A punto de tirar la toalla
¿Y SI YA NO QUIERO BUSCAR NOVIO?
Estas semanas he estado pensando en la posibilidad de tirar la toalla en esto de mi búsqueda del amor. Estaba en el chat con un amigo con el que me río, reniego y lloro a veces, al que le decía que estaba harta. Especialmente de los hombres o, mejor dicho, de mi relación con ellos. Estaba a punto de tipear que estaba a una mala cita de dejar de buscar novio, cuando me dijo que era una “love junkie” (adicta al amor) y que seguro pronto me enamoraría otra vez, y poco después le estaría contando del baboso ese que me había hecho tal o cual cosa. Sentí que me cayó un gancho derecho.
-¿Esa es, en una línea, la historia de mi vida? -le pregunté, ocultando mi terror, buscando con la mirada una botella de vodka en la cual zambullirme y no salir nunca. Segundos después, yo sola me respondí (y de paso, a él). Escribí dos palabras y apreté enter: no creo. Pero creo que él tiene algo de razón al no creerme que vaya a dejar de buscar novio, aunque sigo pensando que algo debo estar haciendo mal. Me sobran las razones. Éstas son. A ver para qué lado se inclina la balanza.Me gusta al que no le gusto. Pues sí. Me ha pasado más de una vez. Mi memoria, aún con las fallas de su CPU, me da la razón. Eso es un knock-out seguro. Hasta escucho un réferi imaginario decir con un megáfono:
-“Señoras y señores, muy buenas noches, bienvenidos a la Asociación de Encontronazos con el Amor No-Correspondido. Esta noche, en la esquina del yo-si-quiero-algo-contigo tenemos a Busco Novio, y en la esquina opuesta (la del no-quiero-tener nada contigo o por lo menos, no lo que tú quieres) tenemos al Sr. que no la quiere. Srta. Bisso, si quiere, pase de frente a la lona de las perdedoras. A ese chico, usted le es indiferente o quizás la quiere, pero solo para un ratito y para lo que a él le de la gana”.
Mmm, no gracias. Me quedo en mi banca de parque, Sr. Árbitro. No más ganchos al cuello de alguien que no me va a llamar al día siguiente, no más saltos a la yugular, no más llaves para no dejarlos ir. Que se vayan. El que quiera estar conmigo, que se quede una tarde de domingo a mi lado viendo una película mala con canchita hecha en olla (perdón, no tengo microondas) y Coca-(no)sola. Al resto, chau. Quiero que me guste un chico al que le guste yo también, por lo menos para ver qué pasa en el segundo round. Si después no hay llamada ni un te-quiero-volver-a-ver, ni un lo que sea, no quiero ilusionarme. Mi contrincante es muy guapo, es muy interesante, me hace reír, me gusta mucho, pero yo no le gusto a él. Que pase el siguiente.
Le gusto al que no me gusta. Me pasa seguido. Y no lo digo por vanidad, sino con cierta resignación (y una pizca de recriminación a mí misma). Hasta me ha comenzado a dar una especie de incomodidad, y algo de pereza, hablar con tantos chicos buena onda (algunos nomás) que no me gustan y darles largas a sus intenciones conmigo. Seré una tirana o algo así y me expondré ante las peores críticas de mis queridos lectores (y los entiendo: ¿cómo planea esta demente encontrar novio si chotea a quien se acerca?). Quizás sea exigente (dicen que las personas exigentes lo son aún más consigo mismas) o no sé qué cosa sea, pero no me gusta todo el mundo. Bueno, ¿a quién, si? Pensándolo bien, conozco a un par a los que les da igual salir con perro, pericote y gato, pero ya me estoy saliendo del tema.
La cuestión es que mi atención se la ganan pocos a primera vista, si no soy yo la que les da puesto el ojo encima antes. Y los que no me han gustado en un primer momento, que han sido casi todos los chicos con los que salí en los dos últimos años, fue porque insistieron (bastante), y se tomaron el tiempo, sin darse por vencidos, en el que me mostraron lo mejor de ellos y me dieron motivos para decir: sí, quiero. En mi defensa, me gusta decir que soy selectiva. Está bien, está bien. Me gustan pocos hombres. Tengo varias teorías al respecto, pero ninguna me convence. No puedo ir contra la naturaleza, la mía digo. No me hago la difícil (este blog se llama Busco novio), pero fácil no soy tampoco. Quizás mi instinto animal me esté poniendo cabe, o quizás sea tan normal como cualquier otra mujer. Quién sabe.
