QUIERES SALIR CONMIGO? (II)
Renato me volvió a llamar y hablamos como tres horas por teléfono. Repasamos muchos temas: música, libros, películas, hermanos, hermana, horas del día, meses del año, viajes, experiencias y otras palabras que comienzan con esas dos letritas fastidiosas: ex. Yo trato de no mencionar a una persona anterior cuando hablo en presente con alguien, más aun desde que no ha habido ninguno que valga la pena mencionar. Sin embargo, por arte de magia, siempre terminan apareciendo las ex novias, cuando uno menos lo espera, o un más delicado “la chica con la que salía” o “una chica a la que conocí”. Ex significa siempre lo mismo: un lugar en la vida y memoria de alguien que podría ser un posible futuro, que no quiere decir siempre novio, sino agarre, amante, amigo o quién sabe. Pero en una primera, segunda o tercera cita no se oye bien llamar a alguien “ex”, al menos no a mis oídos. Luego de ese casi primer encuentro telefónico, llegó a mi bandeja de correo electrónico un link. Al pulsar dos veces clic me encontré con un video de Michel Gondry armando un cubo mágico con los pies en un minuto. Sonreí y le perdoné en secreto la indiscreción de hablarme de una ex tan pronto. Un par de días después, en medio de este feriado que hace que los días pierdan su nombre propio y se conviertan en una mezcla extraña de lunes y domingo, quedamos en vernos. Me invitó a cenar a su departamento. Con la confianza de ser amigo de un par de mis amigos favoritos, acepté y me arreglé a toda velocidad porque me quedé pegada viendo una maratón de Woody Allen en el cable. Con las últimas imágenes de Annie Hall me di la última mirada en el espejo antes de salir y dejar tiradas en la alfombra varias camisetas y zapatos que me había probado antes de considerarme lista para encontrarme con Renato.
Toqué el timbre a las nueve en punto y la puerta eléctrica se abrió sin que él preguntara quién era. Cuando llegué al tercer piso vi una puerta entreabierta de donde provenía una luz tenue. Casi dudé en empujarla cuando Renato la terminó de abrir. Nos dimos un beso y le di la botella de vino que había llevado. Mientras que él la descorchaba en la cocina, me quité el saco y lo dejé junto a mi bolso celeste en el brazo del sofá. No había muchos muebles más, solo una mesa de centro con una pila de revistas, al parecer recién ordenadas, un cenicero con rastros de ceniza, una lámpara de pie, un móvil de piedras azules colgado del techo y un montón de cajas apiladas junto a la pared. Me acerqué a ellas como quien hace realidad una figura que antes solo ha imaginado. Eran las cajas de las que me había hablado la noche en que nos conocimos. Me detuve al ver que de ellas él no solo sacaba una sorpresa de vez en cuando, como me había contado, sino un recuerdo no muy lejano, porque en la tinta –que pude distinguir reciente– de un plumón negro había escrito un nombre de mujer. Renato, con dos copas llenas en la mano, me sorprendió. Cuando me volví a él me dijo que eran las cosas de su “ex”. Pequeño detalle.
Todos tenemos un pasado, pensé, y algo incómoda me senté junto a él en el sofá. Poco a poco volvimos a retomar la conversación que habíamos comenzado la primera vez que nos vimos. Sus palabras, sonrisas, la música y un poco de ese vino me relajaron. Constaté que sí, me gustaba, y lo mejor, por la forma en que me hablaba, parecía yo gustarle también. Le pedí que me indicara dónde estaba el baño. A solas, miré a mi alrededor. Además de todo, pude notar que tenía buen gusto. Todo parecía haber sido elegido con cuidado y sentido de una estética particular. Lo que más me atrajo fue encontrar la copia de un fotograma de “Persona” colgada dentro un pequeño marco blanco en la pared. Apenas salí le dije que era una de mis películas favoritas de Bergman. Desde el sillón me contestó que a él no le gustaba mucho ese director. Ya sabía la frase que seguiría a continuación. Sí, la dueña de ese cuadro era su “ex”. Y lo dijo en presente.
Cuando sentí que ya no iba a poder sentirme cómoda, a pesar de lo bien que me sentía hasta que el pasado apareció esta vez desde su boca, me cogió de la mano y me dijo si quería bailar con él. La música era de una banda sonora de una película, era triste pero bonita. Entonces, decidí darle –mentalmente– otra oportunidad y dejé que me condujera al centro de la habitación. Nos miramos muy de cerca ahora y estábamos a diez segundos de besarnos cuando su cabeza chocó con el móvil. Los dos reímos mientras los pedacitos de vidrio se chocaban uno contra el otro. Entonces lo dijo: “Menos mal que no eres tan alta como mi ex, ella se paraba chocando siempre con esta cosa”. Me sentí en el pleno remake de un película de por sí mala y me senté en el sofá. Tenía dos opciones: quedarme callada o hablar. Creo que ahora último se me ha dado por hablar mucho y le pregunté de frente por qué hablaba tanto de su ex. Después de empezar frases sin poder terminar ninguna, me dijo que aún la seguía viendo. Yo, en serio, no quise saber más. Ni la curiosidad morbosa, que más de alguna vez me ha asaltado, hizo que dijera una palabra más que un “ya me voy”.
Renato no hizo muchos intentos por tratar de retenerme, seguro por la velocidad con la que me puse el saco, cogí el bolso y caminé hacia la puerta. Al volverme para despedirme, lo miré. Seguía pareciéndome guapo, interesante, inteligente y todo un chico por descubrir, pero notar que las sombras de las cajas se proyectaban, por la luz, sobre su cuerpo, fue suficiente para darme la vuelta y bajar las escaleras.
Ya bastante cuesta desprenderse de un pasado algunas veces aterrador para tener que cargar con uno extra. Pensé que ahora que estoy con los hombros libres de ese peso prefiero estar sola o tener a alguien a mi lado, pero de ninguna manera a dos.