Roberto Dávila, el boxeador peruano que pasó del Madison Square Garden a una prisión y luego fue asesinado por su hermano
Ningún peruano aficionado al “deporte de los puños” debe olvidar la vida de Roberto Dávila, el ex boxeador peruano de peso pesado que soñó a fines de los años 60 con ser grande en un tiempo en que reinaban en su categoría titanes como Muhammad Alí, Foreman y Frazier.
Roberto Dávila Salinas nació en 1940, en Lima, en el barrio de Surquillo, “Chicago chico”, y desde que tuvo uso de razón sintió el boxeo como parte de su vida. A fines de los años 50, empezó muy joven una carrera dura, trepidante y bizarra, que lo ligó por un tiempo con su ídolo máximo, Mauro Mina, cuya esquina lo aconsejó y protegió hasta donde pudo. Las cualidades físicas y destrezas técnicas de Dávila lo hicieron aparecer como un boxeador con un futuro promisorio. Con solo 23 años, en 1963, ya era campeón nacional de su categoría y luego lo sería a nivel sudamericano y latinoamericano.
De hecho, desde que fue campeón peruano, Roberto Dávila dirigió su mirada a los Estados Unidos y a otros países latinoamericanos para buscar rivales y saber de qué estaba hecho. Así, luego de varias peleas previas y otras frustradas, el ‘Grandote de Surquillo’ vivió una increíble experiencia el 14 de marzo de 1969; ese día se enfrentó a otro aspirante, aunque tardío boxeador (no como él), llamado Chuck Wepner, quien años después, en marzo de 1975, pasaría a la leyenda boxística al soportar un durísimo castigo deMuhammad Ali, inspirando así la historia de ‘Rocky Balboa’, personaje que dio vida al drama ‘Rocky’ que interpretó Sylvester Stallone en los gloriosos años setentas.
Roberto Dávila, el peruano que soñaba con su propia gloria, esperó a Wepner en el ring del Madison Square Garden de Nueva York. Ambos se dieron duro, en una pelea de “toma que te estoy dando”, diría un locutor de boxeo; e incluso, por varios momentos, el surquillano hizo tambalear a esa máquina de recibir golpes que era Wepner.
Dávila medía 1.90 m. y su físico era atlético; pese a ello, algunos le aconsejaron que debía enfocarse en bajar al peso mediano; sin embargo, él quería triunfar en los pesados, en la categoría máxima de los puños. De esta forma, la pelea a diez rounds con Wepner fue pareja. La decisión por puntos la ganó el estadounidense. Dávila estaba preparado para todo. Y así persistió en su caótica carrera al éxito que, con los años, le sería imposible de lograr ante las cantidades industriales de grandes pegadores con los que convivía en esos años.
Roberto Dávila resistió a Foreman
Con todo, el peruano Roberto Dávila pasaría a la historia del boxeo nacional al ser uno de los pocos púgiles en el mundo capaces de soportar de pie el fiero castigo de George Foreman, el futuro campeón mundial pesado que había aceptado enfrentarse con él, en su octava pelea como profesional, como lo solía hacer con otros toros bravos del ring.
Pero Dávila no olvidaría nunca su debut profesional en la mítica ‘Tribuna Norte’ del Estadio Nacional de Lima, espacio donde se iniciaron todos los boxeadores de su generación. En su caso fue como telonero del “Chinchano de Oro”, Mauro Mina, con el que entrenaba y quién le daba personalmente algunas lecciones.
Una vez alejado de Mina y su entorno, Dávila se defendió del mundo como pudo: es decir, peleando donde podía, donde le pagaran, dentro y fuera del Perú, en América Latina. EE.UU. e incluso en Europa. Perdió el norte, y el deseo de ser grande, pero no su instinto de pegador. En el Perú, fue coetáneo de otro peso pesado que creció con él, y que en verdad fue el otro y único peso pesado peruano que puede recordarse: Guillermo ‘Willy’ De La Cruz.
Dávila: la decadencia de un buen boxeador
Toda esa década de 1970, Roberto Dávila hizo peleas por sobrevivir. La más importante de esas batallas ocurrió el 21 de setiembre de 1971, cuando intercambió simbólicos ‘bombazos’ nada menos que con Muhammad Ali (Cassius Clay), en la ‘Tribuna Norte’ del Estadio Nacional de Lima, en la famosa visita del campeón de campeones al Perú.
