Berm: el proyecto fantasma
Entre 60.000 y 100.000 refugiados sirios están atrapados en el desierto de la frontera jordana sin alimentos ni atención médica.
Por Natalie Thurtle, médico de urgencias y coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras en Jordania.
Un paciente sirio es atendido por personal médico de MSF en el Hospital de Ramtha, en la frontera entre Siria y Jordania. Noviembre 2015 ©Denis Bosnic
Siria: 11 millones de personas desplazadas, 400.000 fallecidos. Son estimaciones. A estas alturas del conflicto, las muertes y las personas desplazadas se calculan en ceros, el individuo simplemente desaparece.
En noviembre de 2015, la frontera entre el sur de Siria y el noreste de Jordania fue reforzada considerablemente. La población civil siria que huía para salvar la vida comenzó a reunirse en torno a dos terraplenes levantados en la frontera en una zona que recibe el nombre de ‘el Berm’.
Pero el Berm no es un campo de refugiados. No cuenta con letrinas, no hay agua ni atención médica ni un suministro sistemático de alimentos. El último cálculo sitúa entre 60.000 y 100.000 el número de refugiados que han buscado cobijo en este terreno.
Escondido entre los ceros de estos números están personas, individuos, ‘fantasmas‘ atrapados en un limbo entre el mundo que han dejado atrás y el lugar al que quieren escapar. Aprisionados, se podría decir, entre la vida y la muerte.
Durante meses, Médicos Sin Fronteras (MSF) y otras agencias mantuvieron prolongadas negociaciones para obtener acceso al Berm para facilitar atención primaria de salud. La seguridad constituía el principal problema. A las autoridades les preocupaba que las actividades humanitarias relajaran el control fronterizo y esto pusiera a Jordania en riesgo de correr la misma suerte que sus vecinos del norte.
El 16 de mayo, MSF recibió autorización para comenzar las actividades de atención básica en un área de servicio ubicada en el exterior del Berm. El proyecto comenzó de inmediato. El 21 de junio, un artefacto explosivo improvisado alojado en un vehículo estalló en la frontera matando a siete soldados jordanos. El acceso humanitario fue rápida e indefinidamente suspendido.
Llegué a Amán en julio, en los últimos días de Ramadán, para ocupar la dirección médica en el proyecto del Berm. En la capital jordana conocí a la mujer que durante el último mes había desempeñado el papel que me iba tocar asumir. Era una doctora experimentada. Tenía lo que yo llamo ‘ojos permeables’; no se trata exactamente de un llanto, es más bien la imposibilidad de contener las lágrimas. Sucede cuando alguien empieza a descomprimirse, a soltar parte de la presión a la que ha estado sometido.
Hablé a lo largo de todo el día con ella y con la matrona del proyecto que también se encontraba en esos momentos en Amán. Cuando llegué me preguntaba si podríamos establecer una intervención médica o sistematizar una respuesta que habíamos puesto en marcha ad hoc, de forma reactiva. Enseguida se hizo evidente que el proyecto ya estaba armado, muy bien organizado y se había llevado a cabo de la mejor forma dada la pequeña ventana de oportunidad que habían tenido.
Me describieron y dibujaron esquemas de la organización del programa y del equipo, me explicaron el sistema de registro y triaje (el método de selección y clasificación de pacientes que se emplea en la medicina de emergencias y desastres) y cómo atendían a cientos de pacientes cada día bajo temperaturas que superaban los 40 grados centígrados.
Todo estos detalles los humanizaron con algunas de las historias que habían vivido: la alegría de ayudar a dar a luz a un bebé; el dolor de una hermosa niña gravemente enferma y a la que no se le permitía su derivación a un hospital en Jordania; las tormentas de arena que en un instante llevan todo a negro; las personas con la piel abrasada por el desierto. Resulta un momento complicado para un equipo, que detectó las necesidades, vio los rostros de los refugiados sirios y tocó su piel, pasar del pasado al presente, traspasar un proyecto fantasma.
En un mes atendieron a más de 3.500 pacientes por desnutrición, diarrea, lesiones cutáneas y enfermedades relacionadas con la falta de higiene y la pobreza.
Cuando por fin llegué al lugar, los coches y camiones se habían marchado, la farmacia estaba cerrada y el polvo se acumulaba. Habíamos dejado en el lugar lo que denominamos un equipo esqueleto compuesto por una enfermera, un coordinador del proyecto y yo misma.
Nos sentamos en el desierto con la frontera de Irak hacia el este y la de Siria al norte. Por la noche damos una y mil vueltas bajo el sofocante calor de unas casas vacías. No me puedo quitar de la cabeza lo que está pasando la gente atrapada en el Berm, ¿Qué estamos haciendo por ellos? ¿Cómo podemos llegar a dónde están? ¿Cuáles son las alternativas?
Lo que sabemos es que no podemos irnos, no todavía. El hecho de seguir aquí es importante, como lo son los intentos por tratar de volver a trabajar en el Berm. Hablar de lo que sucede aquí también es esencial; es una manifestación de uno de los pilares sobre los que se asienta MSF: el testimonio. Los civiles del Berm pueden estar atrapados entre la vida y la muerte y este puede ser un proyecto fantasma, pero estas personas no son fantasmas; son iguales que usted y que yo y merecen que encontremos una forma, un camino para llegar a ellos.
‘Berm’: cresta artificial o terraplén construido como defensa