MI
Desde los años en que mi madre me contaba cuentos al lado de la cama, y luego rezábamos juntas, se me quedó en la memoria esa pequeña oración infantil que comienza con: Aunque desde hacía días ya sentía que mi pendiente interior se inclinaba más y más para abajo, no sabía el día ni la hora en que iba a “tocar fondo”. No me gustan mucho las frases hechas, pero no encuentro otra forma de explicarlo de forma más clara. Estaba en pleno proceso de una autodestrucción por momentos consciente, a veces inconsciente. Esa noche de sábado no quería estar sola. Mis padres estaban de viaje, estaba en casa ya cansada de tratar de entretenerme con lo usual, una película, un libro. Así que empecé a marcar el celular en busca de compañía. No la encontré por supuesto, ya eran como las ocho y mis amigos tenían planes. De modo que planeé con ligero entusiasmo una noche para mí. Encendí velitas y puse en el congelador varias botellitas de cava. Puse música y abrí la laptop para escribir en el diario que llevó ahí desde hace varios años.
Después de la segunda copa, un clic en el archivo equivocado y me di cuenta que no me había deshecho de toda la evidencia de un pasado que estaba olvidando. Los recuerdos vinieron a mi mente en manada. Con las copas siguientes, puse la música que había decidido no volver a escuchar en un tiempo y lo peor, puse en el dvd un cd de fotos. Los recuerdos felices son lo peor para una mente que todavía no es feliz nuevamente, y digo mente por no decir la tan manoseada palabra corazón. Pensé que el auto flagelo ya había sido suficiente cuando me tome la última de las botellitas, que resultaron el equivalente de dos botellas grandes.
Me puse pijama y me acosté. Era la una y por supuesto no podía dormir. Sentí que me hundía más y más en mi cama de dos plazas. Necesitaba aire y decidí salir; me estaba sofocando. No recuerdo como me vestí, me puse algo de maquillaje, y menos como decidí irme en el carro último modelo de mi padre. No sé tampoco cómo conduje hasta que un taxista me empezó a seguir. Cuando me estacioné a la vuelta de un bar, el tipo me empezó a reclamar que le había arañado el auto. Cada vez estaba de peor humor, así que le di ochenta soles y le dije que me dejara en paz.
De la hora que siguió no recuerdo nada. Es un blanco en mi memoria la hora que me demoré en entrar, estar y salir del bar. Cuando caminé a mi carro aún no me di cuenta que alguien me seguía. Cuando traté de meter la llave en la cerradura en el auto, sin poder lograrlo claro, una voz me dijo que no podía manejar en ese estado. Pensé que ya estaba teniendo alucinaciones. Volteé y vi una figura desconocida. Era una chico que nunca había visto antes que me repetía que no me iba a dejar irme así de borracha. Al comienzo me negué de manera terca, acusándolo de posible violador o asesino. Él insistía con que me fuera a su depa a tomar agua y a esperar que pudiese conducir. No se cuánto pasó hasta que me convenció.
Me llevó de la mano varias calles. Al poco rato ya estaba tirada en su sofá. Él, desde una silla, me daba botellas de agua que rellenaba apenas las terminaba. Pasaron tres horas en las que hablamos de personas conocidas, trabajos, películas y nos reímos mucho. Cuando ya amanecía él consideró que ya estaba bien como para manejar, así que salimos hacia mi carro. Pero todo no fue felicidad. Nos paró la policía, el serenazgo y como en una escena salida de una película de los Cohen, apareció de la nada el taxista exigiéndome más plata. Yo no podía hablar. Mi ángel se bajó del auto y arregló el asunto pidiéndome mi tarjeta de débito y mi clave. Yo me quedé en el asiento del conductor. Cuando las autoridades de la madrugada se dieron por satisfechas, dejamos el auto en una playa. Estábamos cansados y queríamos dormir. Cuando me levanté horas más tardes a su lado, sin tener la conciencia muy clara de todo lo que había pasado, le dije que me iba y me acompañó a recoger mi auto. Nos despedimos en la calle con un beso.
Después de dormir más a salvo en mi cama pensé, y lo seguí pensando por varios días, si existe gente así tan buena onda, capaz de ayudar a una desconocida solo porque sí, hay chicos buenos por ahí. Esa frase que he escuchado mucho ahora último de que a las mujeres nos gustan los tipos malos, no es cierto, por lo menos no del todo. Me gustan los chicos buenos, aunque parezcan malos por ser no convencionales.
He vuelto a ver a mi ángel. Ahora que lo puedo reconocer lo veo en todos lados. Y pude darle las gracias por salvarme de morir estampada en una de las paredes de la Vía Expresa y por haberme obligado a abrir el primer agujero a traves de los inalcanzables muros que había levantado a mi alrededor, donde me escondía dentro de mi cinismo y mi pérdida de confianza en las personas, y poder ver más allá. No digo que vuelva a tener la ingenuidad que alguna vez tuve, pero ahora que he conocido a otro chico bueno, se renuevan las imágenes de mi mente y se refrescan mis sentimientos; y se reafirma mi teoría.
Estoy en Lima. Estoy sola. Y los ángeles sí existen. Por lo menos el mío sí.Y el otro chico bueno, también. Estoy tranquila, ya sé que todo va a estar bien.