A comienzos del año 1913, cuando en Palacio de Gobierno andaba de inquilino el presidente Guillermo Billinghurst, más conocido como ‘Pan Grande’, el Perú empezaba a vivir una zozobra sanitaria. No eran los piratas, ni las guerras civiles ni la inflación lo que generaba angustia entre los peruanos de esos años, sino la invasión de roedores en los diversos barrios del país.
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Las ratas eran la causa de un peligroso rebrote de ‘peste negra’ (peste bubónica) que ya Lima y buena parte del país había sufrido severamente en los primeros años del siglo XX. No se quería volver a sufrir lo mismo o algo peor. La pesadilla no podía repetirse. Ante ello, El Comercio inició una fuerte campaña a favor de la lucha contra estos roedores infecciosos.
Así, el diario decano apoyó las medidas del gobierno. Una de ellas fue dar al doctor Emmanuel Pozzi-Escot, especialista en ciencias químicas y físicas, el liderazgo de la campaña antibubónica, en el norte peruano, en Chiclayo. La zona más afectada fue el distrito de Lagunas, informaba El Comercio, en su edición del 17 de enero de 1913.
Francés de nacimiento, Pozzi-Escot había llegado al Perú en noviembre de 1906. Lo trajo Pedro Paulet, quien lo conoció cuando estudió química en Francia. Paulet contrató, a nombre del gobierno, a profesores y compró equipos para implementar la Escuela Nacional de Artes y Oficios de Lima.
Pero los grandes conocimientos de Pozzi-Escot le permitieron ir más allá de la Escuela de Paulet. De esta forma, fue contratado para enseñar Química y Bacteriología en la Escuela de Agricultura (hoy Universidad Nacional Agraria La Molina); y allí mismo organizó y dirigió el Instituto Nacional de Microbiología, que mantuvo activo hasta 1911. Con toda esa experiencia, el gobierno de Billinghurst confió en él para que hiciera frente al mal bubónico de 1913.
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Había mucha expectativa en el tratamiento científico que se podía aplicar para controlar la proliferación de ratas que empezaba a hacer estragos en algunas zonas del país. El diario decano pedía que, siendo un primer ensayo con base científica, se tratara el problema “con sumo cuidado y seriedad” (EC, 17/01/1913).
El asunto se enfocaba así porque los “poderes públicos” nunca habían abordado con tanta precaución un tema tan delicado para la salud pública, y se temía que si se fracasaba en la campaña no se volvería a tratar el problema de una manera seria, ordenada e integral.
El temor a la “peste bubónica” había calado hondamente en la sociedad peruana. Por eso se confiaba en la tarea que encabezaría el científico Pozzi-Escot. Se esperaba de él un trabajo de “destrucción de los roedores basado en el terreno de los hechos concretos y de los resultados positivos”. (EC, 17/01/1913).
La evidencia que se manejaba en esos años anunciaba un método o procedimiento para “destruir a la ratas”: este era la “aplicación de un virus microbiano especial, que desarrollaba en esos roedores una epidemia mortal y contagiosa, y, al mismo tiempo, específica para las ratas”, indicaba El Comercio (17/01/1913).
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No sería un método peligroso para los seres humanos ni tampoco para las mascotas o animales domésticos. Era una tecnología médica que procedía nada menos que del Instituto Pasteur, de París, una entidad prestigiosa y confiable. Asimismo, era un procedimiento probado exitosamente en una pequeña la isla, la Little Cumbrae, en Escocia (Gran Bretaña), que en su momento había sido invadida por los fastidiosos e insalubres roedores.
En Little Cumbrae se usaron nabos contaminados, es decir, infectados con el susodicho virus “antirrático”, con los que se terminó con la plaga. En semanas se acabó el problema en la isla británica.
Este era, sin duda, un método muy útil, pero –para el caso peruano– podía complementarse con otros como “los venenos, las trampas, las fumigaciones, etc.”. La idea de la prensa y del gobierno era una sola: destruir o al menos controlar la proliferación de roedores en el país, los cuales producían la temida peste bubónica.
El diario decano recordaba en esa edición del 17 de enero de 1913, que otros métodos más agresivos o violentos contra las ratas se habían aplicado solo el año anterior, en 1912, en la propia Inglaterra, más específicamente en la antigua ciudad comercial de Ipswich.
Ipswich era un centro principal entre York y Londres, y en esa zona se recurrió a la electrocución de grandes cantidades de roedores, con alambres electrificados que los británicos recubrieron con carnadas, principalmente en los alrededores de los muelles portuarios.
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Pese a esos antecedentes más sangrientos, lo novedoso en esos años era atacar a las ratas con aquel poderoso virus antirrático (anti-ratas), unos verdaderos “destructores de roedores”. Todo parecía llevar a que la campaña en Chiclayo era una primera prueba de ensayo y error, ya que el mismo diario decano indicaba que, “de salir todo bien en la ciudad del norte del país, se podía organizar una batida general contra esos roedores en todo el Perú”. (EC, 17/01/1913).
Por todos los medios se repetía que el objetivo era alejar “poco a poco de nuestro territorio la peste bubónica, que se ha hecho endémica y que no se sabe en qué momento puede recrudecer en forma amenazadora y terrible”, decía el diario decano.
Dos días después, el 19 de enero de 1913, El Comercio continuó la campaña “antirrática” en su portada, con fotos de cómo en Gran Bretaña se venían preparando –hacía años– los barcos o buques para evitar el ingreso de ratas de los muelles, donde pululaban continuamente.
Las fotos que usaron eran de cómo se preparaba el cóctel viral para eliminar a las ratas y también la manera en que se usaban placas de zinc para impedir que los roedores subieran por las amarras de las embarcaciones.
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Se precisaba en el breve informe que la campaña tenía doble motivo: uno era, por supuesto, de carácter higiénico (las ratas generaban la peste bubónica), pero el otro ángulo clave era el económico. El ejemplo de Inglaterra siempre era útil: se sabía que en 1908 se había fundado allí una Liga de lucha y exterminio de los roedores. El punto era hacerlo “metódicamente” e informar a la gente de los perjuicios materiales de estos animales. En un año, los británicos habían perdido millones de Libras Esterlinas.
La conclusión era certera: luchar contra estos animales era trabajar “en pro de la riqueza y la salud pública”. (EC 19/01/1913). El gobierno y la prensa parecían confiar en el trabajo científico y metódico del doctor Emmanuel Pozzi-Escot. Los resultados fueron relativos, comprobándose que solo la combinación de métodos podía garantizar un efectivo control de la plaga roedora.
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