los ucranianos no lograrán ni el crecimiento ni la reducción de corrupción que buscan.