Elijo mal. Puede ser. ¿Por qué no? Puede ser un error recurrente, defecto de fábrica (voy a hablar con mi papá), la ley del mínimo esfuerzo, el dejar que los hombres se acerquen a mí (y yo no a ellos), La ley de Murphy, no cuadrar a quien debe ser cuadrado -y como se debe- en el momento preciso, no cortar una historia cuando el editor (de mi interior) me lo exige, caer en mi propia consabida, resabida, potente y probada hasta el cansancio, ilusión temprana. Es que cuando alguien me gusta en realidad, me precipito (creo que no pude elegir mejor verbo, porque suena a precipicio), me apasiono, me vuelvo socialmente repudiada por mis amigas a las que acoso con tanta palabrería anticipada sobre un chico al que ni conozco bien, con el que no sé que pasará ni el día de hoy, y menos, mañana.
Soy el pararrayos de los locos. Una amiga me dijo la otra vez que si iba un loco calato con el pelo lleno de motas, cargando una bolsa por la Vía Expresa, ¡zas!, yo me enamoraba de él o de pronto se convertía en mi nuevo acosador. Creo que mis pocos amigos locales se están esforzando en amarrarme a un ancla y refundirme en el mar de la desesperanza, pero me lo tomo a broma sin dejar de ver cuál es su punto, porque de hecho, si lo dicen, es porque tienen uno. Hasta a alguien por ahí se le ocurrió decirme: “pero si te gusta tanto el loquito mételo al Noguchi un mes y después ve qué pasa”. Dios, no. Habrá que escucharlos más seguido, especialmente cuando camino con la venda de la ilusión puesta sobre los ojos.
¿Y si yo fuera diferente? No crean que la paso echada en mi cama tirándoles la pelota de la culpa a los otros, a los que han compartido un poco de sus vidas conmigo. Al contrario, mi peor juez soy yo; y sí que soy mala. Aparece Mean-Ali (mala-Ali) y de un porrazo me trata de meter por la cerradura al mundo de las personas que se castigan por ser como son, por cometer una y mil veces los mismos errores, por repetir malditos patrones, por meter una y otra vez la pata, por tropezar diez mil veces con las misma piedra. Sin embargo, pienso: si fuera distinta, no sería yo. Para ser otro, se necesitaría otra vida, y creo que con una ya tenemos trabajo suficiente. Así que voy a guardar la parafernalia masoquista para cuando realmente la necesite.
Ya me cansé de pensar en el futuro. ¿Quién no? El mal que auguran los predicadores que tocan la puerta los domingos a las 8 a.m (yo les abro la puerta con mi antifaz en posición vincha y les digo que soy católica y que por favor, pasen su horario de reclutamiento de almas para más tardecito) y los analistas políticos, hace tiempo llego al amor. Claro. Cuando uno está enamorado, quiere que esa burbuja de felicidad dure para siempre, quiere que se extiendan eternamente esos primeros besos, las llamaditas en voz baja desde la oficina, la sorpresa de un regalito inesperado, los primeros “te quiero”o la primera vez que vieron una película juntos (en mi caso, esta pueden cambiarla por la canción que bailaron, la caminata que dieron, etcétera, que voy a hacer, para mí el cine va en paralelo con mi vida). Sin embargo, cuando uno está solo, ¿cuál es el futuro del amor? Ninguno, porque uno está solo. Y aquí arrancan las interminables interrogantes: ¿y si nunca conozco a nadie?, ¿y si me quedo sola para siempre?, ¿qué pasa si ya conocí al amor de mi vida y lo hice todo al revés?, ¿y si nunca me vuelvo a enamorar?
Pues yo también he caído en esto de responder en silencio el cuestionario habitual de las tías entrometidas, a mi abuelita (ella lo pregunta por genuina preocupación y porque me quiere, ya lo sé), a las amigas que te miran por encima del hombro porque ya tienen un hombre y demás curiosos especímenes. Pero por más aterrador que a veces parezca “lo desconocido” (porque el futuro es lo que aún no pasa y lo que jamás sabremos en el presente, por más racionales que seamos), me tranquiliza pensar en el pasado. Y ahí vienen casi siempre las buenas noticias.