Muhammad Ali también peleó esa vez ‘amistosamente’ con el otro peso pesado peruano Willy De la Cruz. Con el buen Dávila, sin embargo, el gran campeón afroamericano se animó a payasear más y hasta simuló un duro golpe del peruano que lo habría arrojado a la lona. Todo era parte del show. Muhammad Ali era un experto en dar espectáculo a raudales, cuando lo quería hacer.
Pero al final de ese decenio del 70, el cuerpo le cobró factura. Dávila ya no era el mismo, y ya no lo sería jamás. En los años 80, se fue perdiendo en la rutina, indiferencia y pobreza de un país que olvida a sus deportistas y que nunca ha dejado de estar en una crisis permanente.
El ‘Grandote de Surquillo’ involucrado en un crimen
Hasta que llegó el 4 de enero de 1982, día en que, junto a dos de sus hermanos, el ex púgil peso pesado fue detenido en la PIP de Surquillo, acusado de estar involucrado en un homicidio. Los dos hermanos maternos (‘medio hermanos’ del ex boxeador), Rafael Fernández Salinas y el más peligroso Luis Anchante Salinas, fueron los otros involucrados.
La víctima había sido Eladio Cotrina Quiroz, de 48 años. Los sucesos ocurrieron el sábado 2 de enero de ese año, y todo indicaba que el perpetrador directo del crimen había sido Luis Anchante, quien golpeó con un palo a la víctima hasta provocarle la muerte. El ex boxeador peso pesado declaró abiertamente su inocencia. Dijo que lo habían atacado tres sujetos, y que, como no podía hacer uso de sus puños y de su fuerza bruta, sus hermanos salieron en su defensa.
En un entorno de violencia y adicciones, la vida de Roberto Dávila fue de mal en peor. Aunque lo llamaban para alguna que otra pelea o espectáculo de exhibición, lo cierto era que aislado, abandonado, viviendo al día, y cada vez más dominado por el vicio de la droga, el “Grandote de Surquillo” no daba para más. Por breves periodos parecía recuperarse y luego volvía a la oscuridad.
Entre esos altibajos llegó a los años 90. En 1993, incluso, llegó a tener sus últimas peleas de exhibición, al lado de su partner de siempre Willy De la Cruz, con quien sostuvo una “pelea” en mayo de ese año, en apoyo del doctor Alfredo Swayne, un hombre que ayudaba a los boxeadores y deportistas en peligro. Ese choque del recuerdo ocurrió el 14 de mayo de 1993, en el coliseo `Peñaloza’ del Estadio Nacional. Entre peleadores profesionales y amateurs, destacaron estos colosos ex pesos pesados.
Pero la vida le tenía reservada una trampa al gran pegador peruano de los años 60 y 70. El 24 de febrero de 1994, a sus 53 años, Roberto Dávila cayó abatido por dos balazos. Su cuerpo mal herido fue hallado en su casa de Pamplona Baja, en San Juan de Miraflores, por otro medio hermano suyo, el también campeón peruano, pero de los medio pesados, Óscar Rivadeneyra Salinas. Este comentó a la prensa que había hallado a su medio hermano en el suelo, herido de bala en el brazo y tórax. También indicó que desconocía cómo el ex campeón pesado había resultado herido.
Roberto Dávila fue llevado al hospital `María Auxiliadora’ de San Juan de Miraflores, donde falleció a las 9 y 50 de la noche. El médico diagnosticó `traumatismo toráxico abierto’ por proyectil de arma de fuego. Hacía un poco más de un año que había salido en libertad del penal de Lurigancho, donde estuvo purgando condena. Vivía humildemente en compañía de sus padres y hermanos.
Precisamente, tras la investigación policial a cargo de la División de Homicidios de la PNP, se pudo descubrir que el autor del crimen había sido uno de sus hermanos: Luis Anchante Salinas, también un ex boxeador. Para marzo de 1994, Anchante fue puesto a disposición del Ministerio Público por fratricidio.
La policía definió en aquellos años al asesino Luis Anchante Salinas como un drogadicto, alcohólico y delincuente “sumamente violento”. Fue él quien acabó, tras una fuerte discusión, con la agitada vida de Roberto Dávila Salinas, su medio hermano y ex campeón nacional, sudamericano y latinoamericano de los pesos completos. Un triste final para alguien que soñó con la mayor gloria deportiva.
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