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Un profesor de dramaturgia me dijo que recién a los treinta una mujer se volvía interesante. En ese momento no lo cuestioné, pero ahora me pregunto: ¿Cuáles fueron sus fuentes? ¿Habría presenciado la metamorfosis de muchas mujeres? ¿O recién después de cierta edad le parecían atractivas a él específicamente? ¿O sólo me estaba alentando o coqueteando? Quién sabe. Pero me quedé con esas palabras apuntadas en la cabeza para releerlas de vez en cuando; y ahora que estoy en plena edad citada, más que nunca.
Tengo pocas pero buenas amigas, la mayoría solteras: una conviviente, varias separadas y una divorciada y, la verdad, es que después de ahondar un poco en cada una, y bastante en mí misma, descubro que no estoy sola en esto. Y creo que es más que los cambios hormonales, el llamado reloj biológico o las normas sociales o culturales. Creo que el nombre de todo esto es soledad. Y siempre se ha llamado así.Sólo existe una diferencia y creo que es que a los 30 uno ya vivió un par de cosas, y ya se ha quedado un sinnúmero de noches y madrugadas pensando en que los veinte ya pasaron y poco de eso ha quedado. La permanencia no existe, los cambios dan vueltas de trompo, hasta las personas, amigos, amantes y novios aparecen y desaparecen como bolitas de bingo. Pero claro, esto sólo sucede cuando te atreves y miras adentro. Si no, los 30 pasan a ser un lugar común para las bromas y los propios prejuicios.
Ahora, cuando conoces a alguien, ya no se trata sólo de conocer a una persona nueva, ahora pasa a ser un posible futuro marido. Cuando se comienza una relación, las inseguridades hacen replantearse la vida, pensar que esta vez sí es en serio; llegas hasta la locura de imaginar los nombres de hijos imaginarios. Esto no es una tontería, al menos para mí. Porque hay un terrible terror al riesgo; porque seguramente ya fuimos heridas, abandonadas, o simplemente, ya quisimos a alguien que no nos quiso. Ya conocemos el sabor del vino que se toma, ya no a escondidas, pero sí a solas. Un teléfono que no suena nunca cuando una quiere. Un disco que nos recuerda a cuando vivíamos más libres y despreocupadas.
No sé en qué momento todo comenzó a andar en cámara lenta, a pesar del turbo de la presión social que crece cada año. No sé en qué momento me bajé de la autopista, me senté a fumar y a esperar algo que no sé si va a llegar. Ahora, después de saber que estamos solas, nos preguntan si somos lesbianas o si hay algo raro en nosotras. Algunos domingos son eternos. Volvemos a las historias de amor, a las películas de Meg Ryan, buscando sabe Dios qué, quizás un motivo. O una esperanza.
Del otro bando no sé mucho -aunque ahora me estoy enterando por Renato-, pero supongo que estarán en las suyas. Yo pensé que su crisis era una década después, en medio de un matrimonio y con hijos que no entienden nada. Y es también ahí donde algunas mujeres, ya de 40, piensan que quizás a los 30, por la razón que sea, tomaron la decisión equivocada.
Yo ya pasé los treinta pero ando perdida entre preguntas ridículas que no me atrevo a hacer. Me basta con hallar un ser semejante para conversar. ¿Hay alguno por ahí?