Hace unos días mi ex, mi pata, regreso de viaje y después de una noche de conversación me di cuenta el gran error que hubiera sido quedarme a su lado. Vi mi posible futuro con la claridad de una bola mágica, cuando me contó que su novia lo había puesto de patitas en la calle con maletas y todo, por exactamente las mismas razones por las que lo nuestro se fue por el water. A pesar de haberlo olvidado hace bastantes años, recordé cómo me sentía en pleno luto. Me hacía todas las preguntas del mundo, me echaba la culpa y me agarraba a latigazos a diario por “haberlo hecho todo mal”, por haber hecho que su amor se fuera hacia otra chica, por no haber sido la novia que él necesitaba. Resultado de la Gran Final de los Discapacitados Para el Amor, versión siete años después: el me ganó en una. A pesar de lo mal que él se sentía, porque ahora el corazón roto es suyo (y no por mi culpa), no pude dejar de sentirme bien por estar sola, por haberlo olvidado, porque ahora él sea una visita en mi casa, no una firma en un papel de divorcio. El pasado me dio la razón. Los malos contrincantes terminan pagando sus culpas, es decir, coleccionando los trofeos de la derrota. Justo lo que me pasa a mí ahora.
Soy un desastre, como ven. Una papelera llena de post-its de colores arrugados con cada uno de mis errores. Siento que llegó la hora de renovar el stock, de salir con una nueva sonrisa a la calle, de mirar a la gente a los ojos y con otros ojos. Quiero retomar mis placeres simplones, hacerme feliz (o por lo menos, mantenerme a flote) en los muchos ratos que convivo a solas y hacer más placenteros (para mí y el resto) los que comparto con otras personas.
Estoy en clases de yoga porque siento que tengo que volver aprender a respirar. He vuelto a ir a la playa porque me gusta meterme al mar helado y pelearme con las olas como cuando era niña. Me divierto con mis sobrinas. Me gusta que Constanza ya sepa decir mi nombre y cada vez que me dice “Ali” (que son múltiples veces los días en que la veo, porque está en la etapa en la que repite como un lorito sonriente las pocas palabras que sabe, me ha explicado mi madre) corro detrás de ella para abrazarle y decirle, aunque no me entienda, cuánto la quiero. Escribo todos los días. Escucho más música. Hago reír a mi abuela. Estoy más tranquila. Ando de buen humor. Descargo mi lado oscuro en mi blog secreto. A veces siento que la nostalgia me invade. Otras, me gana. No me gusta ningún chico. No veo a nadie en mi futuro cercano. Riego mis plantas y me siento junto a ellas todas las noches al lado de la ventana. Muy pacientes ellas, me acompañan a fumar un cigarrito o dos, mientras pienso que no soy una causa perdida, aún no.
Por lo menos soy una catástrofe andante y alegre. Quizás no sea una buena idea dejar todo por ahora, y ver qué pasa. Va a terminar enero y siento que para mí recién empieza el año. Después de todo, hoy domingo comienza mi año según el horóscopo chino, el único al que le hago algo mediano caso. Como el buen y terco buey, avanzo lento, sin prisas, sin embargo sé que llegaré a donde yo quiera. Sana y salva. Pensar en eso, me gusta.
No sé si dejar de buscar novio, esperar encontrarlo, quererlo o desearlo sea una buena idea. Una buena idea sí es cambiar de estrategia. Después de todo soy una Million dollar baby (o su cambio en soles). Estar sola no es sinónimo de ser una perdedora y a mí me quedan varias peleas que ganar.
CANCIÓN PARA SEGUIR.
Buscando el ultimo CD de Portishhead me encontré con este video de Beth Gibbons & Rustin Man , de la canción Mysteries, creo que no hay forma más clara de explicar en imágenes y música como me siento hoy.
Este es un pequeño y humilde tributo a Clint Eastwood. Porque se ha retirado de la actuación. Porque cuando veo Million Dollar Baby me dan ganas de seguir adelante contra todo pronóstico. Siempre sobre la lona, lista para la lucha, como la chica del millón que ganó todas sus peleas, hasta la de la muerte. Oído a la música, compuesta también por Harry el Sucio.
Nunca he leído mucha poesía; pero en estos días me he reencontrado con Edith Södergran, una de mis favoritas. Les dejo un poema que, creo, va con todo esto.
Rosas
El mundo es mío.
Por donde yo vaya
arrojo rosas para todos.
El artista ama cada oreja de mármol
que no entiende su palabra.
¿Qué me importan dolor, miseria?
Todo se desploma con estruendo:
yo canto.
Así se eleva el gran himno del dolor de una pecho feliz.
(De El altar de rosas, 1919)